Diana Avella, rapera y defensora de los DDHH en Colombia:

Diana Avella, rapera y defensora de los DDHH en Colombia: "El problema de la izquierda es que cada quien jala para su propio lado"

Por: Meritxell Freixas | 14.10.2017
La reconocida MC colombiana conversó con El Desconcierto acerca la situación política de la izquierda regional, los acuerdos de paz en su país, el auge del feminismo y los desafíos de los movimientos sociales.

Ha hecho de su música una oda a las mujeres, a la tierra y a la lucha contra el poder. Utilizando los ritmos hip-hoperos para difundir mensajes llenos de contenido social, no sólo hace música, también hace política. 

Diana Avella tiene 32 años, y es licenciada en lengua española. Sin embargo el reconocimiento le llegó por lograr hacerse un espacio entre las figuras más representativas del rap latinoamericano. Hoy, combina los conciertos y giras con la coordinación del Festival Hip Hop al Parque, uno de los más destacados de este género musical que tendrá lugar el 21 y 22 de octubre en el Parque Simón Bolívar de Bogotá. "¡Después de 20 años, es la primera vez que lo coordina una mujer!”, exclama enorgullecida.

Bajo una apariencia de mujer dura, Avella hace resonar un discurso contundente que, desde una mirada profundamente crítica, desgrana su trayectoria, luchas y ambiciones, instaladas -todas ellas- en lo social y lo político.

Acompañada de su hijo, se dispone a conversar con El Desconcierto sobre sus principales inquietudes: política regional, paz, feminismo y movimientos sociales. “Dejé de vivir tranquila cuando me metí en la militancia política, pero soy feliz. A veces es mejor ser feliz que estar tranquila”, parte.

Vienes del barrio Santa Rosa de Lima, en Bogotá. Cuéntanos de tus orígenes en esta parte de la ciudad.

Santa Rosa de Lima está ubicado en el centro oriente de la ciudad, aledaño a la catedral, como lugar fundacional de Bogotá, cerca del centro histórico. En estos barrios, en las lomas, se empezaron a ubicar personas desplazadas del conflicto armado o que venían de otras ciudades y que no tenían acceso a otros recursos económicos.

La parte a la cual pertenezco todavía está en zona roja, que quiere decir que es de alta peligrosidad y con altos niveles de homicidio, por eso las priorizan para el trabajo social. Sin embargo, es curioso porque en mi barrio sólo hay un centro de salud y jardín infantil. No hay universidad, colegio ni nada. Antes de que yo naciera era un barrio sin luz, agua, ni alcantarillado.

¿Cómo te condicionó este contexto en tu infancia, adolescencia y en tu proceso de politización posterior?

Mi abuela, mi abuelo y un tío fallecieron por carencias y precariedad en el sistema de salud. Mi abuela tenía cáncer de tercer tipo y se lo descubrieron cuando faltaba un año para que muriera. Siempre le decían que su problema eran los nervios, por no hacerle un TAC. Esto me inspiró por hacer todo el trabajo que hago para la otra gente: generar oportunidades a la gente que no las ha tenido. Porque a veces uno sólo necesita una oportunidad en la vida, una nomás: de trabajar, de mostrarse, de cantar una canción. Hay gente que no la tiene y que mueren sin ella.

Sobre tu faceta artística, tú te mueves dentro del mundo del hip-hip y el rap, que es un estilo musical bien masculinizado, en el que se exhibe mucho la virilidad, la fuerza. ¿Cómo llegas a entrar ahí y logras hacerte un espacio?

Este espacio no era para mí, era para los hombres. Lo que pasó es que como me crié en un barrio tan pesado y con unas condiciones económicas tan duras, mi única salida o lo que tenía más cerca era el hip-hop. No había más. No era que me hubiera enfocado en eso, sino que eso era lo único que había. Eso o emplearse como trabajadora doméstica o llenarse de hijos. Yo elegí el rap.

Al principio no era consciente de que yo era mujer en el rap. Sentía la discriminación y el machismo, y me enfrentaba a ello con normalidad, pero no era consciente del por qué de las burlas y ofensas. Cuando descubrí que eran porque yo soy mujer, entendí mi dimensión política de ser mujer –más allá de lo físico–. Este fue el momento en el que di el giro de mi carrera musical y lancé el disco “Nací mujer”. Ahí empecé mi militancia social desde el feminismo.

¿Cuáles fueron tus referentes en este proceso?

No he tenido muchos referentes artísticos porque no he estado cerca de la música y del arte como tal. Desde muy joven empecé mi militancia política y social y precisamente eso es una de las grandes críticas que se hace en Colombia hacia mi música. A pesar de participar en los festivales más grandes del mundo, me critican que hago política y no música. Eso les choca mucho y les incomoda bastante. Son opiniones que tienen componentes machistas, también.

En el ámbito de la música, tengo que ser honesta: no es que yo me inspirara porque escuchaba mucho a un grupo, sino que fue más la militancia política lo que me inspiró. Cuando estaba en el tránsito de ingresar al feminismo escuchaba mucho a Mercedes Sosa, Violeta Parra y líderes colombianas. También miré a Patricia Ariza, una mujer que hace teatro y es sobreviviente de la Unión Patriótica, o a Angela Davis, que trabaja desde el “black feminist”. Todas ellas eran más militantes que artistas.

En el contexto de los acuerdos de paz de tu país, ¿cómo observas las muertes de ex combatientes que se vienen denunciando desde que empezó el proceso de dejación de armas?

Colombia tuvo un referéndum el 2 de octubre del año pasado y salió ganador el ‘No’ a la pregunta sobre si querían una paz estable y duradera. La gente respondió que ‘No’. Eso fue sobretodo en las ciudades, no en los pueblos y montañas, donde hay más guerra. En las ciudades, donde no saben nada, opinaron sobre algo que no han vivido. Ellos decidieron que no querían el proceso de paz. Cuando tu tienes un 55 por ciento de la población que opina que no quiere la paz, dime en qué país estás viviendo. A mí me da pena contar eso.

En un país donde la sociedad cree que lo peor que le puede pasar a Colombia es convertirse en Venezuela o en Cuba, y que lo peor que les puede pasar a los jóvenes es que sean maricas o guerrilleros. Es un país que sin cerebro. Es una sociedad misógina, homofóbica, violenta y que no tiene raciocinio. Eso se traslada al ámbito del paramilitarismo, que es efectivo y asesina. Mata. Si en Colombia llega otra vez un gobierno de derecha, el asesinato de guerrilleros y líderes sociales va a ser brutal.

¿Ves opciones de que esto pueda cambiar en las elecciones presidenciales que Colombia celebrará en 2018?

Cuando hay gobiernos de derecha y gente persiguiendo a los líderes sociales, no se puede ser ingenuo. Yo no creo que esto mejore, creo que tomará un rumbo bastante pesado. Los movimientos sociales ya pasamos por la era del paramilitarismo, la persecución, las amenazas, y sobrevivimos. Ahora es como cuando te preparas para un viaje y sabes que hay que ir alistando. Eso he hecho yo: preparar videos y canciones para lo que viene, para que podamos utilizar estas herramientas para darnos a conocer.

En los acuerdos de paz hubo un interés de las FARC-EP de impulsar una mirada de género. Por ejemplo, incluir una comisión de estudio de la violencia sexual en el conflicto. Es un enfoque pionero. ¿Podría ser Colombia un referente para otros países en conflicto armado que a futuro lleve a cabo sus procesos de paz?

Eso fue una mirada muy avanzada. Creo que esto va a llegar hasta el nivel político, sobre todo ahora que las FARC-EP han fundado su propio partido. Pero a pesar de que está instalado el tema de género, la voz la siguen teniendo los guerrilleros hombres, ellos siguen liderando.

¿Cómo puede contribuir el arte en el post-conflicto?

Creo que es una tarea indispensable porque va a aportar una mirada distinta. Junta a las personas desde otros enfoques y perspectivas. Es una posibilidad de alejarse de la violencia y empezar a interpretar el mundo desde otro punto de vista. Ahora las FARC están preparando como un censo de artistas a los que están fortaleciendo mucho. Eso será un primer paso muy efectivo para empezar a convivir en sociedad.

Uno de tus discursos tiene que ver con la unidad de los pueblos latinoamericanos. ¿Qué opinas sobre la gestión que los gobiernos están haciendo en estos momentos desde Chile y Argentina de las demandas del pueblo mapuche?

Observo con tristeza que cuando lancé la canción “Tierra del Sur”, que habla sobre eso, el escenario era muy distinto: había Hugo Chávez en Venezuela, [Evo] Morales en Bolivia, [Rafael] Correa en Ecuador… eso fue un aliciente para muchos de nosotros. Los gobiernos eran conscientes del valor de nuestra música, cosa que ahora no pasa mucho. Estamos circulando más en Europa que en la misma Colombia. No sé qué tarea hicimos mal para que toda Latinoamérica diera un giro hacia la derecha: Argentina, Brasil, Ecuador, y vienen Chile y Colombia. Tras eso, tenemos que dirigir preguntas hacia la izquierda. Es muy difícil pensar en una unidad latinoamericana sin gobiernos que se pregunten por lo social, la pobreza o la tenencia y reivindicación de la tierra como algo de todos.

En los gobiernos de izquierda, los movimientos sociales tuvimos una oportunidad para hacernos cada día más fuertes y, en cambio, divagamos mucho. La derecha y el capital utilizan unas formas de lucha muy efectivas y concretas. Tenemos que aprender de ellos para empoderar y utilizar sus formas de daño. Tomar esas herramientas y utilizarlas para la lucha contra el capital, las multinacionales y esa imagen falsa de que la izquierda es el diablo.

¿Veremos alguna vez a Diana Avella compartiendo escenario con Ana Tijoux, como voces que a través de la música y desde los movimientos sociales defienden el feminismo?

Hubiera sido una oportunidad hermosa haber participado en el lanzamiento del partido político de las FARC, donde estuvo Ana Tijoux. Sin embargo, ellos organizaron su espacio y su momento y yo no sé cómo fue eso. He dedicado años a trabajar en la lucha política y cuando en Colombia se funda un partido político de izquierda, los artistas políticos que venimos trabajando desde la izquierda y que ya tenemos cierto reconocimiento, no estuvimos ahí. Ese es el problema de la izquierda, que cada quien jala para su propio lado. La derecha se junta, se organiza y se apoya aunque no esté totalmente de acuerdo.

¿Qué opinas acerca del debate que se abrió hace unos meses sobre el machismo en el reggaetón, que dirigió duras críticas a cantantes como Maluma?

El reggaetón está haciendo un giro ahorita. Está tomando unas letras más abiertas y menos sexistas porque sintieron el ataque fuerte. Uno habla de reggaetón, pero no es sólo este estilo musical el único que nos agrede. El mismo rap a veces también es brutalmente misógino y homofóbico. Puede que sea el rap de la calle, sí, pero te está diciendo que eres una perra. Te insulta. El problema es el contenido. Uno no se puede dar la licencia de hacer música para decir estupideces. Tenemos que ir más allá de la música y el ritmo: hay que ir al contenido. ¿Qué tal si agarráramos a uno de estos reggaetoneros famosos y lo formáramos políticamente y nos empezara a ayudar a hacer reflexiones sobre la unidad de los pueblos o la reivindicación de lo indígena? El problema no es el tipo, es el mensaje.

Has sido vocera de ONU Mujeres por Colombia. ¿Cuál crees que es el rol de las instituciones para las transformaciones que los movimientos sociales buscan desde la base? ¿Tienen que ser aliadas?

El diálogo va por encima de todo. Las instituciones tienen el poder de llegar a la población. Si hay principios, valores y ética, hay que relacionarse con las instituciones. En la izquierda también hay personas muy corruptas y al revés, en la derecha hay personas que quieren apoyar. Los enfoques totalitarios le han hecho mucho daño a este mundo, hay que avanzar hacia otras miradas.

diana avella_colombia2