Cuando un estudiante indígena ingresa a la Universidad y deserta
En estos últimos días hemos visto como miles de estudiantes han llegado a las universidades para matricularse. Personalmente me tocó estar en el proceso de matrículas de la universidad en donde trabajo (una institución pública, de larga trayectoria, regional y con alrededor de 15.000 estudiantes en el pregrado) y aprecié cómo el entrar a la universidad mueve esperanzas y corazones en sus protagonistas.
Durante el tiempo que estuve acompañando el proceso vi a estudiantes contentos e ilusionados por ingresar a estudiar por primera vez una carrera universitaria y familias completas muy emocionadas porque sus hijos/as eran los primeros en ingresar a una institución de Educación Superior. Para muchos de ellos/as, esta opción constituye la posibilidad de lograr en el tiempo una movilidad social y económica.
Sin embargo, durante esos días también leí en la prensa como los índices de deserción en la Educación Superior se mantienen altos a pesar de los esfuerzos gubernamentales e institucionales por retener a los/as estudiantes. Si bien las primeras aproximaciones teóricas sobre este tema depositaban la completa responsabilidad de esta situación en los/as estudiantes y sus familias, hoy se sabe que la sociedad y las instituciones educativas también influyen en las tasas de deserción. Así, hasta hace poco, se asumía que cuando un/a joven desertaba, esto era porque él o ella no tenía las competencias suficientes para lograr el éxito académico, absolviendo de cualquier compromiso a las instituciones educativas y sociedad.
La deserción es principalmente alta en los estudiantes que son los primeros en sus familias en acceder a la universidad (Estudiantes de Primera Generación –EPG- según la literatura), que por lo general poseen menor capital económico y son de sectores más vulnerables.
En Chile, siete de cada diez estudiantes que se inscriben en la universidad son EPG (según el Sistema de Información de la Educación Superior, 2012). Diversos estudios han mostrado que los Estudiantes de Primera Generación tienen mucha más probabilidades de desertar que sus pares que poseen algún padre/madre/cuidador profesional. Y estas probabilidades aumentan si el/la estudiante pertenece a algún pueblo originario.
La evidencia empírica nacional e internacional señala que los EPG presentan desafíos relacionados con entender la cultura académica; enfrentar los costos económicos asociados a ser un estudiante en general (e.g. fotocopias, libros, etc.) y de una carrera específica (e.g. tener una calculadora científica en ingeniería o comprar los materiales en arquitectura); déficits en la preparación académica recibida en enseñanza media y la presencia de inflexibilidad docente e institucional para entender cómo el ser estudiante puede coexistir con otros roles en la vida como el ser madre, padre y/o trabajador/a.
En el caso de los EPG pertenecientes a un pueblo originario, estos presentan, a parte de los desafíos referidos con anterioridad, dificultades para entender una cultura que es muy distinta a la propia y una cultura académica que ha sido creada por y para alumnos/as pertenecientes a la cultura dominante. Todos estos factores promueven la deserción, no sólo en el primer año, sino a lo largo de toda la carrera.
Así, cuando leemos en El Mercurio esta semana que alrededor del 12% de los/as jóvenes que pertenecen a algún pueblo originario en Chile, fueron seleccionados/as por alguna institución de Educación Superior debemos tener muy presente que este resultado implica avances en materia de equidad en la inclusión, pero también muchos desafíos a nivel del sistema de educación superior chileno. A pesar de que en los últimos años algunas instituciones han implementado algunos programas de acompañamiento para los/as alumnos/as en primer año, este apoyo debiera estar presente a lo largo de toda la carrera de un estudiante. Por mencionar algunos, más capacitaciones a profesores/as sobre las características y necesidades de estos jóvenes (y de otros también) son necesarias. A su vez, asesorías a sus padres/madres/cuidadores sobre la cultura académica y los desafíos que implican ser un alumno/a en la universidad. Finalmente, mayor inversión en los recursos materiales requeridos por los cursos y talleres que se cursan en un programa de estudios. Es deber de las universidades revisar sus prácticas y políticas a fin de asegurar la persistencia y éxito académico de todo y cada uno de sus estudiantes, independiente de sus características socioeconómicas y culturales.