El Frente Amplio y la política del espectáculo

El Frente Amplio y la política del espectáculo

Por: Adolfo Estrella | 20.04.2017
El Frente Amplio es un diseño comunicacional que va siendo exitoso hasta ahora, dentro de los parámetros electoralistas, ejercitándose en la política del espectáculo como sus hermanos mayores de Podemos. Su evidente falta de arraigo social, es llenada con su insistente apelación a los “movimientos sociales” como supuesto origen de sus dirigentes y grupos internos.

Antaño, en la época política previa a la masacre pinochetista, los precandidatos y candidatos eran más bien escasos: rara avis que pasaban por diferentes filtros ciudadanos y, en general, aunque miembros de las elites como ahora, mostraban trayectorias meritocráticas dentro de algún espacio político. Eran líderes arraigados en prácticas colectivas a las cuales se proponían expresar y/o representar en el ámbito estatal. Allende o Frei son casos paradigmáticos de esta forma de desarrollar las experiencias políticas.

En otros tiempos, a su manera y con todas las variantes, elitismos y miserias del caso, había una lógica y un sentido dentro del mismo espacio de la política que garantizaba coherencia y dirección ideológica y programática. Nada de eso sucede en la actualidad. Las líneas de continuidad meritocráticas están rotas: los candidatos brotan como hongos desde cualquier ámbito (académico, empresarial, mediático, deportivo etc.) donde el personaje haya conseguido algún tipo de presencia o supuesto prestigio etc. y, aquí está lo distintivo de la actual situación, se espera que sea traspasable al espacio de la política.

En la mayoría de los casos, dada la devaluación de la política y los políticos, el valor del personaje es exógeno. Hay una transferencia de imagen: se trata de que los valores-signos se muevan desde un ámbito a otro. En marketing eso se llama “extensión de marca”: movimiento de una marca hacia espacios de consumo diferentes a aquellos en la que fue concebida inicialmente. El nombre de un actor famoso avala una marca de perfume, por ejemplo (Antonio Banderas); una marca de maquinaria (Caterpillar) avala una marca de zapatos. Esto genera un fenómeno de equivalencia de signos distintivos. El traspaso de apellidos entre familiares, padre/hijo principalmente, es una variante de esta estrategia pero endógena: es una transferencia dentro del mismo espacio político y recuerda a las tradiciones dinásticas. Esta práctica ha parecido de forma intermitente en la historia del país (Alessandri Rodríguez) y continúa hasta hoy (Frei Ruiz Tagle; Lagos Weber; Allende Bussi, etcétera).

En el actual contexto eleccionario muchos de los “pre-candidatos, candidatos y candidateados” extraen sus posibilidades electorales desde los supuestos prestigios alcanzados en lugares como la academia (Atria, Mayol), los medios (Sánchez, Guillier) o la empresa, los medios y la academia (Parisi) por citar a algunos. Grupos y grupúsculos más o menos organizados o en proceso de hacerlo buscan desesperadamente este tipo de personajes para aprovechar, por transferencia, sus valores de imagen pre-existentes en un mercado de imágenes extenso.

El Frente Amplio, participa de lleno dentro del espectáculo político: no realiza absolutamente ninguna crítica al modelo de representación mediática. Por el contrario, se muestra como un buen alumno de estas prácticas. En su obsesión presidencialista y parlamentarista sus líderes están haciendo más de lo mismo: absorber imagen externa e incorporarla a su marca “paraguas”: marketing electoral de libro. Pura acción de superficie, acción cupular, simulacro vacío y distante de cualquier forma de representación que emerja desde los mismos representados. No obstante, logran hacerlo bien: logran el simulacro de lo horizontal y traducir cierta fracción del descontento desde retóricas que imitan venir “desde abajo”, desde imágenes que parecen no pertenecer a la política tradicional. Sin embargo, en la práctica, siguen el juego de la mediatización (en tanto mediatez y no inmediatez) del mesianismo y de la vanguardia. Son sus dos líderes mediáticos quienes conducen, definen y legitiman mediante sus gestos lo que el Frente Amplio debe hacer, y el rumbo que debe seguir.

En la actualidad están realizando la que es quizás la mejor transferencia de imagen en la actual contienda electoral al fichar a Beatriz Sánchez. Esta adquisición dentro del mercado de las imágenes ha sido, hasta ahora, una exitosa extensión de marca que cuenta con el beneplácito de sus principales líderes quienes aprueban, bendicen y transfieren su propio poder de marca a la nueva ungida que comienza a desatar una lluvia de elogios y adhesiones equivalente a la primera Bachelet. Y ya se sabe cómo terminó todo.

El Frente Amplio es un diseño comunicacional que va siendo exitoso hasta ahora, dentro de los parámetros electoralistas, ejercitándose en la política del espectáculo como sus hermanos mayores de Podemos. Su evidente falta de arraigo social, es llenada con su insistente apelación a los “movimientos sociales” como supuesto origen de sus dirigentes y grupos internos. Esta apelación quiere funcionar como principio de realidad que le de solvencia, sustancia y anclaje a su origen mediático y discursivo. Pero los movimientos sociales de los que hablan son una ilusión óptica. Hay que estirar mucho el concepto de movimiento social para considerar como tales a las federaciones estudiantiles (del cual proceden la inmensa mayoría de sus militantes) al Colegio de Profesores y a los sindicatos, ejemplos a los que se refieren continua y redundantemente como demostración de pedigrí militante. Estas organizaciones son campos de disputa de partidos y partiditos políticos y terreno de entrenamiento para líderes que buscan dar el salto a la política parlamentaria y presidencial. No son considerados fines en sí mismos sino lugares de paso para llegar a la política “de verdad”. Tanto las federaciones como los colegios profesionales y sindicatos son estructuras organizacionalmente duras, funcionales y verticales alejados de la flexibilidad, contingencia y horizontalidad de los movimientos sociales.

La cartografía política del Frente Amplio no coincide con ninguna cartografía social. No hay origen ni destino que pueda encontrarse en una realidad externa a sí mismos, es decir, con su propio mapa organizacional.  Esa realidad no existe. Pero, para una política del espectáculo “la realidad no es necesaria” (Baudrillard) se la puede construir mediáticamente. Se la puede simular hablando de ella continuamente y se puede disimular que no hay vínculo estructural con ella haciendo lo mismo. En Chile no existe una red madura y estable de experiencias y movimientos sociales equivalente, por ejemplo, a la de nuestros vecinos y a la de algunos países de Europa. La sociedad chilena no ha superado el desmantelamiento de tales iniciativas que realizó la Concertación/Nueva Mayoría. No se ha recompuesto una trama asociativa y cooperativa desde la cual se planteen viejas y nuevas demandas.  La sociedad no ha vuelto. La sociedad chilena es una sociedad fragmentada que produce esporádicamente brotes de crítica y atisbos de rebelión colectiva con resonancia mediática que luego se apagan y pasan al olvido porque no crearon y, al mismo tiempo, no expresaron, un tejido de identidades, canales, prácticas y redes necesarias para estabilizarse en el tiempo. Es otra ilusión pensar que un movimiento como No +AFP expresa una voluntad colectiva con sustento social más allá de las marchas multitudinarias. Este movimiento, como otros, es la explosión de subjetividades heterogéneas unidas, momentáneamente, por consignas interpretadas de manera diferente por sus actores. No hay un “pueblo” solidario detrás de él ni hay comunes de sentido. Con alta probabilidad el movimiento se va a debilitar cuando Luis Mesina encuentre su camino electoral transfiriendo imagen de marca a su propia candidatura y no al Frente Amplio.  El domino neoliberal ha avasallado las subjetividades tejiendo una red de identidades pasivas y blandas e identificaciones perversas con los poderosos. El modelo social dominante de individuo no es el trabajador sino el emprendedor al cual con dificultad se le puede invitar a identificaciones colectivas solidarias de cierta duración si no coinciden con sus propios intereses.

Los partidos del Frente Amplio han tenido que realizar, como todos, marchas contra el tiempo en el proceso de recolección de firmas para ser aprobados por el SERVEL, haciendo firmar hasta a la abuelita. Nadie con honestidad puede reconocer en este proceso de legitimación institucional la existencia de una base de militancia equivalente a las firmas recogidas que sostenga un proyecto partidario. Es un trámite, necesariamente sumiso al poder del Estado, que reporta más réditos de imagen que verdadero arraigo social.

El Frente Amplio se presenta a sí mismo como una contra-hegemonía a la hegemonía del “duopolio”. La Concertación/Nueva Mayoría y Chile Vamos son sus “antagonistas” siguiendo el manual de instrucciones del neopopulismo teórico de Laclau-Mouffe. Su propuesta es construir un tri-polio supuestamente mejor que el duopolio existente. Un “buen poder” frente a un “mal poder”; “buenos políticos” frente a “malos políticos”; “buenos partidos” frente a “malos partidos”, dejando intacta una concepción de las instituciones, de la política y del poder como simple relevo de elites. Nada nuevo están diciendo acerca de la crisis de la misma idea de representación política.

Su propuesta de realizar un proceso de consulta ciudadana (“los invitamos a construir juntos un programa de gobierno y parlamentario que nazca desde el sentir de la gente y refleje las necesidades y demandas de una ciudadanía soberana” como afirma su publicidad) basado en “encuentros territoriales auto-convocados”, es una variante de lo realizado por el gobierno de Bachelet a propósito de redacción de una nueva Constitución. Se conformarán los “grupos de apoyo programático” que elaborarán “documentos de diagnóstico” y “propuestas concretas para ser discutidas en cada territorio”. ¿Quiénes serán los miembros de estos grupos? La respuesta es que serán miembros de “organizaciones políticas y sociales y están abiertos a quien quiera participar” No hay que ser excesivamente suspicaz para imaginar quienes serán esas organizaciones políticas y sociales. Es el viejo modelo verticalista aggiornado con mecanismos de participación domesticada, que “extrae información desde la base para inyectar neguentropia desde la cúpula” (Jesús Ibáñez). Esto, si sale bien, generará un cúmulo de información que deberá ser codificada e interpretada. Interpretar es transformar la información en sentido. ¿Dentro de qué matriz de sentido se estructurará la información recogida? ¿Quién codificará? ¿Quién será el exégeta? ¿La cúpula de los partidos o lo dejarán en manos de consultores como lo hizo Bachelet? ¿Lo propios participantes? ¿Y si “la gente” quiere echar a todos los inmigrantes? ¿Y si la ciudadanía soberana quiere iniciar una guerra con Bolivia? ¿Eso se plebiscitará y, si gana, se incluirá en el programa del Frente Amplio?

El Frente Amplio no es el “espacio natural de la izquierda”, ni ocupa toda la posible creatividad para la transformación social fuera del territorio decadente y moribundo de la Nueva Mayoría. No es “el único espacio válido y viable que puede permitir al pueblo enfrentar la política neoliberal hoy dominante” como dicen con arrogancia e ignorancia algunos de sus miembros repitiendo un lenguaje fosilizado heredero de una vulgata marxista extemporánea.

Las izquierdas políticas representadas en el Frente Amplio, confunden las llamadas retóricas a la “unidad” política desde arriba con la tarea de hormigas de construir comunes desde abajo. Pero, la sociedad, lo común, lo comunitario, lo solidario hay que construirlo y practicarlo no esperar a que llegue desde las profundidades sociales para, a continuación, superponerle una “orgánica” y aparecer en los medios asegurando que ellos son los que mejor la representan. Aquí y ahora hay mucho trabajo por hacer esforzándose por salir de tres ámbitos que obstruyen la emancipación: el mercado, el Estado y el espectáculo.

Destinar los esfuerzos y la imaginación militantes a abrir redes, desarrollar proyectos cooperativos y autónomos de todo tipo: de consumo, de producción, de educación etc. y no crear el enésimo partidito vociferante. “La esencia de las autonomías es la negación y un hacer alternativo. La idea misma de un espacio o momento autónomo indica una ruptura con la lógica dominante, una brecha o un cambio de rumbo en el flujo de la determinación social” (John Holloway). Reactivar los restos de solidaridad dispersos después de la plaga neoliberal y llevarlos a redes mutualistas en salud, pensiones, vecindario, ecología, alimentación etc. Organización reticular de los trabajadores intermitentes y precarizados fuera de las debilitadas máquinas sindicales tradicionales. Imaginación cultural y artística extendida. Ninguna de estas prácticas y valores los ha esgrimido el Frente Amplio obsesionado como está con la toma del poder del Estado a través de la presencia mediática. Por el contrario, la tarea política radical debería ser la prefiguración, aquí y ahora, de formas y prácticas sociales que sustituirán a las relaciones de dominio. Es decir, mucho más que participar en el espectáculo triste de los medios mendigando el tiempo y la atención de una ciudadanía cada vez más aturdida e indiferente ante una oferta desmedida de discursos básicamente equivalentes entre sí. “Hacernos fuertes localmente, confederarnos territorialmente; dotarnos de medios materiales, de espacios estables, de técnicas, talleres, saberes, recursos; volver a vincular los diferentes aspectos de la vida, desde la crianza a la jubilación; basar la propia potencia en la intensidad ética de la vida común, es decir en la verdad que seamos capaces de soportar, pero también en la riqueza teórica y el imaginario que seamos capaces de crear (…)  apostando por crear las condiciones para desplegar otra manera de vivir. (Marcello Tarì)