A 25 años del incendio de la Divine: Olvido sin justicia
Hace 25 años, en la noche del 4 de septiembre de 1993, la semifinal del mundial de fútbol sub 17 mantuvo despertó a gran parte del país. Se enfrentaban Chile y Japón en disputa por el tercer lugar y la selección nacional ganaba en la cancha. Paralelamente, en un tercer piso de una vieja casona porteña, un panorama muy diferente se desataba.
Cerca de 70 personas llegaron esa noche a Chacabuco 2687 a bailar a la Divine, una discoteque gay de Valparaíso que recibía a santiaguinos, porteños y viñamarinos por igual. La Divine estaba en el sector El Almendral y era uno de los pocos espacios para homosexuales que existían en el país. En 1993 el país se preguntaba qué significaba estar en tránsito hacia una democracia (pregunta que aún no encuentra una respuesta). En el mundo LGBT, en tanto, recién se comenzaban a abrir espacios de expresión post dictadura.
Era una noche de alegría. La Connie -divina en sus tacones- haría su show. La música sonaba y la gente bailaba en la discotheque del tercer piso. El suelo estaba alfombrado al igual que las paredes. Estaba bonita la Divine, se había amononado, tenía televisores nuevos y muchas luces, la música sonaba fuerte y el espectáculo atraía a mucha gente.
De repente apareció el humo, algunos dicen haber escuchado una explosión en la puerta, como de una bomba golpeando, y las llamas se asomaron descontroladas. El pánico se desató dentro de la Divine, algunos corrieron al baño, otros a la salida de emergencia, un par buscó alguna ventana para escapar del fuego, resistiéndose a esa horrorosa forma de morir, cambiándola por otra un tanto mejor. La Connie también huía, iba a la salida de emergencia, pero nunca se abrió, un candado lo impedía, y murió aplastada entre la desesperación de los asistentes.
La historia de la Divine no tiene un final glamoroso, es una historia triste que despierta rabia, pena y memoria. El caso no ha sido tomado con la seriedad que merece, ni en su momento ni en la actualidad. Esto queda claro con sólo mencionar que la cifra de heridos y fallecidos nunca se ha sabido con certeza, esto principalmente porque el país no sabe cómo abordar estos temas, prefiere callarlos e invisibilizarlos. Muchos afectados no reconocieron jamás su presencia en la discotheque esa noche debido al miedo, al juicio, a la vergüenza de ser apuntados con el dedo.
Durante muchos años el origen del incendio se mantuvo en una nube de interrogantes, cabos sueltos y desconfianzas. Los peritajes policiales indicaron que una falla en las instalaciones eléctricas fue la responsable de iniciar de las llamas, otros no creyeron eso y levantaban la hipótesis de un atentado homofóbico; decían testigos que desde un auto arrojaron una bomba. Lo cierto es que los procesos fueron irregulares, no hubo careos, no se recogieron todos los testimonios, hubo mucho miedo de hablar (no olvidemos que la dictadura no estaba tan atrás como se decía, y hoy tampoco), la violencia y la persecución siempre están a la vuelta de la esquina.
El caso se reabrió y recién en 2010 fue cerrado definitivamente. Judicialmente el proceso quedó esclarecido y terminado. La discotheque estaba en mal estado, las instalaciones eléctricas estaban en pésimas condiciones, las alfombras del suelo y paredes fueron pegadas con un producto muy inflamable, y nada que decir sobre la construcción de la casa de tres pisos que esa noche terminó en el suelo. Sí, ésa fue la sentencia y señalaron a los dueños como responsables, pero no pudieron ser imputados, ya había pasado el tiempo y prescribieron las responsabilidades penales. Habían pasado casi 20 años hasta que se dictaminó sentencia: olvido sin justicia.
La Divine es un nombre que no se debe olvidar. El 4 de septiembre es una fecha más para recordar, porque mientras muchos celebraron el tercer lugar de Chile, quedó relegada a un último lugar esta tragedia. Para muchos esa “noche de maricones” no fue importante, los testigos fueron maltratados y amenazados, el juicio social hizo que muchos callaran, los colas y las fletas jamás le importaron a nadie, porque no es justo que el dolor de las familias no se pueda liberar por la vergüenza de reconocer que los suyos murieron en ese lugar. Y también porque, tal como escribió Lemebel, “aunque la policía asegura que todo fue por un cortocircuito eléctrico, la música y las luces nunca se apagaron”.