La homofobia interna en la homosexualidad: Hegemonía capitalista de “lo masculino”
Una de las cosas que he hecho últimamente ad portas de mi examen de título (para quitarme el estrés de lo mismo) es ir a CrossFit. Dentro de los comentarios que he recibido a raíz de lo anterior, hubieron algunos que son resultado de lo que, quiero analizar.
Hubo un comentario en particular que me desencajó “que bueno que saques más músculos, así te ves más hombre y menos afeminado.” Mi incomodidad ante los muchos conceptos equivocados en esa frase, me hicieron desfigurar el rostro, sobre todo viniendo de otro gay.
Me hizo pensar en la homofobia internalizada y naturalizada de nosotros mismos, los homosexuales. Pensar en que hay cierta hegemonía en el sujeto homosexual masculino, que tiende a replicar los mismos mecanismos de opresión de quienes, a su vez, también los oprimieron a ellos, como parte de la población LGBTIQ+. Aquí se cumple una vez más el análisis de Simone de Beauvoir al señalar “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos.”
Cuando analizamos la masculinidad predominante que se profundizó en el hetero-capitalismo como un régimen político (en el sentido amplio de organización de la vida en sociedad) del que habló Monique Wittig. Es en este sentido que podemos identificar ciertos patrones comunes, que se manifiestan en la materialidad de los cuerpos. Ya sea en intentar alcanzar cierto tipo de cuerpo “no gordos”, tener o verse de cierta edad “no viejos” o tener una determinada forma de hablar, caminar. Todo un lenguaje no verbal determinado “no afeminados”.
No es que la barba y ser un gay de gimnasio (esta pseudo identidad de supermercado) estén mal porque si, sino como las normas de belleza occidentales colonialistas masculinas excluyen y castigan a los que tienen otros cuerpos, otros comportamientos, distintos de lo que se exige.
Lo que subyace detrás de esta conducta segregadora es simple homofobia. Dentro de la misma población homosexual, y detrás de la homofobia, el machismo. En cada gesto, conducta o atributo que se perciba por mandato cultural asignado a la mujer que sea tomada por un hombre, es de inmediato ridiculizado, motivo de burla, inferiorizado.
Por esa razón es común que en la población gay se sigue utilizando el ser pasivo como insulto (ejemplo básico y muy latente), como si este hombre pasivo tomara la categoría de mujer al ser penetrado, y el otro siguiera manteniendo su masculinidad “intacta” al seguir cumpliendo el “rol” de hombre en la intimidad. A ese nivel tenemos insertada y replicamos el machismo y la homofobia.
Castigamos ridiculizando cuando un hombre no es lo suficientemente masculino porque está tomando para sí algunas conductas o códigos asignados culturalmente a los cuerpos femeninos. Todo lo que es padre, padrísimo, está asociado a algo positivo (no solo en el lenguaje) está por encima de lo “mamita” “niñita” la “madre” (incluso como insulto). Todas esas referencias despectivas a lo que represente lo femenino. Misoginia a fin de cuentas.
Castigamos siendo indiferentes y arrancando lo más que nos sea posible de estos cuerpos, que no responden al patrón de género binario. Al hombre no suficientemente masculino y a la mujer que toma para sí ciertos rasgos masculinos. Independiente de sus orientaciones sexuales. Sino por su expresión del género, su exteriorización del mismo, como si hubiese solo una forma de performatividad. Es la expresión del género binario lo que anula o reconoce un cuerpo en sociedad, y sobre todo al que NO reconoce. Categorías binarias como pares antitéticos. Lo que Judith Butler llama “las reglas que vigilan el género”.
Hay una parte del feminismo que postula que los deseos no son preconscientes, sino que son creados. Desde el momento que nos despertamos, desde el celular, en la calle, en la publicidad, en la televisión, en las redes sociales, todo, pero absolutamente todo, nos muestra un modelo de exitismo corporal, qué cuerpos son dignos de ser exhibidos y, por omisión, cuáles no. Y así vamos creando culturalmente los cánones del cuerpo deseable.
Hay toda una amalgama de opresiones, de clase, racismo, machismo transfobia, lesbo-homofobia, que replicamos al momento de catalogar lo que es digno de ser deseado y lo que no, y esa producción de la corporalidad como mecanismo del poder, escapa de lo homosexual, es capitalista. Es el capitalismo actuando sobre los cuerpos o como lo señala Butler “la materialidad de los cuerpos, sus contornos, sus movimientos, es efecto del poder, su efecto más productivo.”
En la medida que hacemos lo posible para ajustarnos a lo que creemos que, en la mirada del otro, sería más deseable, nos vamos transformando en un producto a vender. Los cuerpos deseables, y a la vez nosotros anhelantes de transformarnos en ellos. El placer de ser el objeto del deseo del otro, el miedo al rechazo y la ansiedad de colgar de la mirada del otro, son resultados de la modernidad capitalista, en donde cada gesto es representado como un acto de la vida misma, en donde la vida y el acto se desdibujan para convertirse en uno solo, como bien lo analiza Boris Groys “el mundo se vuelve imagen".
La subversión radica en abrirnos a nuevas formas de “belleza” como cuerpos deseables, y aceptar nuestros cuerpos como son en todas sus subjetividades, ya sean o no trabajados en un gimnasio, respondan o no a la performatividad de lo masculino, sean con rasgos indígenas o no blancos, rechazando como lo describe Bolívar Echeverría, “la imposición de la blanquitud”.
El llamado es a intentar despojarnos por medio de la normalización de lo no binario, a deshacer el género e ir detectando el clasismo, racismo, lesbo-homofobia, la transfobia y la misoginia en nuestro actuar cotidiano. No solo porque lo cotidiano también es político y crea lo socialmente existente, sino porque como homosexuales el llamado es y debe ser, a ser feministas. Es en el feminismo donde encontramos estas claves y estrategias para seguir avanzando hacia la inclusión, en construir relaciones sexo-afectivas que no repliquen la opresión de la que hemos sido objetos. No solo en el espacio público sino también en la deconstrucción de lo íntimo.