Historiadora analiza las movilizaciones de los chalecos amarillos y la compara con la revolución francesa: "Desde la Marsellesa a la imagen de Macron como Luis XVI"
La historiadora Sophie Wahnich confronta el periodo actual con la Revolución francesa, desde La Marsellesa a la imagen de Macron como Luis XVI: paralelismos posibles, comparaciones exageradas y potencialidades en acción.
Sophie Wahnich es historiadora, directora de investigación en el CRNS [Centro Nacional de Investigaciones científica], especialista de la Revolución francesa, a la cual ha dedicado numerosos libros, recientemente La Révolution française n’est pas un mythe [La Revolución francesa no es un mito], que acaba de ser publicado por las ediciones Klincksieck. En este libro, continúa la reflexión iniciada en su trabajo precedente, L’Intelligence politique de la Revolution française [La astucia política de la Revolución francesa] donde consideraba que no era necesario extraer del pasado “modelos”, sino más bien “luces”, con el fin de transmitir “un espíritu y herramientas más que modelos”.
Para el medio francés Mediapart, la historiadora compara las movilizaciones actuales, donde La Marsellesa no ha dejado de ser cantada y la referencia a 1789 es asumida, con el periodo revolucionario.
[caption id="attachment_258928" align="aligncenter" width="1017"] Foto: Sophie Wahnich[/caption]
-¿Cómo una historiadora de la Revolución francesa observa lo que está ocurriendo en Francia?
-Sophie Wahnich: el escenario que se desarrolla se asemeja sin duda más a las sediciones descritas en su momento por Maquiavelo en el Discorsi [Discursos sobre la Primera década de Tito Livio] que a las revueltas revolucionarias cuyo proyecto político, inmanente, es bastante más claro. Lo que no quiere decir que no haya potencialidades revolucionarias en lo que ocurre hoy, especialmente porque los motivos de aquellas sediciones se encuentran en una suerte de lucha de clases entre el popolo minuto [artesanos y campesinos] y el popolo grosso [nobles], activada por los excesos del popolo grosso, de la alta nobleza.
“A menudo, nos dice Maquiavelo, los problemas son provocados por los pudientes, porque el miedo a perder engendra en ellos el mismo deseo que hay en aquellos que ansían adquirir. De hecho, los hombres no se sienten seguros de poseer algo si no aumentan lo que ya tienen. Además, teniendo mucho, ellos pueden provocar problemas más violenta y potentemente”. Se trata de querer dominar y acumular cada vez más, y de esta manera empobrecer e irritar al pequeño pueblo que solamente quiere vivir dignamente. Ya que según Maquiavelo “el pueblo no quiere ni ser dominado ni oprimido por la alta nobleza, mientras que la nobleza desea mandar y oprimir al pueblo”. Si, para él, todos los hombres son “malos”, no lo son en partes iguales. Los alta nobleza y pequeña nobleza lo son naturalmente mucho más que los otros, porque su deseo apunta a un bien particular, mientras que el deseo del pueblo apunta a la necesidad de un “beneficio” universal - la libertad de todos identificada con su seguridad. Esta asimetría de deseos no se puede reducir a un antagonismo corriente, a un simple conflicto de intereses, ya que lo que está en juego en cada ocasión es la posibilidad de inventar una concepción de la libertad sin dominación. Y eso, sí, tiene potencialidades revolucionarias.
Sin embargo, las circunstancias estructurales entre el periodo actual y el periodo revolucionario no son las mismas. Hacia fines del siglo XVIII y en 1789 existe un proceso de elaboración de la libertad, una crítica hacia el autoritarismo, una aculturación de la ilustración que es posible encontrar tanto en las clases populares, a través de las ideas difundidas en los almanaques y las enciclopedias populares, como en los círculos letrados que frecuentan las academias y los salones.
El momento actual parece más ambivalente. Evidentemente, las personas tienen educación, y los lugares de la educación popular se han multiplicado, pero no están preparados de la misma manera, los buzz en las redes sociales y los reality shows no preparan para soportar los tiempos nocivos, sino que promueven la manifestación.
-La sensación que tenemos sobre la gran heterogeneidad política del movimiento proviene sin duda de ahí. No hay formación ideológica discursiva unificada, cada uno tiene su propio programa. En este contexto de desamparo, las luchas se desarrollan en el día a día y la contra-hegemonía cultural de la extrema derecha está lejos de haber ganado la partida.
-Es una buena noticia el vernos enfrentados a personas “furiosa pero no fascistas”. Incluso si vemos un esfuerzo de parte de la extrema derecha, en Alemania o en Holanda, de colocar a los “chaquetas amarillas” de ese lado.
Dicho esto, la estructura sociológica de las movilizaciones actuales resulta muy interesante porque responde a la de los “sans-culottes” [sin calzones]. Nos enfrentamos, tanto hoy como ayer, con “hombres hechos”, retomando la expresión del historiador Michel Vovelle: padres de familia, trabajadores, que no quieren que las generaciones futuras vivan peor que ellos. Fue como ellos, como hombres que habían fundado una familia y que querían una mejor vida, que los “sans-culottes” hicieron la revolución. De esta manera el periódico Le Père Duchesne [El padre Duchesne] de Jacques-Réné Herbert se preguntaba: “¿valientes sans-culottes, porque hicieron la revolución? ¿No fue acaso para ser más felices?”. Para él, “desde hace mucho tiempo que los pobres sufren y estiran el bolsillo. Para ser más felices es que ellos hicieron la revolución”. Es comparable a lo que vemos hoy y, por esta razón, lo que pasa en este momento es bastante diferente a las revueltas del 2005 donde se reclamaba el fin de la invisibilidad, el respeto y la inclusión de los habitantes de los guetos periféricos.
El otro punto de comparación, superficial pero que hay que señalar, es la inequidad de la base fiscal del impuesto. Los grabados de la época revolucionaria muestran a figuras populares siendo aplastadas por la nobleza y el clérigo. Hoy, la cuestión sería similar con los banqueros y accionistas, y los gobernantes que los protegen. El sentimiento común de humanidad supone la igualdad frente a los impuestos. Hoy, las personas son suficientemente conscientes por la experiencia de degradación del nivel de vida como para darse cuenta que la carga de la ecología está repartida desigualmente. No rechazan la transición ecológica, sino el hecho que esta recaiga sobre los ciudadanos de manera desigual.
El tercer punto de comparación posible se encuentra en el hecho que el poder está demasiado lejos, y que ha perdido mucha credibilidad. Con la particularidad propia de que Macron hizo promesas a la derecha y a la izquierda, y que muchos creyeron que haría una política de padre de familia, y que una parte de ellos es particularmente furiosa como para transformarlo en un tirano
-Se escuchan hoy palabras como “rebelión”, o incluso “insurrección”, pero muy poco la palabra revolución… ¿Una revolución comienza siempre por los disturbios?
-No. la Revolución francesa no comenzó por un disturbio, sino como una subversión, si consideramos que la revolución inicia con los Estados generales. El 14 de julio, el pueblo está en la calle para defender lo que tuvo lugar entre mayo y julio. Pero puede haber aprendizajes que circulan rápidamente en el periodo pre-revolucionario. Incluso si las personas que hoy se manifiestan no participaron de las luchas contra la Ley del trabajo [en 2016], e incluso si para mucho es la primera vez que lo hacen, ellos han visto la circulación de estrategias y no llegan a la calle ingenuamente.
-¿Le sorprende el lugar que ocupa La Marsellesa en las movilizaciones durante estas últimas semanas?
-Creo que eso es gracias y a causa del fútbol. El cual permite estar juntos, cantar al unísono, formar parte alegre del coro. Es una manera de producir el efecto de muchedumbre, en el sentido tradicional del término. La canción es un objeto que establece un vínculo entre cada uno y permite a cada uno sentirse más fuerte. Si no tuviéramos el fútbol, y solamente la escuela, las personas no conocerían La Marsellesa y no veríamos este uso. Pero es una utilización dialéctica. Ocurre que, en Francia, el himno nacional, contrariamente a otros países, es también un canto revolucionario. A propósito, me parece que no hay que entender la letra de esta canción del siglo XVIII bajo el escenario de hoy. La famosa expresión “sangre impura” designa, durante la época, la cuestión de lo sagrado y de la libertad, que se considera sagrada. Sangre impura se refiere por tanto a quienes rechazan la libertad. Puede ser que hoy ciertas personas digan “sangre impura” porque son fascistas, pero ese no es el sentido original.
Lo que es cierto es que la movilización actual no tiene otra perspectiva que la nacional. No se interesan de ninguna manera por lo que recientemente ocurrió en Gran Bretaña, con el movimiento Extinction Rebellion. No obstante, incluso si la extrema derecha está presente en las manifestaciones, hay una heterogeneidad de manifestantes que me parece, en los hechos, contraria a lo que quieren los movimientos de extrema derecha.
-Desde el sábado pasado, existe una focalización sobre la “violencia” de las manifestaciones, pero parece impactar menos que otras situaciones donde el nivel de violencia parecía, sin embargo, mucho menor. ¿Cómo explicar esto?
-Domina la idea que la violencia producida en las movilizaciones es una violencia que retorna. Hay algo revolucionario ahí, en la manera de rescatar la violencia experimentada. Para que la violencia pueda ser vista como algo aceptable, incluso legitimo, a los ojos de muchos, es necesario que haya habido mucha moderación antes. Lo que ocurre se parece a la toma de las Tullerías, que no se sitúa al inicio de la Revolución francesa, sino que se produce luego de múltiples reclamaciones pacíficas a favor de la justicia, después de que eso no resultara. Esto crea una forma de violencia que desorienta, porque se siente como inevitable. Hace veinte años que se repite que esto iba “explotar”, entonces cuando la situación explota no podemos encontrar que sea complemente ilógico o ilegítimo.
Durante la Revolución, el ciudadano Nicolau, de la sección de la Cruz Roja, había defendido la idea de un pueblo “verdaderamente soberano y legislador supremo”, al cual ninguna autoridad podía privar del derecho de opinar, de deliberar, de votar y por consecuencia de hacer visible mediante peticiones el resultado de sus deliberaciones, de los propósitos y motivos de sus intenciones. El esperaba “que los franceses no se encuentren en la lamentable necesidad de seguir el ejemplo de los romanos, y de usar contra los mandatarios, algo distinto al derecho humilde y modesto de petición que se intentó arrebatarles, sino que el derecho imponente y terrible de resistir contra la opresión, conforme al artículo número 2 de la declaración de los derechos”. El padre Gregorio decía igualmente: “si ustedes le retiran al ciudadano pobre el derecho a hacer peticiones, lo apartan de la cosa pública, lo transforman inclusive en enemigo. Sin poder quejarse por las vías legales, el se sumirá en movimientos tumultuosas y antepondrá la desesperanza en lugar de la razón”. Estamos aquí.
En Francia, solo existe el derecho a votar y no hay posibilidad de dirigirse al poder, salvo a través de las manifestaciones. A Macron no le gustan los cuerpos intermedios, pero sin cuerpos intermedios el tumulto aparece rápidamente.
-¿Cómo se entiende que las referencias a mayo del 68, o incluso a la Comuna de París evocadas frecuentemente durante las movilizaciones contra la ley del trabajo [2006], estén mucho menos presentes hoy que las de la Revolución francesa?
-La comuna de París es una referencia del movimiento obrero y una referencia intelectual. Les interesa a ciertos grupos, pero no al conjunto de los ciudadanos. Y también no es tan alegre como la última, porque la comuna sigue siendo una derrota, mientras que la Revolución francesa es, al menos parcialmente, una verdadera victoria. Incluso si esta no fue total, la Restauración [1815-1830] no permitió el retorno del Antiguo Régimen, puro y simple, y es bastante más agradable referirse a una victoria que a una derrota.
Además, los “chaquetas amarillas” no pertenecen al movimiento obrero, aunque sean trabajadores. Muchos nunca se habían manifestado antes, lo que fue también el caso de las movilizaciones contra Ben Ali en Túnez.
Y, contrariamente a 1968, la cuestión de fondo no se relaciona con el espíritu libertario, sino que es familiar. En 1968, la cuestión era inventar una vida fundada en otras normas. Ahora, se trata más bien de una forma de la lucha de clases, del vínculo con el Estado más que con las fábricas, lo que hace que mayo del 68 sea una referencia menos disponible que la Revolución francesa.
Todo el mundo se pregunta hacia dónde nos dirigimos ahora. ¿Los historiadores pueden aportar algo de claridad?
-El historiador puede señalar lo que resulta nuevo en el movimiento, hacer un “diagnóstico del presente”, como decía Michel Foucault, pero su trabajo no es imaginar. Nadie puede saber hacia dónde se avanza, inclusive aquellos que participan del movimiento. De todos modos, resulta interesante ver que las personas asumen lo que hacen, asumen el gesto político y trágico, asumen incluso la inmoralidad, especialmente cuando la conducta normal de esta época es eludir los gestos políticos.
Los dos escenarios actuales posibles, el Estado de urgencia y la disolución del parlamento son igualmente coherentes. El primero significaría un mayor autoritarismo. El segundo conduciría a reconocer que la crisis política es real y que son necesarios nuevos representantes. Semejante escenario implicaría entonces una verdadera dimensión revolucionaria.
Pero si se quiere defender el orden neoliberal, será necesario hacer mayores esfuerzos para mantener un orden que hoy está impugnado, aunque esto parece complicado, porque lo que estamos viviendo son también las consecuencias de la destrucción progresiva del aparato del Estado, del hecho que haya menos policías disponibles, y que sin duda será imposible controlar París y las provincias al mismo tiempo. Especialmente porque vemos que muchos policías están hartos y comparten algo de la rabia expresada. Si el aparato estatal que tiene el monopolio de la violencia es susceptible de avanzar en la dirección de los insurrectos, sería verdaderamente una revolución. No estamos ahí, pero esto puede ocurrir rápidamente.
-Este movimiento se posiciona frontalmente contra los lugares y los símbolos del poder, ya sea por la voluntad de alcanza el Palacio del Elíseo o de atacar los símbolos del capitalismo mundial de los barrios distinguidos de una metrópolis emblemática. ¿Es esto un indicio del carácter revolucionario de la lucha?
-No estoy segura. Podemos imaginar que la extrema izquierda expresó de esta manera su anticapitalismo. Pero si tomamos un poco de distancia, en un comienzo las movilizaciones se realizaron en las rotondas. Hoy, se acercan a los lugares del poder, porque este último no responde a la rabia. De este punto de vista, el incendio de la prefectura de Puy-en-Velay [comuna situada al sureste del país] me parece bien sintomático. Fue atacada como se podía, en la época revolucionaria, quemando los castillos sin buscar necesariamente matar a sus dueños. Aquí, me parece que se atacan ante todo a los símbolos de un poder republicano que crea leyes mediocres y no a los lugares del dinero.
*Texto publicado en el medio Mediapart, diciembre de 2018. Texto traducido para El Desconcierto por Javier Rodríguez.