Elecciones presidenciales en Ecuador: Diez años de correísmo en la balanza
Entre aplausos, canciones y saludos de miles de personas, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, abre su espacio semanal para dar cuentas a la ciudadanía de las políticas de su gobierno. Es la “sabatina”, un encuentro de tres o cuatro horas de duración transmitido por la televisión nacional y en el que, entre reportajes e intervenciones del público, el mandatario expone los temas de la agenda gubernamental.
Desde el escenario, Correa explica sus proyectos antes sus más fieles seguidores con un lenguaje próximo, como en un mitin electoral. Divulga y –a la vez– felicita a los suyos, “piropea” descaradamente a las mujeres, reta, moraliza, sermonea y bromea con el público.
Cada sábado en la mañana el país es espectador del espacio de poder comunicativo y de liderazgo que el presidente implementó desde que en 2007 asumió la presidencia. Una dosis inyectada de propaganda y publicidad al estilo que los grandes estrategas comunicativos del correísmo, los hermanos Fernando y Vinicio Alvarado, se encargaron de diseñar y que, más tarde, la polémica Ley de Comunicaciones de 2013 se preocupó de blindar, a pesar de las advertencias tanto de Naciones Unidas como de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
“La figura de Correa ha sido el eje de la política ecuatoriana en los últimos años. Su liderazgo provoca odios y amores extremos. Es el referente político que marca la agenda del país y no sabemos qué pasará con su vacío”, plantea a El Desconcierto el abogado y político ecuatoriano Norman Wray.
El jurista sabe bien de qué habla. En 2012 se presentó, sin éxito, como candidato presidencial para disputarle el poder al oficialismo de Alianza PAIS, coalición de la que fue parte durante el primer mandato de Correa.
Tanto él como el escritor y periodista Rubén Darío Buitrón coinciden en que el proceso de la Revolución Ciudadana que empezó diez años atrás en la localidad de Montecristi se personalizó en la figura y el carisma del mandatario, que supo capitalizar el descontento de un largo período de crisis política e inestabilidad. “Los ecuatorianos hemos sido muy caudillistas y muy personalistas en su figura”, asegura Buitrón.
A sus tesis se suma Iván Salinas Melo, sociólogo chileno que vive en el país andino desde hace ocho años. “Correa es el gran papá, que te dice lo bueno y lo malo; lo que puedes y lo que no puedes hacer. Por ejemplo, públicamente llama la atención a un grupo de parlamentarias porque usan las faldas cortas, o porque hablan del aborto y como él no está de acuerdo, les impone sanciones”, señala. Y agrega: “Tiene un actitud muy mesiánica y eso hace que la gente tome distancia de los logros y beneficios que ha significado para la sociedad ecuatoriana”.
Estabilidad y bienestar social
Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la proporción de población en situación de indigencia era de casi el 32% el año 2000, mientras que en 2013 la cifra cayó disminuyó hasta el 12%.
En materia educativa, el mismo organismo revela que mientras que en el 2000 la proporción de población de 15 a 19 años con educación primaria completa alcanzaba el 91.5%, en 2013 la cifra llegó hasta el 97%. Los cambios para universalizar el acceso a la salud y a la educación son visibles.
Buitrón asegura que durante los seis primeros años del gobierno correísta “cambiaron muchos aspectos de la vida política, social y económica del país. Se se hicieron cosas extraordinarias, incluso valoradas por la oposición”.
Coincide con él Norman Wray, quien apunta que el presidente “ha dado mejores condiciones a la gente, ha mejorado los salarios y ha disminuido la pobreza basándose en políticas de apoyo a la reducción de la indigencia”.
Junto con eso, el ex candidato presidencial opina que también en términos económicos el presidente saliente supo manejar el escenario ante la crisis global, sobretodo gracias a la aplicación de un modelo proteccionista y a la instauración de “medidas que protegen a la empresa y a los trabajadores”.
Las estadísticas de la Cepal revelan que el país andino experimentó un crecimiento de su PIB entre 2012 y 2014, pero que la bajada del precio del petróleo provocó un descenso en 2015. El año pasado la caída fue más acentuada debido al terremoto de 7,8 grados a la escala de Richter que sacudió la zona costera.
Las previsiones de crecimiento para este 2017 son inciertas. Mientras el Fondo Monetario Internacional (FMI) publicó que la economía local cerrará en -2,7%, la Cepal y el Banco Mundial consideran que sí habrá un crecimiento positivo entre el 0,3% y el 0,7%. A nivel nacional, el Banco Central del Ecuador tiene una previsión del 1,42%.
Para los analistas, si algo ha quedado pendiente de resolver es la diversificación de la economía, que se ha mantenido dedicada a la exportación de petróleo y “un poco de cacao, bananas y café”, detalla Rubén Darío Buitrón.
“Todavía estamos con una capacidad productiva limitada, dependencia del petróleo y recayendo en los incentivos y beneficios de aquellos que los pueden cooptar, que siguen siendo los grandes grupos económicos que están conectados a la agenda global de innovación”, indica por su parte Wray.
Bajo esa lógica, una de las manchas que quedará en el expediente de Correa, economista de profesión, será permitir la entrada de capitales chinos al país a cambio de conceder la explotación del Amazonas en el Parque Nacional de Yassuní.
Negocios petroleros, préstamos a hidroeléctricas, obras de infraestructura, telecomunicaciones y minería de gran escala son acciones que los asiáticos llevan a cabo en el país andino, contradiciendo la propia Constitución impulsada por el oficialismo –con la protección a los recursos naturales como uno de sus pilares– y generando una nueva relación de dependencia con el país del Pacífico.
Enfrentado a los movimientos sociales
La venta de los recursos naturales del país fue el detonante que hizo estallar la férrea oposición del movimiento indígena a Rafael Correa: “Se sintieron engañados y que el presidente, a quien habían apoyado en ambas campañas electorales, les dio la espalda y los trató como tontos”, explica Iván Salinas.
Calificando al indigenismo de “ecologismo infantil” y argumentando que “la lógica que prevalece no es la de la justicia, sino la del poder”, Correa fue sumando enemigos dentro de las luchas sociales, hacia quienes demostró cada vez más desconfianza.
“Se volvió mucho más concentrador, empezó a entrometerse en ámbitos que no le competen como el poder judicial o los organismos de control (Fiscalía, Contraloría, Procuraduría), y empezó a criminalizar la protesta social, sin clima de apertura ni de debate”, comenta el periodista.
Además de la represión en contra de algunos líderes indígenas, otro hecho que le pasará la factura al mandatario es la disolución de la Unión Nacional de Educadores, el principal gremio de profesores del Estado. Aduciendo que no cumple sus propios estatutos, el pasado mes de agosto Correa liquidó a uno de los espacios de organización con más trayectoria –fue creado en 1950– de la sociedad ecuatoriana. El jefe de Estado atropellaba así los convenios de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ratificados por el país.
“La tesis del gobierno sostienen que estas luchas son un reflejo del pasado, pero los movimientos sociales defienden que sus reivindicaciones forman parte de lo que generó la AC y que el ejecutivo lo ha desarticulado para organizar otro movimiento más alineado con su tesis”, sostiene Wray.
Hacia un período de incertidumbre
El próximo 19 de febrero el pueblo ecuatoriano votará para decidir si quiere continuar bebiendo del legado de Rafael Correa, entregado a Lenin Moreno y su candidato a vicepresidente Jorge Glas, u opta por otra opción que pase definitivamente de página.
Según las últimas encuestas, el oficialismo lidera la intención de voto entre diez y ocho puntos por encima del principal candidato opositor, Guillermo Lasso. A más distancia quedan la socialcristiana Cynthia Viteri y el representante de la alianza de centroizquierda Paco Moncayo.
Los analistas pronostican que se viene una etapa de mucha incertidumbre para el país, en parte, porque aún no se han considerado los efectos que para el gobierno han tenido los escándalos de corrupción de Odebrecht, Panamá Papers y la estatal Petroecuador.
Si la ciudadanía supera la desconfianza hacia el ejecutivo y gana Moreno, la incógnita será cómo el nuevo oficialismo reconduce la herencia de Correa sin hacer sentir su vacío. Si, en cambio, resulta ganadora otra opción, habrá que ver qué le espera a un país sumido a diez años de correísmo y cuáles son los efectos que el cambio presidencial provocará en la región latinoamericana.