AFP y las preguntas que tenemos que hacernos
Hacer preguntas y cuestionar paradigmas siempre ha sido una actividad incómoda para todos aquellos que tienen el poder político y económico. Esto no tiene nada de novedoso ni ofensivo. Es cosa de conocer cómo Sócrates terminó su vida hace dos mil quinientos años atrás (condenado a muerte por corromper la juventud ateniense).
La razón por la que al poder no le conviene que exista mucha gente preguntando o dudando se debe a que las preguntas siempre los ponen a la defensiva. La pregunta pertinente y la duda oportuna es siempre la primera señal de que aquello que se ha dado por seguro ya no lo es. En eso radica el poder y el peligro de la pregunta.
Estudiar, por ejemplo, historia, filosofía o cualquier otra disciplina humanista, permite que las personas aprendan a examinar y cuestionar los axiomas implícitos en los argumentos y permite que aprendamos a evaluar todas las afirmaciones con sentido crítico. Una de las cosas que se desprende de este ejercicio critico es darnos cuenta que al conversar es importante ordenar las prioridades, tener claro cuáles son los principios que nos mueven y reconocer los fines (las metas) que buscamos. Hacer todo esto adquiere una gran relevancia para el debate acerca de las AFP que se ha generado en el país. Muchos nos estamos cuestionando la legitimidad del sistema. Otros no quieren cuestionar su legitimidad. Al contrario, defienden el actual sistema básicamente atacando las supuestas falencias de la alternativa más temida por los partidarios de las AFP: el sistema de reparto. Nos dicen que los sistemas de reparto están en quiebra y por lo tanto no son sostenibles. Que hay un cambio demográfico que va imposibilitar que en el futuro próximo los “activos” puedan mantener a los “pasivos” (pongo esos conceptos entre comillas a propósito porque hablar en esos términos implica aceptar de manera implícita que uno es sólo un aporte a la sociedad en la medida que unos está produciendo bienes de consumo). A esta crítica se suma el hecho de que el Estado no tendría los recursos para financiar jubilaciones dignas a todos los “pasivos”.
Antes de responder estas críticas, existen preguntas claves que debemos hacernos. Es decir, no debemos apresurarnos en acallar esas críticas sin antes preguntarnos porqué se hacen precisamente esas críticas a los sistemas alternativos y no otras. Si hacemos ese ejercicio nos vamos a dar cuenta que, más allá de que esas críticas puedan ser verdaderas o falsas (cosa que habría que analizar con detención), la función que realmente cumplen es la de rayar la cancha. Establecer los parámetros del debate y limitar lo posible. Entonces los que entramos en esa discusión lo hacemos desde ya derrotados. Y lo hacemos derrotados porque hemos aceptado, sin cuestionar o dudar, que lo más importante, lo más fundamental radica en la sustentabilidad financiera del sistema de pensiones. Tanto el FMI como algunos personeros nacionales ya han manifestado que los sistemas de pensiones corren peligro porque los seres humanos estamos viviendo más, lo que hace que se le pida al sistema de pensiones más de lo que este puede dar. ¿Qué nos están diciendo con esto? Al llevar esas criticas y precisamente esas observaciones (y no otras) al debate público nos están diciendo que lo más importante, lo más primordial es la salud financiera del sistema. Es decir, nuestra preocupación debiese ser la estabilidad del sistema y no la entrega de pensiones dignas. O sea, lo más importante no somos nosotros las personas, los seres humanos, sino las finanzas.
Con esto, no quiero decir que las finanzas no importan. Tampoco quiero decir que la estabilidad y la viabilidad del sistema sean factores irrelevantes. Nada de eso. De lo que se trata es de establecer prioridades, de distinguir entre fines y medios para dejar claro qué es lo que, como sociedad, queremos construir. Sólo después de esta conversación, sólo después de definir el tipo de sociedad que queremos, sólo después de todo eso corresponde hablar de los medios, de las herramientas y de cómo vamos a lograr esas metas. Es decir, la discusión acerca de cómo se financia el sistema es posterior a la definición del sistema. La economía aunque a veces se presente como ciencia, no lo es. Las finanzas, la economía en general y todas las instituciones políticas son creaciones humanas. Como tal están bajo el control de los seres humanos (al menos en principio). La economía no está sujeta a las fuerzas de la naturaleza. Las personas no tenemos que someternos ni obedecer las “leyes” económicas de la misma forma en que los ingenieros sí deben someterse a estas cuando quieren construir algo. Si optáramos, por ejemplo, por un sistema de reparto, entonces nuestros economistas (que son muy capaces) sabrán cómo hacer viable un sistema de ese tipo. Encontrarán la manera de financiarlo. Sabrán usar las herramientas apropiadas para asegurar su viabilidad.
Esto, que parece tan evidente, se intenta ocultar y sacar de la discusión pública. Y se hace a propósito, consistentemente elevando a la categoría de primordial las consideraciones técnicas por sobre las consideraciones filosóficas. De esta manera, lo grave y lo peligroso parece ser, por ejemplo, el quebrar el sistema de AFP. Lo grave y peligroso parece ser el endeudamiento del estado. Por lo tanto, quebrar a las personas y empobrecer a los jubilados se presentan como problemas secundarios. Desde ciertos líderes políticos hasta los defensores del sistema de AFP, las alarmas se han levantado ahora porque el sistema se cuestiona y corre riesgo. Sus llamados, por lo tanto, son a cuidar el sistema y hacer lo necesario para protegerlo. Para los demás ciudadanos, las alarmas se han levantado porque nos hemos dado cuenta que como sociedad estamos condenando a los jubilados a la pobreza, los estamos condenando a tener que trabajar hasta que fallezcan o los estamos obligando a ser mantenidos por familiares (cuando, claro está, esa posibilidad existe). Por eso sabemos que si para asegurarles una vida digna a nuestros jubilados se hace necesario terminar con las AFP, entonces eso se debe hacer. Y sabemos que eso se debe hacer porque entendemos cuáles son nuestras prioridades. No debemos olvidar que el sistema de AFP es un medio, sólo un medio. No es un fin, no es valioso en si mismo. Por lo tanto si ya no es útil, si ya no cumple su finalidad, se puede y se debe reemplazar.
La solución al drama de las pensiones de pobreza que miles de chilenos reciben no es fácil. Efectivamente, puede ser un camino largo el que vamos a emprender. Pero hay que empezar. Y para empezar a solucionar este tema lo único que se requiere es voluntad política; voluntad política y la capacidad de definir, por nosotros mismos, cuáles son los valores y los principios que queremos como sociedad.