"American Bitch": El capítulo de Girls que devela el acoso sexual a través de las dinámicas de poder

Por: Marcial Parraguez | 16.03.2017
El tercer episodio de la 6ta temporada de Girls aborda las dinámicas de poder como otra forma de abuso que se mantiene en las sombras. La protagonista Lena Dunham trata los difusos límites del consentimiento y del juicio moral en las redes e Internet que, en la vida real, se ha manifestado en casos como el de Cristian Aldana (vocalista de El Otro Yo) o el de los docentes Fernando Ramírez o Leonardo León.

*Escrito en co-autoría con Consuelo Arévalo

Estábamos viendo el tercer capítulo de la 6ta y última temporada de Girls (HBO). Cada uno en sus propios tiempos y en sus propios lugares. Ninguno tiene HBO, así que terminamos cada capítulo de domingo al día siguiente en la noche o un martes a mediodía desde el sitio web que más rápidamente piratee el reciente capítulo. No pasa, entonces, de un miércoles sin preguntarnos “¿viste el último Girls?”.

Este capítulo, a diferencia de muchos otros, nos dejó un sabor que variaba según las lecturas que íbamos teniendo y en base a lo que en conjunto fuimos develando como la mejor (o una de las mejores) articulaciones de abuso de poder que conlleva la violencia hacia la mujer, con una trama honesta y sutil que hilvana el relato de la sobrevaloración de personajes de la cultura popular a los que podemos tener acceso gracias a ponencias, seminarios, conciertos, salas de clases, reuniones informales, y un sinfín de otros medios de encuentro.

En este capítulo vemos a la protagonista Hannah Horvath (Lena Dunham) llegar a un acomodado sector residencial en New York, dar aviso al conserje, arreglarse en el ascensor, buscar, tocar y llegar, previa cita acordada, al departamento de uno de sus escritores favoritos; Chuck Palmer (Matthew Rhys).

Horvath es feminista, es una escritora feminista que ha visto su carrera truncada entre malas decisiones y eventos desafortunados propios de la era contemporánea, entre el iPhone y vivir en una metrópolis blanca mayormente heterosexual, mientras divaga en la libertad del uso de drogas y vuelve a la realidad de golpe cuando debe acompañar a sus amigas a abortar, casarse o a comprar un vestido.

Palmer citó a Hannah para conversar a propósito de un artículo que publicó en un sitio web feminista sobre denuncias de abusos del escritor en contra de estudiantes, específicamente uno que terminó con un non-consensual blowjob (sic).

A lo largo de la serie, Hannah ha ido evolucionando y también dejando ver sus sensibilidades y lados íntimos de maneras desgarradoras, evidenciando, por ejemplo, enfermedades mentales y de transmisión sexual.

Si bien ha crecido en su carrera como escritora –llegando a publicar un e-book y una crónica en un diario de la zona sobre cómo su mejor amiga terminó de novia con su ex–, existen puntos en los que continúa sintiendo que la aprobación de los demás, sobre todo de sus referentes, es importante. Muy importante.

¿El departamento? Limpio, blanco, ordenado: cool. Sin zapatos. Sólo calcetines, pies descalzos o pantuflas. ¿Arte? Contemporáneo, pulido, estudiado. Una imagen de Woody Allen, enaltecido, con un aura dorada muy al estilo pop art de hoy en día. ¿Libros? Cubriendo cada centímetro de muro blanco-minimal. Por montones en estantes, mesas de centro, cajas, todos con pegatinas.

Es por esta razón que decide aceptar la invitación de este hombre acusado de abuso, llegar a su casa, conversar, husmear en la esfera cotidiana de un personaje de esos que uno piensa que no van al baño.

Palmer no tarda en enunciar repetidamente lo graciosa que es Hannah, lo divertida, inteligente y buena escritora que es. Lo especialmente inteligente que es. En un momento incluso diferencia despectivamente a los periodistas de los escritores y exclama “¡tú eres una fucking escritora!”. Ella sonríe, disfruta ese énfasis.

Uno de sus escritores favoritos, después de invitarla a su casa y leer su nota, le grita que cree que es una escritora. Se lo dice con decisión.

No vemos dudar a Hannah tanto como dudábamos nosotros, los espectadores. Nos sorprende cómo, incluso teniendo a mano los testimonios de quienes cuentan crudamente la situación por la que se vieron involucradas con Palmer, le damos crédito mientras se despliega la típica estrategia del hombre abusador, que comienza a blindar desmesuradamente a la protagonista con los insistentes alabanzas a su ingenio y capacidad intelectual. Con la precisión de una francotiradora soviética, justo en el blanco del ego.

Hannah llegó a escribir su nota sobre el caso luego de leer un post de una de las víctimas en Tumblr, donde contaba cómo fue que el escritor las invitó a su hotel, conversaron y terminaron con ella practicándole sexo oral no consensuado al divorciado novelista.

Otro de los temas importantes es la seguridad de las fuentes: lo que es o no es creíble, o lo que es directamente comprobable. Hannah no conocía a las chicas y tampoco se contactó con ellas. Sin embargo usó el derecho de creer en quienes necesitan ser escuchadas y en esta suerte de regla feminista que indica que en un mundo donde nadie cree en las mujeres debemos partir de la premisa de creerles.

Luego de una conversación sobre las precisiones periodísticas a la hora de escribir, extensos halagos y suficientes referencias a sus problemas para dormir y sus carencias afectivas, la trama nos devela no sólo cómo van estableciendo puntos de encuentro en sus intelectualidades, sino cómo Hannah empatiza a toda velocidad con las posturas de este hombre-víctima: víctima de ser conocido, víctima de ser valorado, víctima de ser atractivo, víctima de ser deseado por mujeres que sólo quieren tener historias para contar.

Todo alcanza una claridad reveladora cuando Palmer le regala a Hannah “When She Was Good” de Philip Roth, uno de sus libros favoritos en sus primeras ediciones y autografiado. Y como si esto terminara de sellar una suerte de salvo conducto, tras regalárselo se tumban en la cama a pedido de él.

Entonces, justo después del regalo, le pide que se acueste junto a él. Que es algo normal, que “ya me conoces”, que no tengas miedo, que todo es inofensivo y que están vestidos a modo de muestra de confianza.

Él se tiende en posición fetal mirando al lado contrario de Hannah y en el borde de la cama, mientras que Hannah sólo se estira en el extendido de la cama quedando junto a él. Conversan. Palmer se da una vuelta en 180° y con su pene erecto, que cae sobre el regazo de Hannah, la mira. Hannah toca su pene con desconcierto. Se asusta. Se incorpora. Tira lejos el libro que le regaló. Suena el timbre y es la hija de una relación fracasada, que viene a enseñarle a su padre lo mucho que ha avanzado en una pieza musical con la flauta traversa. Invita a Hannah, quien ya estaba escapando sigilosamente, a que se quede.

Todo ya en una calma quebradiza y aparente (y sin penes erectos fuera del lugar que debe estar mientras hay otra persona cerca de ti que no se siente cómoda con la situación), se sientan y escuchan. Horvath mira el orgullo radiante en la cara de este abusador mientras su hija toca una canción de Rihanna.

Esto no sólo se trata de violencia sexual, se trata del espejismo de tener derecho a violentar, que se escabulle rastrero y oscuro en la fama, en el poder que te entrega la fama por ser un escritor publicado (o un actor o un político o un jefe o un profesor o un carabinero).

Es sobre los círculos que te rodean. El dinero, el arte, la literatura, las conversaciones lejos de la superficialidad y sobre todo la ética personal y no colectiva que llega como resultado de los ítems anteriores y caen en una especie de ilusionismo entre ego y humildad.

Algunos ven lo que hace Chuck como una broma, otros como un acto de alguien que se siente atraído y siente la confianza que hace a los hombres saber cuándo no y cuándo sí comenzar con el trabajo autoasignado del coqueteo previo al sexo, y otros como sólo eso: algo que pasa cuando dos personas se gustan y una tiene que tomar la iniciativa.

Pero reconocer esos límites no es tan complicado, sólo basta preguntar y no sacar tu pene y ponerlo en el muslo de la chica (o chico) que te gusta.

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Chuck Palmer es un Cristian Aldana, es un Woody Allen, Gabriel Tejeda (el ex cabo de Carabineros que violó a una mujer detenida en la Primera Comisaría de La Serena y se lo contó a sus compañeros), es un Migue de La Ola Que Quería Ser Chau, es Kalimba y es también Tito Beltrán. Es Hector Alarcón, el ex docente de la Universidad de Concepción que fue acusado de abuso de poder y misoginia. Es Roman Polanski. Es sobre mujeres y es sobre hombres en posiciones favorecidas.

Son Fernando Ramírez y Leonardo León, profesores de la Universidad de Chile acusados por estudiantes de abuso de poder y acoso sexual. Es Gabriel Salazar saltando en su defensa. Son los curas que en el nombre de lo que más quieren las y los niños abusan, los violan y los manipulan.

Finalmente, es sobre las dinámicas de poder, sobre la victimización y el rehusarse a notar una vida de privilegios por ser hombre. Es asumir que una posición asimétrica en un contexto social, político, laboral o académico en favor del hombre –ya incorrecto–, se traduce en una soberanía también en los espacios sexuales de la mujer y, finalmente, en un derecho a posar el pene en el regazo de alguien porque la contraparte es secundaria.