Los territorios que habita Claudia Apablaza, la editora de Los Libros de La Mujer Rota
—Hasta las 18:30 está bien. Más tarde, la Eloísa despierta y se pone mañosa porque le da hambre.
Ese fue el último mensaje recibido antes de que el teléfono de Claudia Apablaza quedara sin batería, y también sin posibilidad de cargarlo, pues la luz se cortó en varias comunas de Santiago producto de la lluvia. Eloísa es la hija de Claudia y Jorge Núñez, su pareja y compañero de labores en la editorial Los Libros de La Mujer Rota. Tiene casi un año y, para cuando comienza esta entrevista, revolotea por la casa sobre su andador, inquieta porque quiere la papa, por la presencia de una extraña en su espacio y también porque en el exterior el temporal tiene de cabeza a la ciudad entera. El ruido de las techumbres volando y chocando entre ellas se intercala con los balbuceos de Eloísa, tal como ocurre con la actividad literaria, el trabajo de su madre, quien hace unos meses así lo consignó en este mismo medio: “Leo y escribo mientras amamanto a la guagua, mientras ella duerme, mientras está en silencio, junto a mí observándome. A veces incluso cuando llora un poco alcanzo a teclear algunas palabras, todo con su sonido de fondo, con sus pequeños grititos pidiéndome leche o que la mude”.
Claudia Apablaza está en un lugar liminal entre la edición, la escritura y la maternidad. Transita en estos tres papeles, pero intenta mantener una atención regular y equilibrada a cada uno de ellos.
—¿Eres de las que se define “mamá chocha”?
—Totalmente, aunque es complicado. No lo voy a negar. Una se cansa. Es súper agotador, por ejemplo, tener que dedicarme a mis trabajos muy tarde, luego de esperar a que Eloísa se duerma.
—El 2012 escribiste “Diario de quedar embarazada”, mientras que tu hija nace el 2016. Hace tiempo que estaba dando vueltas la idea.
—En esa época tenía 33 y ahí empezó el rollo con querer tener un hijo, pese a no estar emparejada. Dije “filo, quiero tener un hijo y me da un poco lo mismo quién sea el padre”. En ese tiempo veía muy difícil emparejarme, entonces me proyecté como una madre soltera. Eso corresponde a la primera parte del diario. El año pasado escribí su segunda parte, para retratar dos momentos de la misma mujer: ese donde tenía ganas de quedar embarazada, y otro donde ya lo logró y narra todos los cambios que van ocurriendo en el cuerpo, las cosas que piensa.
—Y ahora, hablando como madre, ¿era como te lo imaginaste hace cinco años atrás, cuando empezaste esta ficción?
—No. No se parece en nada. A mis amigas que me cuentan que desean ser mamás, ahora les pregunto desde un lugar muy profundo: “Oye, pero… ¿realmente quieres tener una guagua? ¿Sabes lo que significa?”. La maternidad, como idea, es una cuestión radicalmente diferente a su realidad concreta. Son 24 horas con un sujeto, otro sujeto, al lado tuyo. Yo no lo pensé así. Recién le tomé el peso una vez que la Eloísa nació.
—¿Qué cosas cambiaron para ti?
—Ahora salgo muy poco por estar con la Eloísa. A veces extraño esa vida en el exterior, pero me importa más compartir este tiempo con mi hija, aprovechando que aún es chiquitita. Estos dos primeros años prefiero ser yo quien se dedique a cuidarla y criarla. Igual tiene sus ventajas: paso harto rato en mi casa, aprovecho de escribir.
—¿Y se puede escribir tranquila cuando hay que estar pensando en si corresponde mudar a Eloísa de tanto en tanto, o en prepararle la comida, o en jugar con ella?
—De noche. Se duerme la Eloísa y me vuelco a trabajar. Transé, como ya te dije, el tiempo que dedicaba a la vida social, para ocuparlo en la literatura. Pero esta “renuncia” tampoco es tan dramática como la pintan algunas autoras. María José Viera-Gallo, en un texto publicado en Revista Ya, dice que “ni contra los hijos, ni con los hijos”. Los hijos están, no más. Sí, se puede leer a la maternidad en clave ideológica, sindicándola como una potencial opresión, pero no es la forma en que yo la registro.
Apablaza afirma que ha perdido la dureza de lo racional desde que existe Eloísa. Habla de una barrera, la que la hacía intelectualizar todo, que se desploma al convertirse en madre. Amabilidad y apertura son los conceptos a los que echa mano cuando se refiere a su redescubrimiento personal. Antes, dice, le molestaban mucho los niños, pero ahora ha surgido una ternura en la que quiere profundizar.
—Miro a la Eloísa y trato de ponerme en su lugar. Me impresiona pensar que una también fue así: de ese tamaño, sin saber hablar o caminar. La adultez te distancia de esa mirada fresca que tienen los niños al descubrir el mundo que les rodea. Estoy experimentando situarme en sus zapatos y recuperar, en parte, esa curiosidad.
De la intuición
En paralelo a preparar mamaderas y acostumbrarse a que ser mamá es para siempre, Claudia está trabajando por ampliar el horizonte de su editorial. Los Libros de La Mujer Rota, que comenzó como una microeditorial, sorprendió al mercado de las letras con los superventas “Quiltras”, de Arelis Uribe; y “Tanto duele Chile”, de Richard Sandoval. Ambos títulos se adjudicaron una segunda edición debido a su éxito de taquilla. Por lo tanto, hacer crecer este nuevo espacio, pensado como una vitrina para autores con algo que decir más allá de la literatura, se transformó en un imperativo.
—Desde el principio tuve claro lo que quería publicar. Es una sensación que tengo, una intuición literaria de leer un texto y determinar, en ese momento, “ya, sí; esto sí o esto no”. Nuestra línea, en La Mujer Rota, es prestarle atención y visibilidad a escritores que están tomándole el pulso a la contingencia. No nos interesa, en particular, textos que manejen técnicas de escritura a la perfección. Sí importa que sean representativos de ciertas ideologías. En mi opinión, una persona puede escribir súper bien, pero no decir nada. Mi intuición apuesta por lo contrario.
—Tu prioridad es el fondo por sobre la forma.
—Sí. O sea, idealmente en la mezcla equilibrada entre ambas, pero si hay que poner una por sobre la otra, estoy de acuerdo contigo.
—¿Algún caso específico que haya puesto a prueba tu ojo literario?
—Te doy un ejemplo: en este momento hay mucha gente elogiando a Lucía Berlín (autora de "Manual para mujeres de la limpieza"). He escuchado en varias partes “¡es lo máximo!”, “esto es lo que la lleva” y otras frases que dan cuenta que está de moda. Y me pasó que comencé su lectura y me aburrí al tiro, me dije: “no puedo leer esto”. Así opera este instinto. Demás que es lo máximo, pero para mí no es de esa manera.
—Háblame de los estándares políticos y estéticos a los que apunta La Mujer Rota.
—Nos interesa la fuerza del autor. Al decidir publicar a Richard Sandoval esta razón fue determinante. Sus textos son una muestra del cruce de esos dos aspectos. No te voy a mentir: importa que los autores que publican con nosotros tengan una presencia dentro de cierto circuito. De más que hay editores que buscan a escritores de otra índole, a esos que están enclaustrados en su casa escribiendo la mejor novela del siglo XXI. Nuestras expectativas son distintas. El foco principal está en quienes se preocupan y tienen algo que decir sobre su contexto histórico y social. Uribe, Sandoval y Vicente Gutiérrez, a quien publicaremos pronto, son voces de su generación.
—¿Les llegan manuscritos que se enmarquen en el cliché del artista encerrado en sí mismo que describes?
—Mucho. Llega gente acá con una presentación del tipo "mi libro es bacán, aunque nadie lo ha leído y a mí no me conoce nadie, pero cuando me muera me van a descubrir", etc. Ahí descarto inmediatamente. Chao con los autores que no se creen su propio cuento. Esa visión romántica del trabajo del autor me cae como patada en la guata. ¡Hazte cargo! ¡Toma posición en la vida!
Claudia también aprovecha de expresar su molestia ante los aspirantes que llegan ofertando proyectos de categorías que, para ella, están obsoletas: narraciones policiales, eróticas, de época. Esos apellidos de la literatura son, en sus palabras, del siglo pasado.
—Hoy en día los libros, las construcciones literarias son muy híbridas. Si llega alguien y me dice “yo escribo novelas eróticas” quedo colgada porque ¿cómo un libro sólo se va a tratar de lo erótico? Que exista este género literario, ¿implica que otros libros no puedan narrar ese ámbito sin exclusividad? Yo no creo que sea así. Ninguna vida se compone de una sola dimensión y pensar a la literatura de esa forma queda corto.
Literatura, alternativa
—La visita de Megan Boyle a Chile generó una expectación imprevista. El lugar donde fue el lanzamiento de “Cómo darle sentido a una vida que no tiene sentido” se llenó. ¿Cómo llegan a publicarla?
—Parte de nuestro catálogo está compuesto por autores norteamericanos contemporáneos: Noah Cicero, Juliet Escoria, Tao Lin. Habiendo publicado a este último, llegar a otros escritores que de características similares es mucho más fácil porque les da confianza en la editorial. Así es como Megan Boyle se integra a Los Libros de La Mujer Rota.
—Los Libros de La Mujer Rota se caracteriza por tener un formato llamativo respecto a otras editoriales. Son libros de bolsillo, de extensión breve, con ilustraciones llamativas. ¿Por qué esta elección?
—Nosotros pensamos en un formato que llegara fácilmente al público. Los libros son caros en Chile. La Mujer Rota tiene una propuesta política sobre el acceso a la lectura e intentamos reflejarla, por ejemplo, en el costo de cada ejemplar. Cotizamos entre varias imprentas, nos preocupamos de que la producción de los libros sea económica para no traspasar el exceso en el gasto al comprador/lector. El tamaño, una cuestión técnica, es un reflejo de esto: trabajamos en A7 para aprovechar al máximo los pliegos de impresión.
—Tu trabajo editorial echó raíces, alcanzando estabilidad y legitimidad en muy poco tiempo. No obstante, ¿qué pasa con Claudia, la escritora? ¿Qué estás leyendo ahora?
—Un libro de Banana Yoshimoto, regalo de mi pareja. Se llama “Recuerdos de un callejón sin salida” y estoy metida porque aparece un cuento que habla de una mujer editora, en un momento en que, precisamente, escribo un libro en que también hay un personaje que es mujer y editora.
—¿Qué libros son fundamentales en tu andamiaje literario?
—Me he dado cuenta que son los libros largos, lo que me parece raro pues es muy distinto a lo que yo hago. Mi literatura tiene un formato más breve. Respondiendo a tu pregunta: “Almas muertas”, de Nikolái Gogol; “La montaña mágica”, de Thomas Mann; “2666”, de Roberto Bolaño; el Quijote. Ninguno de éstos se los recomendaría a nadie. Son muy largos y espesos, pero a mí me encantan porque hay un trabajo extensísimo, literalmente mil páginas, en el desarrollo de personajes.
—¿Qué es la literatura para ti?
—Un lugar de identificación. Un territorio que te puede salvar, pero que te exige mucho trabajo a nivel interno. Leer te ayuda a profundizar tu propia escritura, no en cuanto a su aprendizaje técnico, sino en relación con lo que una siente al crear mundos nuevos. Leo porque es fundamental para mi oficio. No podría ser escritora si no leyera tanto.
—¿Entonces no hay espacio para el goce al leer un libro?
—Sí, si lo hay, pero no desde la entretención. No es una reacción espontánea frente a un objeto artístico que me conmueve. Está más procesado. Lo miro así porque cada vez que leo me dan ganas de escribir, y escribir es mi trabajo.