Recordando a Joane en los relatos de las mujeres que están
Para este domingo 30 de septiembre las Organizaciones Migrantes y chilenas por los Derechos Humanos están convocando a una marcha en memoria de Joane Florvil: “¡Basta de silencio e indolencia! Marcha familiar, 11.00 hrs. Bellavista con Recoleta”, versa el llamado. En la gráfica, diversos puños y manos alzadas sostienen el cartel que dice “Dignidad, justicia y humanidad para todas, todos y todxs”.
Para algunos, su muerte lleva una suerte de sino trágico asociado a Haití y su destino. Pero lejos de las interpretaciones de realismo mágico y misticismo, aquí hay un dolor, una herida abierta que habla de nosotros/as como sociedad. No conocía a Joane. Solo sé lo que leí en su momento: “La acusaron, la detuvieron y criminalizaron por abandonar a su hija. Luego supieron que todo había sido una confusión, donde el problema había sido el idioma” (Carla Ruiz, 07/10/17). La confusión que tenemos es la de jerarquizar a las personas y construir distancias verticales entre un “ellas” y un “nosotros”. La de pensar que hay personas moralmente más aptas que otras, de dejarnos llevar por un sentimiento de superioridad moral. Yo ahora también estoy juzgando y quiero ser cuidadosa, porque asumo que podría haber sido alguna de las personas que estaba en esa Oficina Municipal de Protección de la Infancia, absorta en mi rutina, apurada, sin ganas de entender, pensando que una comunicación y entendimiento entre nosotras no era una alternativa posible.
Es la tragedia de nuestro encierro mental, de nuestro mundo pequeño. De nuestro racismo, clasismo y sexismo entrelazados en una trenza asesina. Uno de los reportajes publicados en su momento dice que no pasaron diez minutos desde que Joane saliera de la Oficina Municipal a buscar ayuda, cuando ahí iniciaron acciones para denunciarla por abandono de lactante. Otro, lleva una foto de ella, esposada por dos policías. Su rostro bañado en lágrimas. Su mirada de dolor traspasa. Karen Vergara ahí escribe: “Joane Florvil, intenta comunicarse, pero frente a ella hay un muro invisible. Nadie se presenta para intentar mediar en la situación, la presunción de inocencia se diluye. La joven madre es haitiana, nadie logra entenderla […] Joane solo llora y gesticula en un idioma incomprensible para la gran mayoría de chilenos”. Denunciar primero, preguntar después. Qué diferencia tendría con la frase “disparar primero, preguntar después”, cuando ya conocemos el desenlace. Somos todas y todos responsables de que esta historia no se borre así como si nada, que de su narración algo aprendamos.
Ya no se puede retroceder en el tiempo para Joane ni para su familia. Son muchas las brutalidades por las que tuvo que pasar en cada institución del Estado, que alcanzaron a quedar descritas en la prensa. Si nos pudiésemos remontar al hecho inicial, solo bastaba que en ese momento, que alguien le dijera “dame el número de teléfono de un amigo que hable español: Ban mw nimewo telefon yon zanmi w ki pale español. TELEFON- ZANMI- ESPAÑOL”. Entiendo que era un servicio público, donde hay teléfonos que tienen acceso a llamadas a celular. Joane ni siquiera tendría que haber salido del edificio.
La situación se solucionaba con contactar a alguien que pudiera traducir, explicarle y ponerlo/a en el altavoz. No he conocido una persona haitiana en Santiago que no tenga amigos/as o familiares de su nacionalidad acá. En cada comunidad hay líderes, personas que además de la representación política, hablan español. También hay gente que sin ser representante de su comunidad domina nuestras formas dialectales, adoptando hasta el acento. Ya sea porque antes se vivió en otro país o porque llevan años acá. En cuanto a los líderes, algunos/as incluso ejercen la mediación y la traducción en escuelas, hospitales, fiscalía y consultorios. Me pasó haber estado con alguno y que lo llamaran para traducir en el momento, y él sin problema lo hizo con gusto y desinteresadamente. Es fácil ubicarlos a través de los municipios, de las organizaciones eclesiásticas y sociales que trabajan con migrantes. Solo marcar el anexo de la oficina local de migrantes (de no haber traductor, se consigue un número a través de esa red). Si no contestan, googlear, “clases de español para haitianos”, “Embajada de Haití”. Era muy probable que de andar Joane con algún teléfono, habría tenido números de quienes podían asistir remotamente a ella y a los/as funcionarios/as.
Si quienes estaban en esa oficina, ese día, a esa hora hubiesen sabido lo que iba a pasar, tal vez alguien se habría visto con el tiempo de acompañarla, de ayudarla… ¿por qué no operó el ingenio del chileno? ¿Por qué no se desplegó esa solidaridad que podemos sacar de norte a sur? Cuando se está en una situación extrema, el cuerpo encuentra formas de comunicar. Emisor-receptor-mensaje. El canal se improvisa, se crea. En el mundo hay instituciones que han entendido la necesidad de comunicación en aras de la diversidad. Busco en Internet “traducción y mediación intercultural en servicios públicos” y aparecen- solo en español- “cerca de 196.000 resultados” ¿Sirve de algo pensar en esos 196.000 resultados, cuando lo que estamos conmemorando es que Joane injustamente no está? ¿De qué sirve pensar en supuestos, si para Joane el tiempo no puede volver atrás? ¿Qué le podemos decir a su hija?
No es el “problema de la comunicación”. Es nuestro racismo, nuestra falta de empatía con esa persona que está frente a nosotras y quiere decir cien y sus palabras solo le permiten decir diez o cero. Este último tiempo he compartido con un grupo de mujeres haitianas con quienes nos une la maternidad y la edad de nuestros/as hijos/as. Me han hecho ver que se apoyan en su comunidad y experiencia para asumir este rol. Mirar la maternidad como una etapa de la vida en colectivo, antes que como una suerte de ejercicio apocalíptico, donde la mujer es sometida al más estricto juicio humano e intergeneracional. Como algo que está sucediendo ahora y cómo sea, hay que echar palante. Que las niñas y los niños necesitan espacio para moverse y que jugando juntos/as en libertad compensan energías y crean, también colectivamente. Que nosotras conversando cruzamos planos hasta donde ya no es materia quién nació dónde, pero no se olvida el esfuerzo que cada una hizo para estar pisando la misma tierra. Me han confiado importantes cosas. Entre ellas, sus opiniones. No solo lo que han vivido a través de diferentes países, sino que cómo ellas significan estas experiencias. No conocía a Joane, pero sí tengo claro que debió haber tenido una visión sobre el país, que haber sido madre lejos de casa le debió haber movido emociones. ¿Qué sintió en ese momento? ¿Quién estuvo con ella?
De la misma manera, puedo intuir que debió haber una razón por la cual no hablaba español. Sara y Kathy me contaron que fueron los niños que cuidaban en sus trabajos los que le ayudaron mucho a avanzar con el español, cuando era imposible asistir a un curso estandarizado.
Me imagino que la maternidad para Joane no estuvo exenta de dificultades. De hecho ella estaba buscando recuperar la documentación familiar, con mayor premura la de la niña y el carnet del consultorio de esta. A veces no hay redes, todas las amigas y mujeres de confianza están trabajando. Que la sala cuna los viernes atiende hasta el mediodía y un viernes al mes cierra. Que eso se hace incompatible con la cosmovisión del empleador. Sandra lleva meses sin trabajar por esa razón y Yanely, está con un trabajo parcial, porque su hijita-como muchos/as niños/as en Santiago- sufre cada invierno con la contaminación y el frío. Le ha tocado peregrinar a toda hora con la niña en brazos a la urgencia, al consultorio, a la farmacia. Conocer el sistema de salud con la adrenalina de ver que tu hija está mal y no saber qué tiene, cómo ayudarla a que respire, ni cuánto es lo que puede aguantar. Queda la alternativa de buscar trabajos nocturnos, como la venta de café en los mercados mayoristas donde la carga y descarga se hacen de día y de noche, lo que en un tiempo desordena el reloj biológico, pero es alternativa para lograr subsistir (cuando en tu casa hay alguien te releve en el cuidado de los/as niños/as a esa hora).
Más de alguna vez he escuchado “que las haitianas aquí vienen a tener hijos”. Y yo a ellas, en diferentes oportunidades las he escuchado decir que “este es el único”, que no tendrán más, porque la cosa está muy difícil. No conocía a Joane. Ella no puede hablarnos. Sí su historia, porque nos involucra como sociedad y país. Joane no podrá como mis amigas, contar a una extraña lo que vivió cuando no podía hablar español y en su tránsito, era objetivada con distancia bajo distintos imaginarios que tal vez nunca tuvieron nada que ver con ella, con su personalidad, con sus intereses. No puede hablarnos, ni en castellano, ni en creole, aunque en Santiago sean muchas las personas capacitadas para traducirnos. Ahora más que nunca deseo entender y que se entienda ampliamente qué fue lo que le pasó y por qué.
Por Joanne, por las mujeres madres, por las amigas y las desconocidas. Por las inmigrantes, por todas sus y nuestras compañeras. Por su hijita: NUNCA MÁS.