Gabriela Mistral, el feminismo de la loca razón

Gabriela Mistral, el feminismo de la loca razón

Por: Raquel Olea | 06.03.2019
Mistral se ha convertido en ícono de posiciones feministas y últimamente de organizaciones lesbianas y de la diversidad sexual. Su obra y su biografía se han abierto como un mundo proliferante de riqueza y densidad para pensar la diferencia femenina y sus fragmentaciones de sentido. Sin embargo, no es obvio ni fácil determinar si Gabriela Mistral como sujeto histórico fue una mujer feminista. Su posición fue contradictoria.

¿Es feminista Gabriela Mistral? La pregunta ha recorrido los estudios mistralianos. La respuesta no es fácil, tampoco directamente afirmativa o negativa. Con Gabriela Mistral nada es simple ni totalizante. Pensadora compleja, contradictoria, ambivalente, ni su biografía ni su poesía, todavía menos su obra, nos propone lo fácil, lo unidimensional.

Gabriela Mistral es y ha sido leída por la crítica literaria feminista y la crítica cultural con la convicción de estar frente a una escritora y una escritura rica en signos, en significaciones para pensar sentidos de lo femenino: la relación de las mujeres con la escritura; la construcción de una escritora profesional y de la figura pública de una intelectual única, primera de América Latina en obtener el premio Nobel; aspectos que sin duda conciernen al pensamiento feminista. Su escritura poética aborda lo femenino y la feminidad, sus ensayos, artículos y correspondencia se comprometieron desde muy temprano con la defensa de la educación y los derechos de las mujeres en la sociedad latinoamericana.

Mistral se ha convertido en ícono de posiciones feministas y últimamente de organizaciones lesbianas y de la diversidad sexual. Su obra y su biografía se han abierto como un mundo proliferante de riqueza y densidad para pensar la diferencia femenina y sus fragmentaciones de sentido. Sin embargo, no es obvio ni fácil determinar si Gabriela Mistral como sujeto histórico fue una mujer feminista. Su posición fue contradictoria.

Si pensamos el feminismo como una forma de militancia o de adscripción a un pensamiento y una práctica política, podríamos argumentar que Gabriela Mistral no fue feminista: no participó del feminismo de su época ni de las luchas sufragistas que movilizaron a las mujeres de entonces, no se entendió bien con las feministas de su tiempo ni recibió la hoy llamada sororidad de otras mujeres; ella misma habla de su relación con el feminismo de su época en términos crítico. Entrar en diversas dimensiones de su discurso nos permite dilucidar su posición feminista.

El activismo social y los lenguajes estéticos y pensantes tienen derroteros y exigencias distintas. En uno se requiere decisión, falta de demora y una palabra directa y clara. En el otro, la palabra reflexiva, interrogante, la elaboración de figuras y metáforas, abren otras dimensiones de lo real. Por eso quizás el saber de la paradoja permita elaborar en lo múltiple de su lenguaje la complejidad de un singular modo de ser feminista, al atender las dificultades de asumir una ideología en su totalidad. Ni monolítico ni unidimensional, el feminismo de Mistral roza y se distancia de su tiempo.

Al responder la pregunta que tantas veces le hicieron, si era o no feminista, ella misma entraba en la dificultad de contestar de manera asertiva. Haciéndose cargo de la pérdida que, según ella, significaría, para las mujeres el “desasimiento del hogar” o el abandono de la maternidad, que considera lo propiamente femenino. Así dice en una carta enviada en 1927 desde Montpellier al director de la publicación Nueva Democracia, refiriéndose a una polémica levantada por mujeres feministas que la acusan por ciertos artículos suyos: “no sostendré esta discusión sobre feminismo a la que desean llevarme  algunas señoras y señoritas feministas”. Su punto de vista es, entonces, mantener la división del trabajo por sexos, considerando que “hay faenas brutales y brutalizantes que la mujer jamás deberá cumplir; sí faenas suaves y relacionadas con el niño: educación elemental, medicina infantil, industrias de juguetes, etc., que deben ser absolutamente reservadas a la mujer”. Luego agrega, “ni siquiera me declaré antifeminista, sino feminista de derechas, feminista con reservas al programa máximo”, por programa máximo entiende el feminismo socialista  que lucha por la igualdad totalizante entre hombres y mujeres. Dogmatismo de la igualdad, podría decirse.

Como mujer  ilustrada y moderna la perspectiva feminista de Mistral evidencia una paradoja en su modo de asumir la igualdad de los sujetos y el desarrollo del progreso; en el caso de las mujeres, la igualdad se detiene ante lo que ella considera específicamente femenino, que reside en la fragilidad del cuerpo y en las condicionantes de la biología que definen la función identitaria más significativa, la maternidad. En algunos de sus artículos hace una analogía entre el desarrollo de la mujer y el desarrollo del progreso humano, apelando por un lugar en el pensamiento humanista y en las ciencias. “Hagámosle amar las ciencias más que las joyas y las sedas”, dice en 1906, en La voz de Elqui, cuando solo tiene 17 años. En otro momento señala: “Es preciso que la mujer  deje de ser la mendiga de protección; y pueda vivir sin que tenga que sacrificar su felicidad con uno de esos repugnantes matrimonios modernos”.

La paradoja con que Mistral plantea su pensamiento de la igualdad en la propuesta de formulación de leyes, de defensa de los derechos, pero interrogante y suspicaz frente a la neutralización de su diferencia en el trabajo y las funciones maternas, abre un saber sobre su particular modo de ser feminista. Una vez más comparece como mujer adelantada a su época; su posición viene a coincidir con el pensamiento feminista de la diferencia que solo a finales del S.XX –como efecto de la posmodernidad– interrogará críticamente los discursos de la igualdad, producto de la crisis de la concepción del sujeto universal masculino.

Lúcida, Mistral intuye la necesidad de producir  la diferencia femenina, su alteridad, desde los discursos y el pensamiento de las propias mujeres. Es lo que realiza magistralmente, con sensibilidad, inteligencia y elaboración estética en su poesía. Es en su pensamiento poético donde Mistral desplegará una posición de sujeto que nombra la diferencia femenina, produciendo singularidades maternas, amorosas, “locas mujeres” aún sin lugar en la representación, que ella sitúa particularmente en el nombrar. Es un  feminismo en el que la poesía habla lo femenino de un deseo por venir, de lugares, signos y modos de decir otros que los que la cultura masculina ha asignado a las mujeres. En esa paradoja de intelectual ilustrada y moderna y su escritura poética de “una loca razón” se sitúa el feminismo de Gabriela Mistral.