Los triunfos y las derrotas del Frente Amplio tras el 19 de noviembre
No cabe duda que los resultados de la primera vuelta presidencial y en las elecciones parlamentarias y de consejeros regionales, representaron una gran sorpresa para el país, y para el conjunto de quienes participamos de una u otra forma en el Frente Amplio.
El 20% de la votación recibida por Beatriz Sánchez y los 21 parlamentarios obtenidos superaron los mejores pronósticos que se tenían de cara a esta elección, desbancando los augurios de las encuestas, de los políticos tradicionales, y de muchos medios de comunicación que apostaban por una izquierda que mantuviera los niveles históricos de las candidaturas extra Concertación.
Pero pasada ya la celebración por este indudable triunfo, y más allá de la discusión sobre la segunda vuelta, que ha acaparado las redes sociales estas últimas horas, es importante analizar el escenario que deberemos enfrentar los próximos años.
Un importante hito que podemos remarcar es que la tesis de aquellos que vieron en las movilizaciones sociales de los últimos años –estudiantiles, regionales, medioambientalistas etc- una expresión de las “nuevas capas medias” que pugnaban por participar del modelo y sus beneficios, y que tanto invocara Carlos Peña en sus columnas, se cayó: El millón trescientos mil votos del Frente Amplio reunió efectivamente el respaldo de un sector de las capas medias, pero sobre todo de cientos de miles de votos de trabajadoras y trabajadores del país, quienes respaldaron un programa y una candidatura que apunta a superar el neoliberalismo y la Constitución legada por la dictadura.
Es así como el FA pudo ganarle al candidato de la Nueva Mayoría en comunas como Maipú, Pudahuel y Quilicura, contando con una potente votación también en Puente Alto, cayéndose el mito de que este conglomerado se limitaba a las comunas del sector oriente de Santiago, reuniendo sólo el apoyo de gente de “clase media alta”, de “profesionales jóvenes” y “estudiantes universitarios”.
Sin embargo, esta circunstancia nos pone una gran presión para hacernos cargo de ese respaldo, en la medida en que es consenso –y se ha gastado mucha tinta en remarcarlo- que los cambios que buscamos no se logran sólo a través de las instituciones, sino por sobre todo con el protagonismo de los trabajadores y trabajadoras, desde las organizaciones de masas y sus luchas.
Otro hito sin duda tiene relación con la práctica desaparición del centro político. No sólo la alianza conformada por Ciudadanos, Amplitud y Todos no logró ningún diputado, sino que la Democracia Cristiana, entendida tradicionalmente como la representante de esa tan mencionada clase media centrista, obtuvo el peor resultado de su historia, saliendo del Congreso varias de las principales figuras del sector más opuesto a las reformas.
Nuevamente la idea de la clase media que define elecciones, que aspira a los beneficios del modelo en los que no puede participar, y que es inherentemente moderada, se cae bajo el peso de los números.
Finalmente, un dato que ha sido pasado por alto en la mayoría de los análisis, es que a pesar del entusiasmo generado por la candidatura de Beatriz Sánchez y del Frente Amplio, y el aumento de la participación en comparación con la elección anterior, la abstención alcanzó un 53,3% de la población habilitada para votar.
Por lo mismo, buena parte de la votación conseguida tiene que ver con un traspaso de apoyos de antiguos partidarios de la Concertación, junto con la incorporación de nuevos votantes, dando cuenta de todo lo que falta todavía por conseguir para que sobre todo los trabajadores se sientan partícipes de una alternativa política como la que estamos planteando.
Cuatro duros años para “el ala izquierda”
Para nadie dentro del FA, y sobre todo de las fuerzas que se reclamaban como su ala izquierda, es un secreto el que su representación parlamentaria es prácticamente nula. Si omitimos el ingreso de Camila Rojas de Izquierda Autónoma, la práctica totalidad de los diputados electos forman parte del sector más moderado del Frente Amplio, particularmente representado por Revolución Democrática, demostrando el importante trabajo que han realizado esos sectores, y el contraste con los logros obtenidos por las apuestas del sector “más a la izquierda”. Esto no puede leerse de otra forma que como una derrota, evidenciada más claramente en el bajísimo rendimiento de la lista liderada por Francisco Figueroa en el distrito 10, las candidaturas de Cristian Cuevas y Carla Amtmann, así como a la pérdida de la legalidad por parte del Partido Igualdad por sus resultados.
Los bajos rendimientos de estas apuestas no pueden deberse a que su discurso más claramente socialista no “pega” con la gente: lo dejan en claro los 7.549 votos obtenidos por el candidato trotskista Dauno Tótoro en el Distrito 10, siendo superado en el Frente Amplio sólo por la votación de Giorgio Jackson y Alberto Mayol. El problema entonces, no radica en ese aspecto. Pero es indudable que la primera responsabilidad de este resultado recae en las direcciones nacionales y/o regionales que decidieron las apuestas, los candidatos, y dirigieron su puesta en marcha, ya que no sólo administraron esta debacle electoral, sino que han sido incapaces de darle sustancia política, programática y de inserción a las organizaciones.
Claramente hay mucho que analizar todavía respecto a los resultados del 19 de noviembre y el ciclo político que se viene, pero la dispersión de este sector en diferentes organizaciones y culturas políticas (marxista más tradicional, autonomista, libertaria) sin duda debilita no sólo su capacidad electoral, sino sobre todo su posibilidad de constituirse como una alternativa socialista, con una estrategia, una lectura del país y un despliegue militante que redunde en un fortalecimiento de nuestro pueblo. Es decir, que vaya más allá de las generalidades y consignas que tenemos actualmente, las que no han impedido que continúe la dispersión e incluso el sectarismo y la competencia organizacional.
La posibilidad de una convención de convergencia, que siente las bases para la unidad de estas culturas políticas en torno a una única estructura militante, que permita debatir y definir una estrategia política en función de una lectura del país, con un programa que nutra y enriquezca los debates del Frente Amplio desde este sector también, y nutrir el espacio con las luchas y experiencias de base cotidianas no puede descartarse.
Este proceso no puede significar, sin embargo, que una estructura absorba a las otras organizaciones de izquierda. Debemos avanzar hacia un nuevo momento, que a través del debate nos permita generar una nueva organización, que combine nuestras fortalezas y nos permita superar nuestras debilidades. Porque lo que está más que claro a estas alturas es que solos no podemos, y que ninguna de las organizaciones que actualmente se declara de la izquierda del Frente Amplio ha dado el ancho para lograr nuestros objetivos.
El no hacernos cargo de esta realidad con arrojo pero también con generosidad, es darle alas a un pragmatismo vacío que permita el decante del FA en una alternativa política netamente progresista, o peor aún, que termine representando nada más que una renovación de las élites gobernantes, con un discurso refrescante y renovador en la política chilena, pero donde la composición y representación de clase no se modifique a la reinante durante los últimos 30 años.