Lucila Grossman, la escritora revelación de la literatura millennial argentina que debuta con una historia cyberpunk
—No son muchos los casos en los que podemos leer algo como "Mapas terminales" ambientado en Latinoamérica, no sólo en cuanto a su forma, que va de la mano con la movida emergente del fenómeno de la "alt-lit" en el mundo anglosajón, sino con los temas que trata: ciencia ficción, escenarios distópicos, cyborgs, etc. ¿De dónde provienen tus influencias para incluir estos elementos?
—Todo lo que mencionas es, más bien, una excusa para contar algo de orden realista: el conflicto entre la protagonista y su grupo de amigos, contemplaciones sobre nuestra generación, y también poner el foco en cómo lo fantástico nos atraviesa todos los días y, sin embargo, parece que nos hemos acostumbrado a no tomarlo en cuenta. Entonces es cuando construimos una barrera para poder mantenernos en lo "real". Mi idea fue crear una situación límite para poner en tensión esas nociones sobre lo real y lo fantástico, una prueba cuyo fin era ver cómo ese personaje que construí reaccionaba. El resultado final, efectivamente, es un rollo muy cyborg, pero no fue pre-meditado. No tengo influencias, por ejemplo, de la animación japonesa o de la sci-fi de Norteamérica, pero sí me siento heredera de una inspiración lisérgica, que es la que guía la trama de la historia.
—La novela está narrada en primera persona, en la voz de Jeni. Sus observaciones sobre ella misma y los otros son muy honestas y ásperas. Mencionaste que "Mapas terminales" es, también, un relato sobre nuestra generación. ¿Consideras que esta forma de expresar sus emociones es particular a nuestros tiempos? ¿Qué distinciones haces entre la literatura que se escribe hoy y los autores que te anteceden?
—En principio, quiero dejar algo claro: todos creemos, o hemos creído en todos los tiempos, que nuestra generación es especial. Que el presente posee particularidades que no existieron en el pasado. Un ejemplo es cómo la "explosión" del consumo de drogas en los últimos años se ha convertido en un tema de cuidado, cuando la verdad es que han estado siempre. Sin embargo, sí considero que hay algo específico que nos pertenece. De hecho, la protagonista de la novela lo enuncia en un momento, y que tiene que ver con los alcances del capitalismo, al punto de permear nuestras emociones y asumir la gerencia de nuestros pensamientos. Existe hoy un impulso de administrar el yo en todas sus dimensiones: a través de las drogas, el control del tiempo, etc. Es casi como ser gerente general de uno mismo. La ansiedad y los sentimientos están siendo manipulados por este afán, que nos alcanza a todos, de maximizar el tiempo al que se le puede sacar provecho material en desmedro de ocuparlo en búsquedas más personales. Este despojo sí es particular de este período.
—Jeni, la protagonista, parece estar demasiado conectada consigo misma, a la vez que no puede superar la distancia que la separa del resto. Esta angustia se refleja en los tonos del relato, en los cambios de registro entre prosa y poesía. ¿Qué es lo que quisiste ilustrar con este extrañamiento?
—Como te decía antes, es jugar con los extremos. Lo que me entretiene de la literatura es llegar más allá. La premisa que guía "Mapas terminales" es un principio de incomunicabilidad: no hay manera de comunicarse. Nunca se sabe, exactamente, lo que el otro está pensando. Y ese otro siempre es auto-referencial. Todos, en todo momento, estamos hablando de nosotros mismos.
—En la mitad del relato, la narradora (se) explica: "Por un momento odio a mis amigos y me pregunto cómo es que ellos me soportan. ¿O lo único que hacen es soportarme?". Hacia el final, la incomunicabilidad que mencionas se demuestra falsa. Después de todo, son los amigos los que la salvan.
—Está presente, también, ese doble faz: hasta lo más cercano para Jeni, que son sus amigos, de repente están totalmente desconectados de su propia realidad. Quise ilustrar esta ambigüedad a través del tono del relato, que se vuelve muy frenético en un momento y no se detiene hasta el final. Casi como una conciencia robot, hiper-consciente y agobiada por muchos estímulos simultáneamente.
—Sobre lo que dijiste antes, del relato generacional. Dudo que a la generación de nuestros hermanos mayores o nuestros padres les haya agobiado tanto la pregunta por el otro. ¿Es responsable la tecnología?
—Creo que esta época presenta mayores dificultades para saber qué es el Yo y qué son los Otros. La tecnología te obliga, un poco, a armarte a vos mismo. Construir una imagen deseable que le vendes a los demás, a la vez que encierra las subjetividades en un lugar que está fuera del alcance de todos.
—Lo que cuenta Jeni, en ciertos pasajes, llega a sonar muy personal. Es evidente que, en la construcción de personajes, el autor ocupa su biografía personal como combustible de la narración. ¿Cuánto de Jeni es ficción y cuánto de ella eres tú? ¿Cómo gestionas tus propias vivencias personales, en tanto recurso, para elaborar tus relatos?
—Parto desde la idea de que a nadie le importa lo que estoy escribiendo. Nadie me lo pidió, por lo tanto debo hacerlo lo mejor que pueda. Hay una parte muy importante en cuanto a la exposición personal. Es casi imposible ponerle atajo a lo auto-biográfico, pero es ahí donde opera la magia de la ficción, al llevarlo más allá. Armar un pequeño sistema que funciona de manera independiente a mis ideas y afectos sobre el mundo.
—¿Qué es lo que más te ha llamado la atención de esta experiencia de publicar en Chile, en colaboración con Los Libros de La Mujer Rota (LLLMR)?
—Admiro mucho a LLLMR, su catálogo y sus objetivos. Cuando me ofrecieron editar la novela en Chile, no lo podía creer. En Argentina fue publicada en octubre, y a fines de noviembre los editores me hablaron para "exportarla" y me morí de emoción. Estando en Chile, lo que me llamó mucho la atención fue asistir a una actividad literaria a un liceo de niñas, el Liceo 7 de Providencia. Nunca había visto que se hiciera algo así, en ninguna otra escuela.
—Pero está esta idea de que Buenos Aires es la capital de la literatura latinoamericana. ¿Por qué te parece tan novedoso?
—Es que en Argentina esto no ocurre en la escuela. Es cierto que el escritor, en la cultura porteña, tiene un lugar importante, pero no es algo que se comparte masivamente. Yo llegué a la literatura porque mis padres son ávidos lectores, y desde chiquita me gustaba mucho leer y escribir. O sea, cuando no sabía escribir, le dictaba cuentos a mi madre para que no se perdieran. Eso es lo que ella cuenta. Pero no es algo que sea masivo. De mis amigos, muchos de ellos no leen ni las señales del tránsito.