El apartheid israelí como capitalismo racial
Haidar Eid y Andy Clarno han puesto el acento recientemente en una discusión fundamental que se llevó a cabo durante la resistencia al apartheid en Sudáfrica y que debe servirnos de base para nuestro entendimiento de la realidad palestina. Se trata de la relación radical entre el racismo moderno y el capitalismo y, en en el presente, entre el sistema de apartheid israelí y el neoliberalismo. El uso del concepto de apartheid por parte de los palestinos es de carácter político, en tanto se entiende que más allá de las diferencias entre los sistemas montados por los Boers y el de Israel, existen ciertos elementos compartidos como la fragmentación de los territorios, la limitación al desplazamiento, la violación de derechos fundamentales y la ausencia de los de tipo sociales y políticos, la segregación racial de las rutas y la militarización de todo el territorio, entre otros.
Estos elementos compartidos permiten que nuestras lecturas sobre la realidad mundial no se vuelvan excesivamente particularistas, sino por el contrario, podamos leer prácticas de control y segregación de la población que están presentes en diferentes contextos, porque obedecen a lógicas instaladas en los organismos de seguridad de los Estados modernos. Por eso, resultaría del todo extraño que no incorporáramos al análisis otro factor fundamental que, de hecho, se ha mostrado como el más extensivo y desterritorializado de todos: el capitalismo y su variante neoliberal. Lo que Eid y Clarno destacan es que esta no es una discusión nueva, sino que ya fue asunto de discrepancia en una Sudáfrica en pleno momento de lucha contra el sistema de dominación blanco. Terminar con la violencia jurídica del Apartheid fue sin duda de una importancia fundamental, pero lo que los movimientos de izquierda de la resistencia plantearon en su momento fue que, de terminar sólo con el problema legal de la discriminación, Sudáfrica sería un sistema de reproducción de desigualdades económicas y sociales cuya base se encontraría en el modo de producción capitalista.
Cualquier sistema postapartheid que no implicara, junto con el fin legal de la discriminación un reparto equitativo de la tierra, de los medios de producción y de los recursos naturales, rompiendo con el sistema de clases que el propio sistema jurídico protege, tendría como resultado la perpetuación de dichas diferencias legales por otros medios. “La igualdad legal -dicen Eid y Clarno- no ha producido una transformación social y económica real. En cambio, la neoliberalización del capitalismo racial ha agudizado la desigualdad creada por siglos de colonización y Apartheid. La raza sigue siendo una fuerza motriz tanto de la explotación como del abandono, a pesar de la apariencia liberal de igualdad legal. Las celebraciones del gobierno dirigido por el CNA tienden a oscurecer los impactos del capitalismo racial neoliberal en Sudáfrica después de 1994”.
Si leemos la experiencia palestina utilizando el lente sudafricano, no debemos dejar de lado la cuestión capitalista. Desde sus inicios los acuerdos de Oslo marcaron un rumbo político-económico que, sin terminar realmente con la ocupación de Palestina, introdujeron en los territorios una serie de dispositivos neoliberales con el auspicio de las potencias que se incluirían como donantes, todo ello al alero del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. El primero de ellos es la creación de un modelo económico de dependencia absoluta de los palestinos a las políticas israelíes, que incluye el veto de Israel a cualquier inversión que considere ajena a sus intereses. Asimismo, se llevó a cabo un proceso de bancarización y creditización de la sociedad palestina, la aniquilación de su industria y la conformación de una pequeña elite económica local que domina la ANP y que sirve de policía de la potencia ocupante.
De esta manera, una gran masa de trabajadores palestinos desempleados o precarizados, está dispuesto a trabajar a bajo costo incluso en los asentamientos israelíes, mientras Israel controla todos los recursos naturales y, por supuesto, el uso del suelo, lo que va en directo beneficio de la malla de asentamientos ilegales, que anulan cualquier posibilidad de crear algo como una economía palestina. Los colonos sionistas, a su vez, se integran de manera completa con el resto de Israel, creando empresas e interconectándose sin ninguna traba, llegando incluso a operar como fábricas offshore para la propia economía israelí.
El debate sobre el capitalismo racial resulta ser fundamental para aventurarse a una futura solución del conflicto. Si se repiten los patrones de Sudáfrica, una Palestina libre, jurídica y políticamente hablando, podría ser la excusa perfecta para la perpetuación de una hegemonía judía sobre la población palestina y la naturalización de un orden que al enunciarse jurídicamente parece intolerable, pero que en términos económicos solo se asemeja al resto del tercer mundo.
Pero sin tener que viajar a un futuro en el la ocupación termine, la comprensión del carácter racial del capital y de la capitalización de la raza nos debe obligar a poner la mirada en cómo llevar a cabo una resistencia contra el Apartheid israelí. La lucha por la liberación de Palestina es indisociable, en este sentido, de las luchas por la justicia en todo el mundo, donde el neoliberalismo convierte los cuerpos en materia controlable y categorizable de acuerdo a fórmulas cerradas. Si las figuras emblemáticas del neoliberalismo son el emprendedor, el empresario, y el consumidor, es principalmente porque lo que está en juego en dicho modelo es la puesta en obra de los cuerpos, su destinación a participar en el flujo mercantil como parte útil, sin que su finalidad sea otra que su propio consumo. Cualquier forma de vida que no se adapte a tales figuras, es codificada como resto y abandonada.
De la misma manera en que el neoliberalismo sirve como dispositivo de reproducción del racismo, la resistencia a una economía segregadora debe colocar nuevamente la libertad de los cuerpos como el asunto primordial de una política emancipadora. Es algo que los palestinos han aprendido, literalmente, a golpes.