Venezuela y el Frente Amplio chileno: ¿Hay que arar con los bueyes que hay?

Venezuela y el Frente Amplio chileno: ¿Hay que arar con los bueyes que hay?

Por: Jorge Scherman Filer | 23.05.2018
Hoy, en el contexto chileno, siendo partidario independiente del FA, decidí que no me lo tragaré de nuevo. Ya no tengo 23 sino 62 años, y no me atrae formar parte de una política de doble estándar de algunos que integran el FA, ni responder a la dirección de su Mesa Política Nacional de anti-pinochetistas, pero dividida respecto a la dictadura cívico-militar venezolana.

Desde que tenía seis años me dijeron que era “protestante”, “porfiado”, que “iba contra la corriente” y, por último, que alegaba: “Siempre me llevan por el camino más largo”. Así que estas líneas  no serán sobre la llamada “ola feminista” o nuestro “mayo 2018”. Amén de que las mujeres del movimiento feminista actual nos han dicho clarito a los hombres que apoyamos su causa: ustedes mueran piola, de atrasito no más (estas son las “buenas”, las “malas” no nos quieren ver ni en pintura, sus buenas razones tendrán).

Me preocupa desde hace tiempo la postura del Frente Amplio (FA) en relación a lo que ocurre en Venezuela. Más bien la falta de postura de su Mesa Política Nacional. Cada partido o movimiento se va por la libre. Unos apoyan esa dictadura cívico-militar cuya cara y voz civil, la más vociferante y destemplada, es la de Nicolás Maduro. Otros la repudian. No considero necesario detallar quién es quién dentro del FA en esta dicotomía o clivaje. El que sienta que el sayo le acomoda, que se lo ponga.

Lo que terminó por decidirme a escribir fue la “elección” de ayer, 20 de mayo de 2018. Más allá de las irregularidades de origen, las cifras hablan por sí solas. Maduro obtuvo, nos dicen, 5,8 millones de votos. En 2013 logró 7,5 millones; es decir, 1,7 millones más o ahora un 23% menos. Chávez 8,1 millones, superando a Maduro hoy por 2,3 millones de papeletas, un 40% más que su delfín.

Por su parte, la participación electoral cayó de 80% a 46%. El domingo estaban habilitados para votar 20,5 millones. De los cuales, de acuerdo a la historia electoral más reciente, debieran haber sufragado alrededor de 16,4 millones de venezolanos. Lo hicieron 9,4 millones. En consecuencia, 7 millones menos, más de lo que obtuvo Maduro. Si a eso sumamos lo que obtuvieron Falcón (un chavista disidente, 1,8 millones), y Bertucci (pastor evangélico, 0,9 millones), llegamos a 9,7 millones. Pero habría ganado Maduro con un 68%. Parece una broma de mal gusto, pero no lo es. Maduro llamó solo un “diálogo nacional”, a pesar de que lo apoyó solo un 35% de los venezolanos que habitualmente votaban (hasta 2013). ¿Extraño? El Sí a Pinochet obtuvo 42% en el plebiscito de 1988.

Vistas las cifras, vuelvo a lo mío: “Uno siempre vuelve a los lugares que amó en la vida”, dice la canción cantada por Mercedes Sosa.

Corría 1979, en plena dictadura. Yo militaba en la JJCC aquí en Santiago. Y la URSS invadió Afganistán. No estaba de acuerdo. Me agarré con mis compañeros, les recordé a Lenin: el derecho a la autodeterminación de los pueblos (táctica habitual entre personas de las JJCC y del PC para ganar una discusión). Como si oyeran llover. El desastre de la incursión de los soviéticos en Afganistán significó la muerte de 50 mil soldados, y el retiro con la cola entre las piernas una década después. Quien quiera saber de los detalles puede leer Los muchachos de zinc, de Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura 2015. Se le denomina “el Vietnam de la URSS”.

Pensé mucho en esa coyuntura de 1979: ¿debo seguir acá? Y decidí que sí, que la lucha contra Pinochet era más importante, y me tragué el sapo.

Hoy, en el contexto chileno, siendo partidario independiente del FA, decidí que no me lo tragaré de nuevo. Ya no tengo 23 sino 62 años, y no me atrae formar parte de una política de doble estándar de algunos que integran el FA, ni responder a la dirección de su Mesa Política Nacional de anti-pinochetistas, pero dividida respecto a la dictadura cívico-militar venezolana.

Creo más bien que la política interna, internacional e histórica deberían coincidir.

E intuyo que no tengo por qué volver, cuatro décadas después, a arar con los bueyes que hay.