Piñera falsea la realidad sobre Salvador Allende
“Yo creo que la izquierda, desde el presidente Allende que validaba la violencia y los mecanismos no democráticos, ha evolucionado y aprendido a reconocer y respetar la democracia”. Estas palabras de Piñera son mentirosas y ofenden la memoria de Salvador Allende. Parecen más bien un desahogo por el error que cometió al instalar, y luego despedir, a un ministro de Cultura que rechaza el Museo de la Memoria.
Allende nunca validó la violencia y tampoco los mecanismos no democráticos en la lucha política.
En su primer mensaje al Congreso pleno, Allende señalaba que “el pueblo de Chile avanza en el camino de su liberación social sin haber debido combatir contra un régimen despótico o dictatorial, sino contra las limitaciones de una democracia liberal. Nuestro pueblo aspira legítimamente a recorrer la etapa de transición al socialismo sin tener que recurrir a formas autoritarias de gobierno”. Por esta convicción entregó su vida.
Mientras la revolución cubana empujaba a las juventudes latinoamericanas a adoptar la lucha armada en América Latina, Allende discrepaba de esa visión. Insistía en sustituir el capitalismo por el socialismo sin violencia, en el marco de las instituciones vigentes, mediante el ejercicio pleno de las libertades democráticas y el respeto de los derechos humanos. Era la vía chilena al socialismo.
En el Pleno Nacional del PS, el 18 de marzo de 1972, cuando los socialistas endurecen sus posturas, el presidente Allende llama a la razón. Rechaza los conceptos leninistas sobre el Estado y defiende la vía chilena al socialismo: “No está en la destrucción, en la quiebra violenta del aparato estatal el camino que la revolución chilena tiene por delante. El camino que el pueblo chileno ha abierto, a lo largo de varias generaciones de lucha, le lleva en estos momentos a aprovechar las condiciones creadas por nuestra historia para reemplazar el vigente régimen institucional, de fundamento capitalista, por otro distinto, que se adecue a la nueva realidad social de Chile”.
Allende es perseverante en su lucha por la transformación y en defensa de la democracia. Construir una nueva sociedad en que imperen el pluralismo, las libertades individuales, las elecciones, pero con los mismos derechos para todos y en la que los trabajadores participen en las decisiones del país. En efecto, durante los mil días de la Unidad Popular la democracia y las libertades públicas se potencian como nunca había ocurrido en la historia republicana.
Periódicos, radios y canales de TV de variado tinte político; los trabajadores multiplicaban los sindicatos, hablando de igual a igual con los patrones; estudiantes que participaban en el destino de sus universidades; campesinos que se organizaban para acceder a la propiedad y cultivo de la tierra; y, mujeres y hombres en los barrios que se organizaban en juntas de vecinos.
El 11 de septiembre de 1973 no sólo termina el gobierno de Allende. Se clausuró un ciclo de largas décadas de lucha y auge del movimiento popular en que la clase obrera, los campesinos, los intelectuales y la gente humilde de nuestro país fueron derrotados. Los errores propios y la resistencia de los dominadores, nacionales y extranjeros, impidieron que se materializaran los anhelos de Allende y del pueblo de Chile.
Sin embargo, la figura de Salvador Allende se ha instalado en la memoria colectiva de nuestro pueblo. Las equivocadas e injustas expresiones del Piñera no borrarán de nuestra memoria al demócrata que llenó de dignidad a Chile hasta el final de sus días, que nos engrandeció con su lucidez política y nos estremeció con su valentía.
Durante los mil días de la Unidad Popular, los obreros, campesinos, jóvenes y profesionales pudieron expresarse con plenitud, hablar de igual a igual con los dueños del capital y desafiar a aquellos que por siglos habían usufructuado de la riqueza y el poder en nuestro país. Ese periodo de felicidad no será olvidado. Y se lo debemos a Salvador Allende.
No sólo los humildes de nuestro país sino los demócratas del mundo entero reconocen en Allende al líder que se propuso transformar a la sociedad chilena por medios pacíficos y con respeto a las libertades públicas. Y eso no lo pueden borrar las palabras de Piñera.
El pequeño país, que quiso construir una sociedad más igualitaria, se conoció en los lugares más recónditos de la tierra, gracias a la consecuencia, dignidad y valentía de un verdadero demócrata y revolucionario.
Los grandes intereses internacionales y nacionales no aceptaron retroceder en el control absoluto del poder, comprometiendo a los militares en la sucia tarea de restaurar la injusticia.
Los adversarios civiles de Allende no pudieron con él. Apelaron a los militares. Y fueron éstos los que no trepidaron en utilizar la violencia. Bombardearon la Moneda, el símbolo de la República. Luego vino el genocidio, ese que revela el Museo de la Memoria, que tanto molesta a la derecha pinochetista.
Las acusaciones de Piñera falsean la realidad. Allende nunca utilizó la violencia. La violencia siempre ha sido utilizada por derecha política y empresarial para proteger y ampliar sus intereses. Y, a lo largo de nuestra historia, lo ha hecho directamente o manipulando a los militares. Así fue en 1973. Ahí está el contexto.