El nudo gordiano de la gobernabilidad en España
Cuentan los viejos libros de historia que muchos siglos atrás, en Frigia, que viene a ser una parte de la actual Turquía, se quedaron sin rey. Cundió la preocupación en sus gentes que no dudaron en consultar con un oráculo el camino a seguir para encontrar gobernante. El primer hombre que llegara con un carro sobre el que se posara un cuervo sería nombrado rey. Pasaron los días en la vieja Anatolia hasta que una mañana entró en la ciudad, por la Puerta del Este, un humilde labrador subido a un carro tirado por bueyes y acompañado por un cuervo. El viejo Gorgias, que así se llamaba el arriero, fue proclamado rey. En agradecimiento construyó un templo consagrado a Zeus. Como ofrenda, Gorgias anudó una lanza al carro de tal manera que parecía imposible de desatar y se lo ofreció al ‘recolector de nubes’ del Olimpo. El famoso nudo gordiano. Se corrió la voz de que aquel que lo consiguiera desatar el nudo conquistaría toda Asia. Pasaron varios años hasta que Alejandro Magno llegó a las puertas del templo. No perdió el tiempo intentado desatar aquel cordel, sacó su espada y, sin mayor complicación, lo partió en dos. “Tanto monta desatarlo como cortarlo”, sentenció el conquistador. Una frase tan célebre que hasta sirvió de slogan, varios siglos más tarde, a los Reyes Católicos. “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”.
Los ciudadanos españoles se parecen estos días a los frigios. No buscan rey, que de eso ya tienen por gracia de Franco y de dios, sino presidente del Gobierno, y después de más de 300 días esperando la llegada de un arriero al que investir, lo único que ha entrado por la puerta del Congreso ha sido un registrador de la propiedad de Pontevedra sin cuervo pero con corruptelas varias, desfases lingüísticos, ministros opusianos, tesoreros en prisión y sastres de Panamá, que vienen a ser asuntos tan negros como el plumaje de los grajos. Aún así, el nudo gordiano de la gobernabilidad española parece que no se rompe ni con acero toledano.
El país sigue sin gobierno y, como ya no quedan oráculos de fiar, la gente podría llegar a acostumbrarse a esta situación. No en vano, desde que el sillón de presidente está vacante, la macroeconomía de la cuarta potencia europea ha mejorado y su prima de riesgo se ha relajado y los cuervos van poco a poco desfilando por los juzgados. Para evitar que no cunda el 'ánimo' entre la población al constatar que estar sin gobierno puede ser mejor que tener uno, sus señorías volvieron esta semana al Congreso para votar la investidura de Mariano Rajoy.
Para cortar el nudo gordiano el actual presidente en funciones necesitaba sumar 176 apoyos de entre los 350 escaños de la cámara baja española. Su partido, el PP, solo le puede proporcionar 137, por lo que el presidente se ha visto forzado a abandonar el caparazón de la mayoría absoluta en la que se aisló la pasada legislatura y salir a tomar aire fresco para tratar de seducir a otros partidos para sumar. Ya lo ha hecho, aunque todavía los números no dan. Ciudadanos ha sido el primero en prestar sus votos al PP. El partido que lidera Albert Rivera ha sucumbido a los encantos marianos sin pestañear. Era lo previsto. Es lo que entiende la derecha neoliberal por regeneración, un giro gatopardiano: cambiar algo para que todo siga igual.
Ciudadanos y el PP han acordado una serie de asuntos y también han suscrito un pacto anticorrupción. Para ello no les ha quedado otra que cambiar la definición de corrupción, porque era imposible hacer aquello compatible con el PP, el partido más imputado de Europa, de otra forma. Todas esas medidas podrían ser objeto de sesudo análisis pero lo cierto es que dan absolutamente igual. Aunque Rajoy y Rivera hayan sobre escenificado la firma del acuerdo, lo único cierto es que están brindando cara al sol por algo que no sirve para nada, porque la unión de los votos de unos y otros sigue sin llegar a los 176. Tampoco sumando el otro apoyo conseguido por el PP en estos meses, el del único diputado de los nacionalistas de Coalición Canaria. En consecuencia, el primer intento de investidura de Rajoy, el miércoles, fracasó. Alzó su espada contra el nudo y acabó disparándose en un pie.
Rajoy tendrá otro intento, este viernes, y en esta ocasión no necesitará sumar 176, sino tener más apoyos que detractores, mayoría simple. Si nadie en el tablero mueve ficha, será otra salva al aire, como todo apunta. Pero en esta votación entra en escena un tercer elemento de voto que puede ser clave, la abstención. El PP sabe que sumar nuevos adeptos a su causa es casi una misión imposible, por lo que sus esfuerzos negociadores están enfocados en cosechar abstenciones. "No es apoyar, es permitir la formación de gobierno", ha recordado Rajoy a los socialistas.
Parece lógico, hasta tierno, que Sánchez quiera devolver a Rajoy el desprecio que éste le dedico hace tan solo unos meses cuando el cuadro era el mismo pero los protagonistas estaban en posiciones inversas: el líder del PSOE acudiendo a una investidura con el apoyo de Ciudadanos pero sin los votos necesarios para ganar y el del PP disfrutando desde la tribuna del fracaso de su rival. Un "vodevil", lo llamó entonces Rajoy. Es legítimo, aunque totalmente innecesario, que el PSOE se comporte así, pero cuando termine la investidura fallida, la pregunta a la que Sánchez no ha querido contestar seguirá esperándole: ¿Y ahora quién corta el nudo?
El problema que tiene Sánchez sobre la mesa no es menor. Tal y como están las cosas a día de hoy, y con elecciones en Galicia y el País Vasco en ciernes, parece que de lo que haga el PSOE dependerá la gobernabilidad de todo el país. Puede ceder un puñado de abstenciones, las suficientes, para que Rajoy sea investido. Y tendrá que explicar a la izquierda española por qué ha permitido que Rajoy gobierne. Puede ordenar la abstención de todo su grupo. Y la pregunta será la misma. También puede intentar presentarse él a la investidura y buscar el acuerdo con Unidos Podemos, en cuyo caso la pregunta sería porqué ahora sí y hace unos meses no, aunque tampoco tendría apoyos suficientes a pesar de que varios partidos nacionalistas han prometido arrimar el hombro. O puede seguir con el no y que haya nuevas elecciones. Las terceras consecutivas y con el carro atado a los leones de la puerta del Congreso comenzando a acumular multas de Bruselas por estar mal aparcado. Por cierto, si se cumple la normativa actual, habría que convocarlas el 25 de diciembre. Ni el mismísimo Zeus podría dar a los españoles una explicación aceptable sobre el asunto.
En realidad todo forma parte de la estrategia de Rajoy, fechas navideñas incluidas, de trasladar la responsabilidad de sus actos a cualquiera que no sea él. Es Rajoy y no Sánchez quien tiene el mandato del rey para formar gobierno y por lo tanto la responsabilidad de conseguirlo es exclusivamente suya. Al menos hasta que fracase. Pero en esta España en la que los acuerdos anticorrupción acaban por blanquearla, tampoco extraña que la culpa de no tener gobierno termine siendo del que perdió las elecciones. Quizá Pedro Sánchez se guarda un as en la manga. Alejandro Magno pasó a la historia como ‘El Grande’. Si Sánchez no usa pronto ese as y rompe el nudo gordiano de la gobernabilidad pasará a ser recordado como ‘El Breve’. Llegó septiembre. ¡Feliz Navidad!