El hundimiento del Frente Amplio

El hundimiento del Frente Amplio

Por: Carlos Hidalgo | 16.09.2017
En el fondo, el Frente Amplio no es más que una reunión de «activistas» y no «militantes», «ideologías» y no «políticas», «burocracias» y no «partidos». Una organización que no es más que un conjunto de identidades sociales que pierde con el transcurso del tiempo toda capacidad de intervención en la política nacional, y que tiene pocas posibilidades de resistir en forma el fracaso electoral que se avecina en noviembre.

El Frente Amplio ya no existe. Hoy, el que fuera la coalición que había logrado condensar gran parte de la potencia impugnatoria que residía en el Chile neoliberal, no es nada más que un deteriorado pacto electoral, una mera plataforma para que aquellas identidades que se encontraban del lado de afuera de las fuerzas políticas tradicionales pudieran disfrazar de aspiraciones colectivas sus ambiciones particulares. Carente de un núcleo dirigente que pueda unificarlo, sin lineamientos estratégicos que le den una coherencia más allá de la presente coyuntura histórica y con un rendimiento electoral en franco deterioro o estancamiento, el Frente Amplio está en un curso de descomposición que ya nadie puede detener.

Las razones son múltiples y no todas vernáculas. Una izquierda mundial que todavía no logra recuperarse de su última gran crisis y que no posee en su inventario más que reflexiones de carácter ideológico-abstracto, donde cuestiones como la táctica y la estrategia son escasamente abordadas e incluso, en muchos casos, abiertamente despreciadas. Una generación conductora del Frente Amplio formada únicamente en el marco de luchas sociales, desconectada política e intelectualmente de lo mejor de la tradición de la izquierda histórica y constituída sobre la primacía de lo social sobre lo político. Por último, un conjunto de organizaciones fundadas sobre un ethos que pone a la moral como el pináculo de la política, y que se relacionan con el pasado y el presente a partir de la pura indignación, estableciendo en todo momento una división del espacio político entre ellos —los inmaculados— y todo el resto de Chile, lugar de las conductas abyectas y la tan despreciable «vieja política».

¿El resultado de todo esto? Una verdadera tragedia. Un Frente Amplio que en vez de avanzar en la construcción de un acuerdo político mínimo que le permitiera enfrentar en buenas condiciones el presente período y proyectarse de forma unitaria al siguiente, prefirió gastar sus energías en dar discusiones ideológicas de alto calibre —que probablemente nunca llegue a confrontar con resultados prácticos— y en intentar diseñar un proyecto histórico en los acotados tiempos que le imponía el calendario electoral. Desconcertado por su falta de elaboración para enfrentar el escenario, trató una y otra vez de abrirse a la sociedad a través de congresos abiertos e iniciativas de construcción participativas de contenidos políticos, esperando encontrar en la sociedad más neoliberal del mundo un sujeto constituido que le entregara directamente las respuestas que tanto requería. Así, pospuso el problema de la dirección política que debía imprimir en la sociedad y se refugió en consideraciones políticamente correctas, pero completamente ineficaces, tales como «la política se construye de abajo hacia arriba» o «nuestro programa nace de los territorios», pidiéndole a los sectores subalternos del Chile del 2017, no solo su apoyo electoral, sino también las claridades políticas para avanzar en un proceso de transformación. Uno podría, razonablemente, preguntar ¿a qué se dedican entonces?

Es por esto que cuestiones tan primordiales como de qué manera es posible construir partidos nacionales hoy en día, qué relación va a tener el Frente Amplio con la Nueva Mayoría o cómo es posible iniciar un proceso de transformación que haga retroceder al neoliberalismo en Chile quedaron absolutamente subteorizadas y arrojadas a un diseño improvisado como si fueran meras cuestiones administrativas. En cambio, y este esfuerzo sí que era merecedor de la atención indiscutida del Frente Amplio, se dedicaron a recopilar lo más reciente de la teoría crítica que se producía en diversos rincones del mundo y la importaron a destajo a nuestra realidad nacional. De ahí que, hoy por hoy, la organización política que estaba llamada a enfrentarse a las conducciones políticas de la clase dominante sea un Frente Amplio como si estuviéramos en Uruguay; indigenista como si estuviéramos en Bolivia; populista como si estuviéramos en España; feminista como si estuviéramos en Estados Unidos; decolonialista como si estuviéramos en la India y; territorial como si estuviéramos en dictadura.

Un Frente Amplio que reúne prácticamente a lo mejor de la generación de «luchadores sociales» del Chile neoliberal, a los que en su momento representaron un avance significativo para el campo subalterno y que vinieron a remover las conciencias de una transición completamente aletargada; pero que hoy se han demostrado como insuficientes para dirigir un proceso de disputa estratégico con las fuerzas de la transición.

En el fondo, el Frente Amplio no es más que una reunión en abierta descomposición de «activistas» y no «militantes», «ideologías» y no «políticas», «burocracias» y no «partidos». Una organización que no es más que un conjunto de identidades sociales que pierde con el transcurso del tiempo toda capacidad de intervención en la política nacional, y que tiene pocas posibilidades de resistir unificados el fracaso electoral que se avecina en noviembre.

Esto nos lleva a la pregunta más importante que podemos hacer en este ciclo político: ¿cómo rectificamos el curso? ¿Es realmente posible refundar este esfuerzo de tal manera que logre hacer, en un siguiente período, un ingreso en forma a la lucha política o es sencillamente el momento de dejarlo a su propia inercia autodestructiva, aquella que lo lleva por los pasillos de, por una parte, su asimilación al polo de izquierda de la Nueva Mayoría y, por otra, a su eterna permanencia al interior del campo social?