¿Qué subyace al Frente Amplio?
Desde variados ángulos se han escrito columnas respecto al Frente Amplio. Principalmente –y muy ligado a la coyuntura pre-electoral en la que estamos– se han desplegado lecturas y análisis sobre las posibilidades de esta naciente amalgama de movimientos y partidos en torno a las elecciones de noviembre. Últimamente, además, se han realizado llamados a participar del proceso participativo para la construcción del programa frenteamplista, espacio pensado para que toda persona tenga la posibilidad de hacer valer sus ideas ante el escenario que Chile arrastra desde hace décadas. Sin embargo, vale también incitar una que otra reflexión respecto a la fuerza del Frente Amplio, mirando más allá del plano electoral.
A razón de lo anterior, parece pertinente plantear la siguiente pregunta: ¿Qué subyace al Frente Amplio respecto a posicionar otra posibilidad política?
A continuación, se despliegan algunas reflexiones iniciales que no intentan cerrar la discusión, por el contrario, tratan de abrir diálogos fecundos ante la temática referida.
Podríamos situar en el año 2011 una suerte de despertar social y político que trajo consigo una voluntad de cambio, la cual concitó grandes aspiraciones e inquietudes en miles de personas. Lo demostraban de sobremanera las multitudinarias marchas y concentraciones que tenían como bandera la recuperación e importancia de la educación pública y el fin del lucro. Consignas más, consignas menos, volvía a surgir la educación como un derecho del pueblo y no un bien de consumo como postulaban algunas figuras políticas. Sumado a eso, la coyuntura del momento daba espacio para reivindicaciones medioambientales que figuraban en el escenario la defensa de territorios que serían afectados de manera gravosa, existiendo en Chile el potencial para explorar variadas y nuevas modalidades de desarrollo. Sin duda, muchas problemáticas distintas (quizás históricas) continuaban y no cesaban su afán reivindicador. Entre todas aquellas movilizaciones, al parecer, resaltaba un hilo conductor entre sus discursos que avisaban la existencia de una sociedad inquieta, un mínimo común que daba sentido a la movilización. Esa hebra discursiva bien podría tener como eje articulador la oposición a un modelo político, social, económico y cultural que tuvo su auge en dictadura y que, bien o mal administrado, se perpetra actualmente en la denominada democracia. O, desde otro punto de vista, podría tratarse de la expresión de descontento de una multiplicidad de individuos ante el des-velo de la promesa económica de la matriz de Chicago.
La actual arremetida del Frente Amplio ha agitado –de alguna manera– la dicotomía representacional que opera en la actualidad. Gran notoriedad se le ha dado a su potencial electoral de cara a las elecciones y la discusión (principalmente mediática) se ha concentrado en aquello. Sin embargo, la política y la democracia no se verifican únicamente en la temporalidad acotada de una elección, más bien implican variadas formas de pugna y disputa por el poder que deben trazar recorridos de forma paralela bajo el mismo momento político. En ese plano, la fuerza que subyace al Frente Amplio debiese considerar variadas dimensiones, siendo algunas de ellas la posibilidad de re-pensar la vida en común, las relaciones cotidianas de las personas y la disposición de las mismas ante el otro, principalmente en el plano discursivo para darles cuerpo en nuevas prácticas.
La re-configuración de un espacio político donde el individualismo no constituya nuestro paradigma de vivir social es uno de esos desafíos que supone una disposición que altera lo cotidiano. Aquella subversión de lo que se ha naturalizado supone señales y formas que busquen cambiar al sujeto político y social que se ha consumado bajo la gubernamentalidad actual. Por eso la relevancia de aquellas demandas que invitan a reformar la educación, el modelo de pensión, el sistema de salud, el desarrollo económico entre tantas otras. Además de invitar a la sociedad a dar visibilidad y nueva significación a un entramado discursivo casi extraviado.
En relación a lo anterior, poner en obra una construcción programática colectiva supone abrir la posibilidad de los cambios ante el pueblo. Es una disposición simbólica y práctica que tiene por tarea convocar a las personas para que se verifique la potencia del Frente Amplio, potencia que desborda (sin negar) el importante proceso electoral que se avecina. Por lo tanto, las elecciones no son el límite, pues esta construcción política debe saberse como un continuo de acción, un constante movimiento. En ese empeño, parece ser crucial trasladar esta voluntad a los barrios, a la calle, a los territorios; en otras palabras, trasladar esta voluntad política al espacio cotidiano de las personas donde también se pone en juego el poder, en aquellos lugares donde se padece y se encarna lo bello del vivir juntos.
Lo que subyace a esta fuerza es el espíritu y la puesta en obra que anime a torcer la búsqueda de un fin último, dando relevancia a la potencia común y a la pluralidad, evitando la sedimentación de un proyecto que permita amagar cualquier decaída de lo político. De aquello, Chile ya sufrió bastante y por tiempo prolongado.