El silencio cómplice de Bachelet… ¿en serio, Jacqueline?
La situación de Venezuela es terrible y esclarecedora. Terrible porque ese pueblo está al borde de una guerra civil, enfrentando la amenaza innegable de un Estados Unidos siempre tan amante de los derechos humanos y la democracia, salvo que se trate de Arabia Saudita, siempre que se trate de Venezuela, salvo que se trate de Pinochet, siempre que se trate de Castro, salvo que se trate del Sha de Irán, siempre que se trate de Irak, salvo que se trate de Israel, y así. No digo que la Casa Blanca sea cínica en su amor por los derechos humanos; solo digo que es errática. Y, bueno, quizás que es, además, poco sincero. Como si le interesaran otras cosas.
Y es esclarecedora la situación de Venezuela porque, como dijo con su acostumbrada claridad Ignacio Walker, presidente de un partido con tan pocas claridades como la DC, nos permite saber “quién es quién”. Walker, por supuesto, es de los que considera a Maduro un dictador y quizás crea que hay que derrocarlo. No sé, se me cruzó un déjà vu… parece que una postura parecida tomó alguna vez estos cristianos demócratas por estos lados. Pero ya me estoy distrayendo.
El hecho es que la forma en que diversas personas enfrentan el tema de Venezuela pareciera ser un eficaz escáner por el cual pasar las credenciales democráticas.
En esta pasada, no podemos negarlo, una parte de la izquierda (no toda, como pretende la derecha), parece tolerante con los presos políticos, la evidente concentración de poder en manos de Maduro, el servilismo del poder judicial con respecto al ejecutivo y hasta celebran los pasos de baile de Maduro. Es probable que sea el mismo tipo de personas que nunca fueron condenadores claros de Stalin, de la invasión a Hungría, de la primavera de Praga o de la dictadura de Castro en Cuba.
Y en esta pasada, menos aún podemos negarlo, la derecha chilena hace un festín con la escasa voluntad de Maduro de hacer lo más simple que puede hacer un demócrata de fuste: preguntarle al pueblo en una elección libre y llena de observadores internacionales. Hace un festín hablando de “dictadura”, de la necesidad de no tener dobles discursos. El presidente Piñera, que en Chile nunca fue a una marcha en protesta por las desapariciones o torturas cometidas por Pinochet, vuela a Cúcuta a “defender los derechos humanos”. Supongo que la situación de Haití no le parece tan grave como para colaborar con ayuda humanitaria; ni que no quiere incomodar a Trump visitando la frontera estadounidense-mexicana para ver cómo se respetan o no los derechos humanos de los que quieren ingresar.
Por ejemplo, la derecha, obsesiva a niveles psiquiátricos con Bachelet, le ha reclamado que como Alta Comisionada de los Derechos Humanos condene en terreno a Maduro. Hasta un cantante que alguna vez recibió una gaviota en el Festival de Viña del Mar y aparecía con ella de la mano, ahora se da el lujo de insultarla de un modo que, por ordinario, no reproduciré.
Y en esta línea, Jacqueline Van Rysselberghe imputa a Bachelet un “silencio cómplice” frente a las violaciones de derechos humanos que imputa a Maduro. Si esas violaciones existen o no, es tema de otro análisis por ahora (yo creo que, si el mismo Human Rights Watch que condenaba a Chile condena hoy a Venezuela, hay que tomar atención, en todo caso). Mi punto no es ese. Mi punto es cómo es posible que alguien que apoyó entusiastamente a un gobierno abiertamente genocida y conocido en el mundo por las desapariciones forzadas, las torturas, el asesinato de un excanciller en Washington y el de un expresidente envenenado en una clínica y miles de atrocidades, no se sonroja al acusar a otro de “silencios cómplices”.
¿Quién es la reprochada? Una expresidenta de Chile que fue sujeto de agresiones de ese gobierno dictatorial y cuyo padre fue torturado y asesinado. Reconocida mundialmente como una líder de opinión.
¿Quién es la que reprocha? Una senadora UDI conocida apenas nacionalmente por emitir opiniones derechamente carentes de reflexión y agudeza intelectual, que cree, por ejemplo, que se puede ser pinochetista y al mismo tiempo condenar las violaciones a los derechos humanos, porque las cosas se pueden “separar” y porque el principio de no contradicción no está en sus registros. Es la misma persona que dijo que al Museo de la Memoria, que recuerda a las víctimas de los derechos humanos, le faltaba “contexto”, como si esos derechos no fuesen absolutos, sino “contextualizables” y “violables” en ciertos casos. Es la misma persona que insiste en que olvidemos los derechos humanos y nos quedemos con el supuesto (porque no es cierto, tampoco) desarrollo económico logrado por la dictadura; es la misma persona que señaló que volvería a votar por el “Sí” en 1988 para que Pinochet y sus colaboradores siguieran maltratando y violando derechos humanos por varios años más.
Ella, como la mayor parte de la derecha, tiene sus credenciales democráticas irremisiblemente cuestionadas debido a la dictadura que apoyaron, a los derechos humanos cuyas violaciones negaron, a los silencios concientes y cómplices que asumieron. No hay forma de creer en su bondad y sinceridad.
¿De verdad es Van Rysselgerghe la que va a pedir cuentas a Bachelet? ¿Y la va a acusar de silencios cómplices cuando ella fue de apoyos entusiastas a un dictador mundialmente reconocido como un genocida?
Un poco de pudor no estaría demás, creo yo.