#PiñeraPresidente: Chile, perdona nuestros pecados
Piñera, otra vez. Es como una pesadilla, una posibilidad jamás pensada en ese agosto de 2011, cuando su represión enfermiza desplegada por la patria asustaba con bombas de gas y hasta con la muerte de adolescentes con tal de rechazar el reclamo por educación gratuita. Piñera, otra vez. ¿No se sienten burlados, no es como si nos estuvieran haciendo bullying cuando nos anuncian que el ex presidente va a ser candidato de nuevo, pese a todo, pese a cada detalle informado por la prensa en el verano sobre sus abusos ejercidos desde el poder? Pero para colmo, sus soldados ni siquiera se hacen cargo de los chanchullos más insólitos que le cuelgan al multimillonario, y al contrario, somos nosotros, peones indignos, dependientes del sucio profeta, los que debemos agradecerle por volver, por volver a salvar a la nación que “se cae a pedazos”. Es como si Chile fuera la Villa Ruiseñor, el pueblito en que se ambienta la teleserie “Perdona nuestros pecados”, y Piñera fuera Armando Quiroga, el personaje de Alvaro Rudolphy, el más poderoso de todos, el que puede hacer lo que quiera, una y otra vez, el que peca ante los ojos de un dios de manos atadas, un dios que no asusta ni castiga, porque don Armando, Piñera, no respeta leyes ni sentidos comunes, porque la ley y el sentido común es él, él y el poder que le da su dinero y sus medios, el poder de equivocarse y no pedir disculpas ni desviar la mirada, el poder de abusar y sonreir con descaro, con el más auténtico descaro, un descaro que da vuelta la tortilla, y nos convierte en los fieles de un abusador, en los fieles de un abusador al que debemos dar las gracias.
Pero Piñera no es un personaje de ficción, y Chile no es la inventada Villa Ruiseñor. Piñera presidente, otra vez, es una posibilidad latente, en este país al que hoy le tenemos que pedir perdón. Perdón por permitir el abuso, porque en la práctica lo que estamos haciendo como sociedad, al acudir a tu campante proclamación, con banderas y chapitas, es decir que lo que sea que aparezca en los próximos días -y que de seguro va a aparecer- lo vamos a aceptar como parte de ti, señor Piñera, no como una evidencia de un nuevo abuso, sino como la normalidad de lo que eres, esa normalidad siempre reñida con la ética que en lugar de castigar premiamos aprobándote en las encuestas.
¿Por qué estamos como estamos? ¿Por qué somos ese país mediocre que se prepara para un nuevo censo porque el mejor de la historia, el de treinta mil millones de pesos, se tuvo que tirar a la basura? Porque nos creemos el cuento maldito del rico que nos da esperanza cuando se sienta en su trono, porque nos convencimos que ese trono le pertenece a los ricos y desde allí pueden seguir haciéndonos bullying mientras nos arrojen una migaja, un chorreo, un empleo precario que abulte las cifras del crecimiento, una beca pomposa que nos haga estudiar y sentir premiados, distintos, superiores, destacados; un hospital nuevo, concesionado, con pinta de clínica, pero con funcionarios insuficientes, asfixiados por la demanda, constreñidos por una empresa externa, privada, que supuestamente todo lo tendría que hace mejor.
Perdona nuestros pecados, Chile, perdona nuestra ceguera, nuestra brutal enfermedad endémica que permite el arrojo descarado de Sebastián: la ignorancia. Perdónanos por las señoras pobres que llegarán a alzar al hombre que reclama por la menor capacidad del presupuesto para el gasto social en años de bajo crecimiento, pero que a escondidas compra empresas en quiebra para evitar pagar impuestos con las millones de utilidades de sus compañías, achicando así el tamaño del Fisco. Perdónanos hoy, Chile, por escuchar en horario prime a un político que se presenta como salvador, pero que no dice por qué ayer no pagó los impuestos que debía por 44 mil millones de pesos acumulándose en sus empresas zombies, millones desviados desde su cuestionada empresa familiar, Bancard.
Perdona nuestros pecados, Chile, perdona los disparos en los pies que como país nos damos al erigir como el más probable nuevo presidente al que acusa campaña sucia cuando se le apunta de no soltar sus negocios, pero que recibe al gerente general de Bancard en La Moneda, y al dueño de Penta, Carlos Alberto Délano, en Cerro Castillo. Perdónanos por la inconsistencia de indignarnos con la corrupción y los políticos, pero a la vez permitir que se proclame al que quiso licitar el litio a través de Pablo Wagner, su subsecretario pagado casi a sueldo por el mismo Délano, mejor amigo de Piñera, hoy ambos arriesgando diez años de cárcel por corruptos, corruptos de una corrupción que vivió en el corazón del gobierno de Piñera, en el corazón de sus leyes más oscuras, esas redactadas por empresarios por correo.
Chile, perdona nuestros pecados, perdónanos por ayer darnos con una piedra en el pecho por haber elegido a la UDI, el partido más corrupto de Chile, el que en el gobierno de Piñera hizo la ley de Pesca y la de royalty minero para SQM; y a la vez, hoy, pocos años después de enterarnos de esa corrupción, aplaudir pacientes a su símbolo, Piñera, hablando de reconstrucción, como el jefe de nosotros, los peones, el jefe que le permiten sentirse sus dos mil setescientos millones de dólares, según Forbes.
Perdónanos Chile, por asistir hoy a una ceremonia del abuso y el descaro, junto a José Ramón Valente, el más fiero defensor de las AFP –ese que no cotiza-, y que hace días fue sumado al equipo económico que preparará los ejes del nuevo gobierno de Piñera. Perdónanos por tener a ese equipo económico como primero en las encuestas, mientras millones de ancianos en la miseria se preparan para salir otra vez a las calles a decir no más AFP. Perdónanos por la increíble esquizofrenia de nuestra inconsecuencia.
Perdona nuestros pecados, Chile, si es que puedes, y permítenos la redención. Permite que entremos en juicio, permite que veamos que no somos el país que quiere echar a los inmigrantes, no somos el que quiere volver a ser engañado cuando se cierra un proyecto que atenta contra el medio ambiente y por debajo el presidente invierte en uno peor. Perdona nuestros pecados, Chile, y permite que no volvamos a elegir al que se hizo rico engañando a sus socios en el Banco de Talca. Deja que veamos que esos socios engañados en el Maule por un amigo que arranca somos nosotros mismos, embobados una y otra vez, como si siguiéramos siendo el país de los cincuenta, el de la Villa Ruiseñor, el del abuso contra el trabajador como la clave del funcionamiento de la vida.
Perdona nuestros pecados, Chile, y permite que veamos, los jóvenes, los viejos, los más pobres y los clase media, que Piñera, el abusador, el patrón de la Villa, no es nuestro salvador. Ni hoy ni mañana. Permite que nos salgamos, Chile, del drama de esta teleserie que trágicamente es real.