Lo que me pasa con las tragedias (estoy lejos en Santiago y mi familia en Trujillo)

Lo que me pasa con las tragedias (estoy lejos en Santiago y mi familia en Trujillo)

Por: Eduardo Andrade | 23.03.2017
Me pasa mucho con la tragedia y a la vez no me pasa nada. He leído, porque a veces solo eso puedo hacer, comentarios de todo tipo. Desde peticiones para que el estado peruano declare en emergencia a las zonas afectadas, hasta incitaciones a saqueos y boicot a empresas chilenas que estarían subiendo los precios de los insumos básicos como el agua.

Me pasa algo con los huaicos en Perú, me pasa algo pero en realidad no me pasa nada. Estoy lejos, en Santiago, y a mi familia, en Trujillo, milagrosamente les protegió un cerro a espaldas de nuestra casa. Cuando era chico, recuerdo, pasó igual. Tengo amigos que me han hablado por años de cuando vieron, entre el lodo y el agua turbia que atravesaba la calles trujillanas en el noventa y ocho, retazos de cadáveres arrancados de uno de los cementerios más pobres que he conocido. “Donde la vida no vale nada”, le decíamos.

Me he imaginado esa historia por años y, morbosamente, inclusive he revisado archivos periodísticos en hemerotecas de mi país para darle color a un relato al parecer sacado de los más sórdidos pasajes del surrealismo. Me lo he imaginado porque cuando pasó esa vez, mi madre, precavida, decidió llevarme meses antes a la casa de mis abuelos en la sierra liberteña y aguardamos allí por casi tres meses hasta que las alarmas de enfermedades como el cólera y la conjuntivitis hubieran sucumbido.

Veinte años después, volvió a pasar. Volvió a pasar en la misma ciudad, en el mismo distrito, en todo el país. Solo que esta vez no tengo que imaginar tanto, sobran las transmisiones en vivo de colegas, compañeros damnificados, alguno que otro osado en busca de likes, y hasta selfies. Sí, esos primeros planos de nuestro rostro con algún fondo llamativo que, mientras más arriesgado sea, estará más próximo a cumplir su cometido: importar.

No me imagino que hubiera hecho estando allá. ¿Estaría reporteando?, ¿estaría ayudando?, ¿tendrán esas dos actividades algo en común? Hoy una amiga que hace poco abandonó las lides del periodismo me envió un texto personal que escribió sobre la tragedia. “El huaico se llevó a mi hijo”, titulaba. Yo le dije que me daba gusto que se hubiera ensuciado los zapatos yendo a reportear a las zonas donde las papas queman. “No he ido a reportear”, me respondió, “he ido a ayudar”. Quedé callado y luego ella agrego. “De verdad esto es una mierda”.

Hace un par de días, el diario de mi ciudad natal tituló así: “Que Dios nos ayude”. En la fotografía un grupo de hombres intentaban cruzar, de un lado a otro, alguna avenida del centro trujillano, con sus casitas coloniales y de color pastel. Algunos kilómetros más arriba, sin embargo, vive Angélica, la mujer sobre la que escribió mi amiga y que lo ha perdido todo, incluido su bebe de cuatro meses de gestación. Su casa quedaba en una de las zonas más afectadas de mi distrito natal, El Porvenir. Menudo nombre pienso ahora, un vaticinio constante sobre el destino, sobre hacia donde vamos y lo que estamos condenados a cargar. Las periferias son así, bien lo sabemos los latinoamericanos.

Me pasa mucho con la tragedia y a la vez no me pasa nada. He leído, porque a veces solo eso puedo hacer, comentarios de todo tipo. Desde peticiones para que el estado peruano declare en emergencia a las zonas afectadas, hasta incitaciones a saqueos y boicot a empresas chilenas que estarían subiendo los precios de los insumos básicos como el agua. Lo ponen así, textual, como si aquel gentilicio fuera el kerosene que avivara las llamas del odio en pos de lo que creemos justo, cuando la realidad quizás es otra. Un empresario que quiere joder no necesita de una determinada nacionalidad para poder hacerlo. Lo hace simplemente, hasta con los suyos.

Con todo esto le temo solo a una cosa. Le temo porque solo el año pasado sucedió tanto que ni siquiera puedo recordarlo. Los ataques terroristas en Europa por los que pusimos nuestras banderas en Facebook y usamos hashtags, Estambul, Bruselas, Berlín, un avión con futbolistas que se estrella antes de arribar a Medellín, todo me parece tan lejano y sucedió hace poco. La vorágine de las redes marca su propio tiempo, sus propias pautas. Ante eso la memoria a veces es un acto heroico, una forma de mirar de frente a la tragedia para decirle: no te olvidaré, a la próxima estaré preparado. Como esos hombres de los que relata mi amiga y que después de perderlo todo al cuarto o quinto huaico (ya van seis), se sientan sobre alguna piedra y solo ven el agua turbia y espesa bañar sus pies mientras silban, entonan alguna canción o solo piensan en silencio.

Hoy todo sirve, estoy seguro. Ayudar, orar, rezar; reflexionar sobre que el mundo cambia y muchas veces todo eso que creemos nos separa, en un instante de supervivencia, siempre puede marcar la diferencia.