El cacerolazo en Las Condes: Les da asco la gente pobre
A raíz del anuncio del alcalde de Las Condes, Joaquín Lavín, de crear viviendas sociales en el neurálgico barrio de la Rotonda Atenas, un grupo de vecinos del sector realizó un cacerolazo condenando la medida. Aludieron a un posible caos vial, a exceso de edificios e incluso a temas de higiene.
Desde luego que las políticas neoliberales de Joaquín Lavín no son una solución estructural al problema. Por supuesto que es el Estado quien debería dar una solución real y concreta al, siempre latente, problema del urbanismo en Chile y que además, la integración no se logra solo con que los más desprotegidos vivan al lado de los ultra protegidos.
Todo eso es cierto y bastante más, pero la señal es potente y hace florecer todo el instinto de marginación que se encuentra imbricado en gran parte de la sociedad pudiente de nuestro país. No se sienten cómodos, no les gusta, incluso les afecta en su propio ego, ¿qué dirán sus amigos si saben que sus vecinos habitan viviendas sociales?
Y de vuelta a lo que hemos sido toda la vida, una sociedad clasista, racista, xenófoba y tantos epítetos que da embarazo seguir enumerando, pero el problema es que no solo la clase alta es así, lo es la mayoría; se avergüenzan si tienen apellido Mapuche, si su apellido es Pérez, si sus padres no estudiaron, si su casa es mas chica que la de sus amigos, si a su abuela “le patina la CH”, se avergüenzan hasta de si mismos y se inventan realidades paralelas para contentar a ese tribunal inquisidor llamado ABC1.
Y es que es difícil no avergonzarte cuando sabes que tu futuro depende de ello, cuando te das cuenta que no hay apellidos Mapuche en ningún puesto de relevancia en las empresas, cuando entiendes que la falsa promesa del colegio subvencionado donde estudiaste te pone un techo bastante cercano, cuando descubres que hay una barrera al éxito que nunca podrás superar: la de provenir de una familia con plata.
La discusión de la integración viene de larga data y los avances son insignificantes, es cosa de pasearse por Santiago, abrir los ojos y darse cuenta que en la capital de nuestro país existe un Chile de ricos y uno de pobres, absolutamente diferentes en todo sentido, en la calidad de las calles, de la luminaria, en las áreas verdes, en el espacio, el smog, incluso los colores de piel. El nombre “integración” es muy claro porque asume que hay alguien que esta fuera, pero ¿fuera de que? A mi juicio, de la sociedad.
Y es por ello que no existen dos lecturas ante esta problemática, no es posible que en un barrio acomodado llegue a vivir la gente pobre, es inconcebible porque les da asco, pero no lo dicen y se inventan múltiples razones para justificar el hecho de que no los quieren cerca y se organizan y pelean y en su puta vida se han involucrado por una causa justa, pero si les van a instalar un pobre cerca son capaces de tirarle piedras a la Municipalidad, son capaces de todo.
Y son capaces de todo porque existen un límite claro: La diferencia no solo debe existir, se debe notar, debe ser palpable y tangible. Y se nota en como hablan, en como ríen, en como visten, en como caminan, en como sufren y por sobre todo en como y donde viven. Las viviendas sociales en Las Condes no solucionan mucho, pero son un gran aporte en la consecución de una cultura más integradora, que acepta en un mismo lugar a distintas personas y familias, de una sociedad más diversa, más justa, de un país mucho más humano.