Piñera cree que somos realmente tontos, verdaderamente idiotas
En esto vamos a coincidir todos: no hay nada peor que te crean tonto, que te asuman como tonto, que crean que te pueden ver la cara sin que te des cuenta, porque supuestamente eres tonto. Piñera, Sebastián Piñera, y su hijo, Sebastián Piñera Morel, creen que somos tontos. Se amparan en la blancura de la que los visten los medios hegemónicos, y disparan, con cara de niños buenos que nunca han sabido de nada, para seguir haciéndonos tontos.
Hoy se supo algo que nadie en la derecha quería reconocer, una verdad que era negada, resistida, ocultada por los que quieren insistir en que Chile Vamos es la clave para que este pueblo salga del maldito subdesarrollo. El hijo de Piñera sabía, siempre supo y nunca dejó de saber, de las inversiones de su familia, las del bolsillo del presidente, en Exalmar, la pesquera que se benefició del fallo de La Haya en contra de Chile, obteniendo la posibilidad de explotar cuantiosos peces entre los cincuenta mil metros cuadrados sumados por Perú para su industria pesquera. Pero Piñera Morel cree que estamos en la enseñanza básica y que él es un alumno travieso que se puede justificar ante el profesor con la historia del perro que se comió la tarea o la de la abuelita que se acaba de morir, y nos dice, campante, que el correo que le mandó un analista de su empresa fue un error, que ni siquiera le echó una miradita a la información, porque no le correspondía, y que nunca más supo de lo que pasó en Perú.
Por otra lado, el redactor del correo que advertía que la inversión podría ser inconveniente por los poderes de negociación que habían alcanzados los pescadores artesanales en la zona, explica que incluyó a Piñera Morel en el correo “porque yo era el analista más joven de la empresa y quería validarme frente a mis pares”. ¿Creerá el equipo inversor de la plata del ex presidente que el país es un reality, que la soberanía depende de las intrigas entre los profesionales jóvenes y los viejos? Como sea, y asumiendo que somos tontos y que fue un error, ese error demuestra cómo fue que gobernó el ex presidente Piñera: con su entorno más cercano consciente de que mientras el Mandatario hacía el show patriótico frente a las cámaras, mientras llamaba a consejo de seguridad nacional casi poniéndonos en tono de guerra, se cocinaba un negocio cuya rentabilidad dependía, sí o sí, de si Chile ganaba o perdía en la Haya, porque si Perú ganaba, los pescados cautivos de las nuevas redes de Piñera serían un poquito más en los botes y los barcos. Qué vergüenza.
Pero el convencimiento de Piñera de que somos tontos no termina con Exalmar. En las últimas horas también se supo de otra jugada comercial que ratifica que cuando Piñera se ponía la banda presidencial lo hacía seguro de que con la piocha de O’Higgins enganchada en sus ropas podría hacerse cada día más rico. Y así siguió escupiendo en nuestras caras, haciéndose millones de dólares más rico. En 2010, cuando la conciencia ecológica llevó al país a manifestarse de forma casi inédita en contra de la termoeléctrica Barrancones, Piñera, el oportunista, se quiso vestir de héroe, y en defensa de nuestro ecosistema, como dijo, se saltó todos los protocolos y canceló con un par de llamados telefónicos el proyecto, ya aprobado, que haría tanto daño al entorno de Punta Choros.
Lo que nosotros, los idiotas, no sabíamos, era que al mismo tiempo los asesores de Piñera, esos mandatados por un fideicomiso que terminó siendo inválido y tuerto, se sobaban las manos con el futuro despejado que tendría por delante la minera de hierro Dominga, a instalarse en la misma zona de interés de Barrancones. Con Barrancones ya fuera de pelea, gracias al capitán Planeta Piñera, Dominga –con millones de Piñera metidos para su funcionamiento- pasaría un poquito más piola.
Con una aprobación exprés, la intervención de Dominga en el medioambiente –intervención incluso más dañina que Barrancones- pasaba sin problemas las trabas burocráticas, valiéndose de la favorable mirada del subsecretario de Minería, Pablo Wagner, quien por esos días recibía, además de su sueldo en el Estado, millones desde… Penta. ¿Y qué tiene que ver Penta en esta historia? Pues que Penta, de propiedad del consejero e íntimo amigo de Piñera en La Moneda, Carlos Alberto Délano, era y sigue siendo uno de los principales inversionistas de Dominga, proyecto del que Piñera se retiró en diciembre de 2010, tres meses después de la cancelación de Barrancones, vendiendo su participación al mismo Délano. La venta de la participación significó ganancias por $6.765 millones, según la investigación de radio Bío-Bío. Bueno, cientos de esos millones quedaron en los bolsillos del entonces Presidente Piñera, el mismo que defendió el medioambiente cerrando Barrancones mientras lo destruía a través de su negocio en Dominga, con el que además se hizo, otra vez, un poco más rico. Sí, somos realmente tontos, verdaderamente idiotas.
Somos idiotas, porque mientras hoy Piñera se siente acorralado por sus propios actos, los que demuestran que nunca dejó de confundir sus intereses económicos con los del país, sigue liderando las encuestas presidenciales, sigue vistiéndose de líder tratando de reconstruir un país incendiado que él, y su ambición enfermiza por tener más y más plata, destruye sin que nos demos cuenta, embobados por noticias que continúan inventando sus amigos de los diarios para que nosotros sigamos siendo los tontos de esta historia.
No se sorprenda, ciudadano chileno, si mañana, en la radio o en un meme, Piñera aparece diciendo alguna imbecilidad -al estilo de las Piñericosas- para que recordemos que es el político chistoso y olvidemos que es uno sin escrúpulos. No se sorprenda, si las portadas de los diarios hablan de nuevos portonazos y hechicerías en el sur, porque ello sería sólo la continuidad de un guion en el que todo es posible porque nos creen tontos. Es momento de dejar de serlo. De lo contrario, explotará más temprano que tarde la bomba de tiempo que es Piñera para Chile.