Rafael Gumucio y sus columnas en LUN: Cada vez más solo
¡Vergüenza! No existe otra forma mejor de expresar los sentimientos que provoca cada vez con más ahínco el escritor. Otrora crítico y agudo, hoy un bufón del poder mediático que, de tanto en tanto, sorprende con sus opiniones “políticamente incorrectas” que solo causan gracia a un par de amigos de su época, y, posiblemente a los editores de LUN, cuyo contenido sexista, racista y clasista es quizá más irrespetuoso de las creencias ajenas que cien cristos de yeso destruidos en la Alameda. Si Gumucio ya había causado revuelo por sus declaraciones a favor de la caza deportiva, sus comentarios misóginos sobre Camila Vallejo, las feministas y las mujeres en general, volvió a arremeter contra el movimiento estudiantil en una columna publicada en Las Ultimas Noticias el día viernes 10 de junio.
Con fraseología liberal, intenta persuadir a los lectores articulando un texto cuyo recurso principal es una suerte de promoción del pluralismo y la coexistencia pacífica de las creencias de todos. La de los trabajadores y la de los “adolescentes” como cataloga juiciosamente al movimiento estudiantil. Posiblemente el peor error de esta categorización es ser extremadamente dicotómica. A un lado los obreros, taxistas y las empleadas domésticas que están “hartos” de las movilizaciones y del otro, los estudiantes, cuya irresponsabilidad, voluntad ciega y “ridículas ofensas” ya no serían tomadas en cuenta por los explotados y “funcionarios disfuncionales”. Vaya a saber uno a qué se refiere con esto último. ¿Y qué pasa con los empresarios de la educación? ¿Con el gobierno? ¿Con la policía? ¿Acaso no tienen vela en este entierro?
“Aunque la ciudad colapse totalmente el jueves va a haber viernes” dice -sin mencionar ni por si acaso que gran parte del colapso fue responsabilidad de la ineficiencia de la Empresa Aguas Andinas- como intentando, una vez más justificar el status quo, que tanto le acomoda a él y su clase, y que le permite incursionar en aventuras en la Universidad Diego Portales, donde hace años tiene su nicho junto al mediático rector Peña. “El planeta seguirá girando”, plantea, a lo que habría que agregarle "con miles de estudiantes endeudados y obreros y empleadas y taxistas hipotecando el futuro de sus hijos con la banca, para recibir educación de acuerdo a sus ingresos y procedencia de clase".
Qué más le acomodaría a él que todo siguiera “en su lugar aún más igual que ayer”, porque de otra manera los intelectuales y profesionales podrían educarse para servir a los obreros, empleadas y taxistas y no para utilizarlos como moneda de cambio en el afán de justificar la mantención del modelo educativo de mercado y la criminalización del movimiento estudiantil. Si las cosas cambiaran, apenas un poco, venir de una familia de la élite no sería suficiente para tener a merced a la prensa y poder decir en un medio de circulación nacional, con aire pseudointelectual, la primera pachotada que se viene a la mente mientras se mira un hecho desde los colores propios.
Cuántos colores, cuántas facetas tiene el pequeño burgués, todavía no lo sabemos. Queda seguir desayunándose con las opiniones de Gumucio. Mas, por suerte, su postura se aclara. Está por mantener todo como está: el endeudamiento, la precarización del conocimiento y las condiciones indignas de estudiantes y trabajadores. Y, en ese afán, se lleva consigo a los obreros y los taxistas y hasta el mismo Cristo. A propósito de él, vale la pena recordar las palabras de otro Gumucio, Esteban, tío abuelo del implicado, pero, aparentemente, del otro lado de la vereda: “A Dios no le importa mucho que destruyan el templo de madera o de piedra; a Dios le importa el dolor de los pobres que lo construyeron; a Dios le importa el motivo de las llamas”. Motivo que a Rafael Gumucio no le importa, y está lejos de importarle. Por suerte está cada vez más solo y son los estudiantes endeudados y las familias trabajadoras las que anhelan, con fuerza, que todo cambie, porque este país no tiene solo un problema, tiene miles. Esa es la única verdad, y, vaya paradoja, los intelectuales “críticos” son quienes se empeñan en ocultarla.