La xenófoba de la farmacia no le gritó a la brasilera, te gritó a ti
La mujer y el hombre xenófobo de la farmacia no le hablan a la mujer brasilera al otro lado del mostrador. Tampoco le hablan a la venezolana unos metros más allá. No nos equivoquemos. Ellos han decidido hablarte a ti que miras el video viralizado o que estabas en el pasillo de atrás eligiendo un desodorante. Ellos nos hablan a nosotros. No hago una metáfora. No me tomo ninguna licencia. Creo que no estamos leyendo bien lo que pasó esa tarde en Santiago de Chile. Hagamos un ejercicio y dibujemos la escena:
Mientras un hombre muy pálido, calvo, que viste camisa blanca y pantalones amasados, mira pastas de diente; una mujer roba un par de cremas caras. Un guardia la descubre. Con algo de timidez la detiene y llama a Carabineros. El hombre, pareja de la mujer, intenta bajarle el perfil a lo sucedido señalando que es una confusión. El guardia está nervioso. La mujer no tiene una actitud de quien es descubierto y clama por perdón o jura su inocencia con los ojitos llorosos, al contrario, está indignada y su voz comienza a subir en volumen y violencia. ¿Qué es lo que ha permitido esta escena? ¿Qué es lo que hace posible que la voz de la autoridad sea la de la mujer que robaba y no la del guardia que protegía los productos? Veamos. La mujer está más o menos lejos del estereotipo de mechera. Su registro oral tampoco pertenece a este estereotipo y ella apuesta por marcar esa diferencia con el trabajador de seguridad, apuesta -metiéndonos en su cabeza- a que él proviene de un sector popular y que si siente que ella viene de una “mejor comuna”, podrá amilanarse al sospechar que se está metiendo en tremendo tete. Entonces, no sólo de xenofobia va el espectáculo, sino también de clasismo.
Mantengámonos especulando en la cabeza de la mujer. La posibilidad de zafar del descubrimiento del hurto, después de ponerse por “sobre” el guardia, está en conocer bien al público o, por lo menos, en apostar a su conocimiento. Entonces la mujer observa donde está parada y echa mano a todo lo que tiene: Su cuerpo y los prejuicios que abundan en la sociedad chilena. Tal cual como lo hacen los magos en los cumpleaños, cambia el foco, apostando por algo que llame más nuestra atención que el robo de las cremas. La mujer ve una luz de esperanza. Quien atiende ahí no es un connacional, sino una extranjera. La mujer piensa rápido y hábilmente: No tengo muchas posibilidades de que empaticen con robar cremas, pero si apelo a que los extranjeros nos están robando los trabajos a los chilenos, mis posibilidades de caerles en gracia se multiplican por diez. Así, mágicamente, la escena deja de tratarse de un robo de productos y se trata del “derecho” que tendría esta señora a no ser atendida por un extranjero. Brillante y perverso.
Finalmente, para cerrar el montaje que presenciamos, los dos pálidos y regordetes hacen su último esfuerzo. Él comienza a disparar contra colombianos y haitianos. Asegurándose de que si alguien duda en el público, pues la brasilera les pareció más blanca que ellos mismos, resuelva sus dudas imaginando “peligrosas negruras”. Ella, disfrutando más que él, remata con la sexualidad de las inmigrantes, señalando que vienen “abrir las piernas”, a robar maridos como señalaron alguna vez algunos panfletos en Antofagasta; agregando así un toque racista-machista al cóctel clasista-xenófobo.
Llega la policía. La mujer no ha logrado ganar su inocencia, pues para eso se necesita algo más que un truco (o, por lo menos, uno judicial), pero sí ha mejorado considerablemente su posición frente a Carabineros que ya no la tratará como un moreno de gorra Nike que pudo haber robado exactamente las mismas cremas.
La policía, respetuosa como pocas veces, la toma detenida. La acusa de robar cremas. Su xenofobia, ha sido omitida, no será parte del informe, pertenece al parecer “al derecho a la opinión”. Es que al igual que gran parte de los chilenos, Carabineros, si entiende algo de la ley Zamudio, es que “nadie puede matar a palos alguien si no ha hecho nada malo” y sería. Una tristeza. Esa farmacia fue, en tantos sentidos, un Estadio Nacional.