Caso Haeger y cultura del espectáculo

Caso Haeger y cultura del espectáculo

Por: Jaime Coloma | 29.09.2017
La tele se ha transformado en la máxima de muchos como posibilidad de validar una idea, sin entender que la televisión es un medio de comunicación que, lamentablemente, se ha establecido como una industria cultural cuya credibilidad está literalmente por el suelo.

Veo con cierto estupor cómo se va construyendo realidad a partir del discurso establecido en medios de comunicación. Un caso policial desde hace 7 años ha despertado el interés de la televisión, fundamentalmente de los matinales "La mañana de Chilevisión" y "Muy buenos días", ambos debatiéndose entre los coqueteos con la crónica roja y un cierto efectismo al mostrarlos.

Estando en TVN, me tocó ser parte de un panel que escuchaba atentamente a una vehemente periodista policial que ha seguido de cerca, según ella, el caso Haeger y que en su relato insinuaba una cierta tendencia a la culpabilidad del marido. Vi con cierto desconcierto cómo se establecían verdaderos diagnósticos clínicos respecto a las actitudes y maneras del viudo, al que no se conocía pero se veía claramente por televisión que era taciturno y raro, según el especialista de turno y el panel que acompañaba, panel muchas veces conformado por las mismas personas que se espantaban cuando una apasionada María Luisa Cordero también diagnosticaba en cámara, pero a personajes faranduleros.

También escuché cómo se omitía la presunción de inocencia y se daba a entender de manera inteligente que nuestro OJ Simpson criollo era sin duda un sociópata que merecía la cárcel.

La tele crea realidad y establece relatos que confirman y afianzan estas realidades paralelas construidas mediáticamente. Ayer se supo de la libertad de Jaime Anguita y vi nuevamente a un grupo, no muy grande pero con tribuna en cámaras de televisión de tres matinales (Bienvenidos, La mañana de Chilevisión y Muy buenos días), molesto y gritando de manera desenfrenada que en Chile no existe la justicia porque se había absuelto al que hasta ese jueves 28 de septiembre del 2017 era el autor intelectual del asesinato de su esposa. Vi también cómo las cámaras querían a toda costa tener las primeras impresiones de Viviana Anguita, hija mayor del matrimonio que debió enfrentar el crimen de su madre y la acusación a su padre cuando tenía catorce años, hoy tiene sólo veintiuno.

Nuevamente y por enésima vez pienso en los textos e ideas desarrolladas por Vargas Llosa  y Eduardo Galeano sobre la cultura del espectáculo y cómo ésta ha prosperado en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Un crimen que hoy por hoy se entiende o se establece como un robo con asesinato no premeditado, se transformó durante largo tiempo en un tema pasional con ribetes realmente escabrosos donde entre otras cosas se visualizaron infidelidades y supuestos malos tratos (violencia psicológica incluida) por parte de la prensa escrita y audiovisual pero no de noticias sino que miscelánea.

Efectivamente la cultura del espectáculo nos ha invadido e invalidado como entes pensantes con juicio crítico que podemos formar opiniones más allá de lo que se nos presenta como idea o contexto de algo, pero más peligroso aún en estos devaneos editoriales de la TV ha resultado el establecer y dar cabida al nuevo concepto comunicacional llamado posverdad, donde la mentira establecida desde el discurso emocional y la reiteración de la misma pone en el tapete como hecho verídico algo que ni por asomo lo es.

Somos una sociedad víctima del dicho popular “miente, miente que algo queda” y efectivamente algo queda. Nos enfrentamos constantemente a reflexiones del tipo: “si el río suena…” y cosas por el estilo, dando cabida a una idea errónea de realidad y establecida en el conventilleo más lamentable y pobre que podemos imaginar. Pero lo sostenemos porque alguien nos dijo, o nos consta, o el olfato nunca falla, o los signos de la naturaleza, o las predicciones de Nostradamus, o las terribles conspiraciones de las que somos víctimas diariamente. Ponemos todo en una licuadora, no establecemos parcelas del relato y no somos capaces, como consumidores de medios, de ver desde dónde construyo esa realidad que se me presenta en la pantalla chica. Peor aún cuando las voces validadas y establecidas como respetables son siempre las mismas y sólo repiten un discurso sin mediar miradas o perspectivas disidentes.

Nos hemos acostumbrado a un solo enfoque y no somos capaces de reflexionar sobre él, menos de discutirlo. La tele se ha transformado en la máxima de muchos como posibilidad de validar una idea, sin entender que la televisión es un medio de comunicación que, lamentablemente, se ha establecido como una industria cultural cuya credibilidad está literalmente por el suelo.