Apoderarse de lo público y empoderar lo común: El caso Valparaíso
¿Qué hacer? Histórica pregunta que una vez pronunciada retumba en nuestra memoria generando una áspera incomodidad. Sabemos siempre lo mal que están las cosas. También sabemos lo maravilloso que será el futuro que imaginamos. Lo que no sabemos, y que evitamos discutir, es como llegar allá. De cierta forma es conveniente evadir el tema: las recetas y soluciones mágicas nos traen más problemas que soluciones. Sin embargo, quisiera meter los pies al agua y tocar el tema. Por tanto, tengo como objetivo en esta columna: examinar el problema histórico de la transición hacia una sociedad nueva; posteriormente indagar en como la Alcaldía Ciudadana ha abordado el problema del poder y la construcción de mayorías democráticas; y después de cómo ha creado las situaciones sociopolíticas que prefiguran el nuevo orden al que nos encaminamos.
1.- El Asalto al Palacio de Invierno y la revolución de la vida cotidiana
El momento más revolucionario no es el asalto al Palacio de Invierno, sino las transformaciones posteriores a él. Coloco en voz propia ideas que alguna vez pronunciase Íñigo Errejón, el líder de Podemos: el problema de la revolución, el poder y la transición socialista son debates históricos de las izquierdas, siempre presentes, aunque hoy cubiertos de un poco de óxido y polvo. Quizás valga la pena ahondar un poco en ellos.
El siglo pasado la tradición de izquierdas era muy amplia, el espectro abarcaba desde el stalinismo y marxismo soviético, hasta las corrientes libertarias y anarquistas de los países más remotos del globo. Dentro de ese abanico tan amplio, vale la pena recordar a un círculo de pensadores que se gestó en Hungría al alero de György Lukács: la Escuela de Budapest. Críticos del marxismo de la URSS, descubrieron que a pesar de los cambios en el modelo político y económico que había implementado el Partido Comunista, la vida cotidiana de las personas antes y después del socialismo era particularmente similar. A raíz de esta sospecha, desarrollaron toda una teoría centrada en la vida cotidiana, colocada como la dimensión fundamental de la existencia, como la más real de todas las realidades el conjunto de relaciones y actividades humanas que en suma y a la larga producen y reproducen lo que llamamos sociedad.
En otras palabras: la vida cotidiana es el espacio donde queda definida la realidad social. Es interesante, por ejemplo, las palabras del presidente de la CPC después de la reunión con Piñera: “de las cosas más importantes que tenemos es que el crecimiento que hemos tenido este año, baje a la realidad cotidiana de los ciudadanos”. El empresariado chileno entiende a la perfección (y probablemente sin haber leído una gota de marxismo), que es la cotidianidad lo que define el carácter del presente. En términos más gramscianos: en la vida cotidiana se produce el sentido común.
Siempre que debatamos respecto a estrategia socialista deberíamos preguntarnos, entonces, que efecto tiene cualquier medida en la vida cotidiana, y sobre todo: ¿qué vida cotidiana proyectamos hoy prefigurándola hacia la sociedad emancipada? Bajo esa lógica alzo el título de la columna y examinaré el caso de la alcaldía ciudadana para aquello. Repensar la sociedad desde la vida cotidiana nos puede llevar a la fórmula histórica del poder popular y la democracia radical. Llegar a la institución no es más que un medio para desbordarla y transferir desde ella el poder político a las comunidades empoderadas y conscientes, para que sean ellas y no el aparato burocrático quien defina los parámetros de la cotidianidad y con ello, de la sociedad.
2.- Apoderarse de lo público: emerge la Alcaldía Ciudadana
La dictadura se esmeró en romper el tejido social existente. Para ello no solo desarticuló la organización popular, sindical y campesina, sino que trajo consigo un modelo que atomiza la sociedad al punto de que la gente considere la democracia como un mal necesario y al vecino como competencia. El individualismo neoliberal combinado con los gobiernos tecnócratas y elitistas que configuró el duopolio, terminaron por alejar a la gente de las decisiones democráticas, reducir la participación ciudadana al mero voto y generar desafección por la política.
Valparaíso antes de la Alcaldía Ciudadana era lo que se llama tierra de nadie. Una ciudad manoseada por la Concertación y la derecha. La localidad estaba repartida entre empresarios: las inmobiliarias tenían negocio redondo en el Parque Pumpín; el T2 y el Mall Barón eran casi un hecho; los contratos truchos listos para renovarse; etcétera. Justo ahí emergen las primarias ciudadanas, Jorge Sharp sale electo, disputa la alcaldía con más esperanzas que certezas y para sorpresa de muchos, gana.
Instalarse en el municipio no sería tarea fácil, dado que no solo se llegaba a administrar el Estado, había un imaginario detrás de aquella conquista. Aquel ideario de emancipación requería de una base social que fuera protagonista de las transformaciones locales. Ocurría que era difícil ‘constituir base social’ desde la institución, la base social estaba, solo que desentendida del Estado. El problema era: ¿cómo logramos hacer de lo estatal algo verdaderamente público? Esta primera etapa, podría ser caracterizada como lo que se llamó la nueva forma de hacer política, que no es más que administrar bien las instituciones: gestos de cercanía con las personas, políticas de austeridad y transparencia, reconocer el trabajo de los funcionarios municipales, etcétera. Llegar a la municipalidad, significó, aplicar una serie de medidas y realizar una cantidad de acciones que en lo cotidiano permitieran a los porteños, mirar con buenos ojos a la alcaldía, entenderla como suya, de todos, verdaderamente pública. Recuperada la confianza faltaba empoderar lo común.
3.-Empoderar lo común: la democracia cotidiana y el nuevo orden
Los zapatistas hablan del derecho a ‘gobernar y gobernarnos’, es justamente el municipalismo lo que hoy hace factible el autogobierno de los pueblos. Pensar en la transición hacia una sociedad emancipada significa hablar de políticas prefigurativas que dibujen en la vida cotidiana las formas del nuevo orden de lo humano. En ese sentido (esta es mi idea clave) si aún creemos que es posible un mundo nuevo, debemos revitalizar nuestros principios utópicos, dado que son ellos-lo que se llama principio esperanza- los que permiten el movimiento histórico.
El principio de esperanza hoy recae en la disputa por un nuevo sentido de lo humano, de la vida humana; disputar el Estado es desvanecerlo, superarlo, para que emerjan los pueblos empoderados, efectuando un autogobierno del común, repensando su cotidianidad revolucionariamente, y sobre todo, colectivamente. Ahora quedaría preguntarnos: ¿Cuál es el principio esperanza que aparece en Valparaíso?, ¿de qué sentido de lo humano estamos hablando?, ¿qué cambios en la vida cotidiana dibujan una sociedad nueva?
Retomaremos…