Apuntes sobre teatro: Estar en el fondo del pozo

Apuntes sobre teatro: Estar en el fondo del pozo

Por: Elisa Montesinos | 27.03.2019
Desde la dirección y en todos los aspectos, la obra “Prefiero que me coman los perros” es un tremendo trabajo, exquisitamente logrado. La atmósfera psicológica perturbadora en que nos metemos es digna de alguna película de Hitchcock. La densidad del aire no se logra o descansa solo en los diálogos y actos de los personajes, es alimentada también desde todas las otras dimensiones y elementos. Esa voz interna que a la protagonista, Eugenia, le dice: mátate, prefiero que te coman los perros, es una maravilla.

Tengo que comenzar estas palabras declarando por adelantado que estoy demasiado cerca para pretender una objetividad que existe nada más que en los manuales. Soy amigo de Nona Fernández, y un admirador de su trabajo como escritora, guionista, dramaturga y actriz. Y su rol protagónico en esta obra, es simplemente magistral.

Prefiero que me coman los perros es un drama psicológico. Eugenia es una mujer que se está volviendo loca, ya lo está en gran medida, no ve cómo, pero busca salir del fondo del pozo. Su circunstancia, extrema o al límite, se convierte en una suerte de espejo de una sociedad inhumana, alienada, hecha bolsa, en la que nos movemos como zombies suicidas sin percatarnos de cuánto nos puede faltar la calidez de un abrazo.

Básicamente Eugenia vivió un accidente que le costó su fuente de trabajo, pero más allá de ello, le costó su salud mental. Hecho real que en las noticias conmocionó al país, a esta parvularia se le quedó arriba del auto un niño dormido, resultando muerto por falta de oxígeno. ¿Mala suerte o negligencia? El juicio es implacable y no hay justificativo. El hecho es que mató a un niño que estaba a su cuidado.

Su destino trágico parece marcado antes aún del accidente: no tiene padre y su madre la odia porque es lesbiana. Está sola. Y desde la muerte del niño no solo se ha visto empujada a sobrevivir trabajando como prostituta para remarcar ese sino fatídico, sino que lleva diez años sin dormir y ha comenzado a ver y oír a un fantasma, un amigo imaginario que no es sino su propio padre, a quien como se ha dicho nunca conoció. Por si eso fuera poco, también se deja llevar por un incontenible deseo de contacto humano, de modo que sigue obsesivamente a desconocidos y se mete a sus casas, hurga en sus intimidades, buscando desesperadamente una razón para no quitarse la vida. Y todo esto nos lo cuenta no a nosotros, sino a su psicóloga. Ese enfrentamiento es el que vemos en escena.

¿Alguna vez usted lector/a le ha hecho contención a un pariente o un amigo? Me refiero a prestar el oído a las angustias, o el hombro al llanto, o aún dar un consejo a alguien que lo necesita. Bueno, de eso se trata. De alguien con esa intensa y absorbente demanda, de esa energía que te quita ayudar a otro cuando ese otro es un desesperado al borde del suicidio. Se supone que una psicóloga está precisamente formada para eso. Pero esto es demasiado para la profesional y claudica, se ve rápidamente superada por el nivel de complejidad del caso, Eugenia se ha obsesionado con ella, no le permite atender a otros pacientes, la interrumpe, la persigue, se mete a su casa, trajina su biografía, se sienta en sus piernas, le pide que la abrace.

Eugenia y su psicóloga son, por supuesto, caras de una misma moneda. Porque nada más escarbar un poquito, aparece también en ella, la psicóloga, el estrés laboral y la enajenación, la deseperada necesidad de un sentido más alto o más profundo, más sublime para enfrentar la salvaje agresividad del cotidiano. También es una víctima del sistema. La diferencia es que Eugenia está desnuda, y en cambio su psicóloga tiene pastillas como abrigo para sus culpas y dolores.

Por no hacer aún más spoiler del que hasta aquí ya he hecho, no estoy mencionando otros aspectos del montaje, y aún he guardado silencio sobre los otros dos personajes que siendo secundarios tienen de todas maneras inteligente relevancia en la conformación del múltiple espejo a que nos enfrenta la obra. Porque los aplausos alcanzan o se extienden al uso de los recursos técnicos escénicos y visuales, por ejemplo. Si comencé estas palabras alabando el desempeño actoral de Nona, lo hice como dije porque soy su fan, pero hay acá, desde la dirección y en todos los aspectos, un tremendo trabajo, exquisitamente logrado. La atmósfera psicológica perturbadora en que nos metemos es digna de alguna película de Hitchcock, por ejemplo. La densidad del aire no se logra o descansa solo en los diálogos y actos de los personajes, es alimentada también desde todas las otras dimensiones y elementos. Esa voz interna que a Eugenia le dice: mátate, prefiero que te coman los perros, es una maravilla.

Acaso por eso mismo es que, terminando estas palabras, me permito maldecir a todas las personas que desoyendo impúdicamente a los artistas, incumplen la petición de apagar el celular, por ejemplo. Si esta obra nos pone frente a un caso terrible, una situación límite, como una cruel metáfora la sociedad enferma que somos, bueno, ahí mismo en cada función, siempre puede haber alguien en el público que demuestre cuánto más bajo se puede caer. Recuerdo una función de otra obra, en otra sala, bastante más ABC1, en la que Alfredo Castro detuvo la función y ahí no más se acabó todo. El público abucheó a la impertinente que con total descaro no sólo contestó su celular sino que se puso a hablar “despacito” y siguió haciéndolo mientras se puso de pie y caminó hacia afuera, porque la hicieron salir de la sala.

Vuelvo a la obra. Prefiero que me coman los perros es lo que puedes llegar a pensar y/o sentir cuando las cosas no andan bien, cuando todo sale mal. Digo, es lógico o comprensible el deseo de matarte cuando has caído en desgracia y no hay quien te abrace. Chile y su alta tasa de suicidios, en el metro o en ese falo que es el mall Costanera Center. Una sociedad enferma, infeliz, estresada, angustiada, plagada o gobernada incluso por zombies con celular, individuos insensibilizados, narcotizados, a quienes no solo les resbala todo, sino que además se sienten atacados cuando les tocas el hombro para pedirles por favor permiso, o aún para decirles gracias. Esta obra te puede poner del lado del que se supone está sano, del cuerdo. Y te deja pensando. Bravo por ello. Me gustan las obras que te hacen pensar. Es un verbo tan en desuso.

 

Dirección: Jesús Urqueta | Dramaturgia: Carla Zúñiga |

Elenco: Nona Fernández, Monserrat Estévez, Cristian Keim, Nicolás Zárate |

Diseño de escenografía e iluminación: Belén Abarza | Realización escenografía: Manuel Morgado | Diseño de Vestuario: Tatiana Pimentel | Video: Eduardo Bunster |

Jefe Técnico: Francisco Herrera | Producción: Ana Cosmelli |

Operadores técnicos: Piero Ramírez y Felipe Lehmann |

Composición musical y diseño sonoro: Álvaro Pacheco |

 

Jueves 14 al domingo 31 de marzo.

Jue a sáb, 20 hrs. Dom, 19 hrs.

$5.000 general, $3.000 estudiantes, 3ra edad, y jueves popular.

MATUCANA 100, Espacio Bunster