Gaza, otra vez: Los precarios análisis de la prensa y la construcción de la noticia
Gaza, pocas letras para millones de bombas que no han dejado de llover. No existe ya un momento excepcional, sino una normalización del bombardeo. Y ¿por qué? Preguntarán con el cinismo de siempre. Algunos politólogos argumentarán en orden a una extraña explicación acerca del "fundamentalismo religioso", de la falta de "democracia" o incluso de lo terriblemente oprimidos que están los palestinos a "causa de Hamas". Todas explicaciones fuertemente anudadas al discurso racista de corte “culturalista” que impera con toda impunidad en los grandes medios masivos.
Cierta prensa destaca que más de 700 cohetes qassam han sido lanzados por Hamas contra Israel y que, este último habría intensificado los bombardeos. El efecto del discurso consiste en construir mediáticamente a un conflicto como si éste se desatara entre fuerzas equivalentes: “Hamas” por un lado e “Israel” por otro; en donde el bombardeo israelí estaría, en el fondo, “justificado” en virtud del ataque no dicho, pero insinuado perpetrado por Hamas.
La construcción de la noticia se articula en lo que Judith Butler llamó en su momento un “marco de guerra” que, como tal provee de un encuadre que, como tal, no ejerce simplemente la censura sobre un hecho noticioso específico, sino que establece las condiciones de edición que determinarán los límites entre lo visible y lo invisible, entre lo que se puede decir y lo que debe quedar en silencio.
El “marco de guerra” son las condiciones establecidas por el poder para ver lo que el poder quiere que veamos; que en este caso inscribe al conflicto como algo “excepcional” que, implícitamente, todo habría comenzado con el ataque perpetrado por los misiles de Hamás contra las dependencias israelíes. Israel aparece como si fuera la entidad de paz, Hamás la de la guerra, Israel como si fuera el lugar de la civilización, Hamás el de la barbarie. Como bárbaros, no tienen rostro, tampoco habla. Por eso, no se nos está permitido conocer sus motivos, pero si, supuestamente los de Israel: la supuesta “defensa” contra los misiles lanzados por Hamás.
El “marco de guerra” nos provee de un lente. Y un lente que no ve algo que está fuera de su enfoque, sino algo que se produce en virtud del mismo.
En este sentido, no hay un “exterior” (una realidad objetiva con la que lo pudiéramos contrastar) al propio “marco de guerra” sino una producción incesante de verdaderas fake news que tienden a reproducir la imagen ofrecida por las nuevas formas en las que se expresa el orientalismo: los musulmanes serán bárbaros, exentos de habla, impulsivos, autoritarios, fervientes detentores de una violencia constitutiva contra el pacífico Israel que expresa la civilización, que son racionales, democráticos y fervientes promotores de la paz por todo el planeta.
El “marco de guerra” se sostiene en base a un paradigma civilizatorio que se articula en el nuevo registro culturalista del racismo contemporáneo: Hamás será representante de los musulmanes que pretenden “dominar el mundo” (curioso espectro que reedita la fórmula nazi contra los otrora judíos) e Israel de los judíos que, siendo la “víctima absoluta” de la historia –la víctima de las víctimas, la víctima excepcional, aquella que aún en su sufrimiento ha sido elegida por Dios y que en la figura de la víctima, sigue extendiendo su fariseísmo ahora bajo la figura del tan repetido “Holocausto”- pretende tener derechos excepcionales frente al “resto” de los pueblos.
El código con el que se construye el conflicto es el del “culturalismo”, según el cual, lo que estaría en juego aquí sería la “religión”. Todos los problemas políticos constituirían problemas etno-confesionales, he aquí la premisa del racismo contemporáneo, del culturalismo. Supuestamente, en los países de Medio Oriente donde no habría tenido lugar la amada y acrítica secularización, el problema decisivo sería etno-confesional, situando a la religión como el factor que se expresaría milenariamente en la diferencia entre shiítas y sunníes y, en la actualidad, entre los judíos del Estado sionista y los movimientos políticos musulmanes (palestinos) como Hamás. Todo aparece como si fueran conflictos etno-confesionales y jamás asuntos políticos de una envergadura esencialmente colonial. El Pilatos europeo se lava las manos y oblitera contarnos esa historia de piratería organizada denominada colonización que comenzó hace más de 500 años cuando el circuito europeo-atlántico comenzó a dominar el mundo (y el nuevo mundo) de ese entonces. Desde la conquista hispana a la configuración de la OTAN no hay más que un solo paso.
Recientemente, un periodista de TVN (especializado en relaciones internacionales) señaló que los ataques de Hamás contra Israel estarían coordinados con el Estado Islámico. Curiosa figura: hace no pocos años no supimos de ningún misil que los miembros del Estado Islámico hubieran lanzado contra Israel y, mas bien, supimos de su intento por destruir a Hamás, acusándolo de ser un grupo idolátrico en virtud de su apuesta por la liberación nacional de Palestina. Como diría el recientemente fallecido Samir Amin, y a pesar de las apariencias, los movimientos islamistas, salvo Hamás y Hezbollah que constituyen movimientos de resistencia a favor de la causa palestina, han sido muy afines a los intereses imperiales.
Tales enunciados emitidos por la prensa, perpetúan el bombardeo que los israelíes desencadenan sobre Gaza, pero ahora en clave semiótica, articulando un determinado “marco de guerra” que viene a producir escenarios en los que se desenvuelven límites entre lo visible y lo invisible, entre un decir condicionado por dicho marco, versus un no dicho que parece no poder asimilarse a él.
Precisamente, la guerra semiótica que hace del sionismo la gran víctima de la humanidad y que abraza tentacularmente las interferencias posibles, no dice nada acerca de la única cuestión decisiva: que no se trata aquí de una “guerra” entre fuerzas equivalentes, tampoco de un conflicto entre la “civilización y la barbarie”, menos aún de un asunto “religioso” entre fuerzas milenarias expresadas en musulmanes y judíos (muy lejano a la historia de convivencia entre ambas confesiones), sino de un conflicto estrictamente colonial en el que está en juego, nada más ni nada menos, que la apropiación de la tierra.
Se trata de una colonización que se ha profundizado con los años y que, sin embargo, a diferencia de otras formas de colonización (como la británica o la francesa) que dirigían toda la brutalidad y sus genocidios a la inclusión de la población nativa a los marcos de la metrópolis, la colonización sionista no pretende la inclusión, sino la expulsión permanente, cuestión que se expresa en la consolidación de una verdadera sociedad de apartheid en la que Gaza se transforma en un verdadero campo de concentración a tajo abierto, cristalizando así el extremo del proceso colonial.
Hace algún tiempo, aparte del bloqueo sobre Gaza, Israel ha mantenido permanentemente los bombardeos. Y que los palestinos lancen cohetes de factura amateur contra uno de los ejércitos más fuertes del planeta, no dice nada más que es un pueblo que resiste. No importa si es Hamás –ayer fue el Fatah o agrupaciones de diversa índole- lo importante es la resistencia. Los palestinos resisten. No se conciben a sí mismos bajo la indignidad farisea de una “víctima absoluta”, sino de un pueblo que recupera su potencia a contrapelo de 70 años de colonización.
Mientras los israelíes perpetúen el muro de segregación, mientras impidan a los palestinos retornar a su tierra, mientras mantengan sus tropas en Territorios Ocupados para alimentar el capital financiero de los famosos “asentamientos” seguirá habiendo resistencia. Y tal resistencia no se da sólo en territorio palestino sino en diversas partes del mundo, pues Palestina simboliza hoy el “derecho a tener derechos” frente a la arbitrariedad insondable de la maquinaria israelí y sus formas de destrucción masiva.
Gaza no es cualquier lugar. Es el no-lugar por excelencia. Aquél que los israelíes insisten en transformar en un campo de concentración a tajo abierto y que, sin embargo, los palestinos no pretenden más que habitar. Y, tal como subrayaba el filósofo Gilles Deleuze (uno de los pocos que, en la escena intelectual francesa, suscribió su apoyo al pueblo palestino) respecto de los palestinos, hacerlo como todos los pueblos de la tierra (por eso la insistencia palestina en el derecho internacional) jamás como un pueblo excepcional