Sergio Villalobos- Ruminott: “No es que el neoliberalismo prohíba el discurso crítico, lo favorece neutralizándolo”

Sergio Villalobos- Ruminott: “No es que el neoliberalismo prohíba el discurso crítico, lo favorece neutralizándolo”

Por: El Desconcierto | 29.05.2016
Conversamos con Sergio Villalobos-Ruminott, investigador chileno del área de estudios latinoamericanos y literarios radicado en Estados Unidos (Universidad de Michigan), que ha estado vinculado de diversos modos con el pensamiento crítico regional desde áreas y corrientes que van desde la teoría crítica a la deconstrucción filosófica y los estudios subalternos

Sergio Villalobos-Ruminott es un investigador chileno del área de estudios latinoamericanos y literarios radicado en Estados Unidos (Universidad de Michigan), cuyo trayecto empieza en la Universidad ARCIS hacia fines de la década del noventa y que ha estado vinculado de diversos modos con el pensamiento crítico regional desde áreas y corrientes que van desde la teoría crítica a la deconstrucción filosófica y los estudios subalternos. Dentro de sus publicaciones se encuentran “Ernesto Laclau. Hegemonía y antagonismo. El imposible fin de lo político” (Santiago, Cuarto Propio, 2002),  “Soberanías en suspenso. Imaginación y violencia en América Latina” (Buenos Aires, La Cebra, 2013) y su recién salido del horno “Heterografías de la violencia. Historia Nihilismo Destrucción” (La Cebra, 2016), sobre el cual pudimos conversar durante su última visita en el marco del coloquio “La universidad posible”.

Hace unos cuatro años publicaste Soberanías en suspenso (La Cebra, 2012) en una perspectiva similar a Heterografías de la violencia (La Cebra, 2016) ¿Que relación tienen ambos libros?

Soberanías en suspenso es del 2012 y éste es del 2016, son cuatro años pero también pertenecen a series distintas. Hay una serie que se llama “Soberanías en suspenso”, que consiste en tres volúmenes, el número dos está en preparación, y el tres es un ensayo histórico. Diría que el primero cumplió su objetivo, que era dar cuenta de los procesos intelectuales y políticos chilenos, y todo eso terminaba de una u otra forma con una lectura del cine de Ruiz, que abre, más allá del campo post-dictatorial chileno, a una problemática más amplia, que es la problemática de la relación entre imagen, imaginación, representación, politicidad, impolítica e infrapolítica, etc. Entonces, con Ruiz lo que intenté, por un lado, era darle un cierto giro a mi interpretación de Chile -no a toda interpretación posible sino a la mía-, y por otro lado, avanzar hacia otras problemáticas que están más relacionadas con la cuestión del cine, de las artes visuales y literarias, y de las formas históricas de imaginación. En cambio “Heterografías” pertenece a otro tipo de escena. Curiosamente también he proyectado tres volúmenes, que reúnan mis textos cortos o intervenciones. La mayoría de ellos son producto de invitaciones a universidades, a talleres, a charlas, etc. Entonces el primer volumen reúne los textos genéricos sobre violencia, nihilismo y destrucción en América Latina; el segundo intenta reunir mis textos sobre literatura (y su título tentativo es Literatura y destrucción en Extremoccidente); el tercero reuniría mis reflexiones sobre artes visuales. Soberanías y Heterografías son entonces series distintas, pero eso no significa que no haya un horizonte común que es el problema de la violencia, de la transformación del capitalismo contemporáneo, de la crisis contemporánea de la soberanía, y de las posibilidades del pensamiento crítico contemporáneo en lo que se ha llamado “realización” de la metafísica occidental como mundia-latinización.

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En Heterografías de la violencia está el problema fundamental de la violencia, la violencia en la historia, pero a la vez también los marcos históricos de lectura de los últimos treinta años con los cuales tú discutes, en una lectura muy aguda con corrientes vinculadas al  postcolonialismo, los estudios latinoamericanos y subalternos.  El libro también va a confrontar varios ejes realizando una crítica a la universidad actual, al saber acumulativo, académico.

Claro, el libro está estructurado en términos históricos por una relectura de lo que podríamos llamar el “archivo” latinoamericano.  O sea, de hecho es una lectura cuya primera hipótesis es que la historia latinoamericana es la historia “natural” de la destrucción, para recordar a Sebald. O, si prefieres,  es la paulatina destrucción de la historia (por eso Historia Nihilismo Destrucción en el subtítulo no van separados por comas, sino que intentan un efecto de repetición, como si las tres nociones se plegaran entre ellas produciendo una resonancia que se equilibra entre la repetición y la diferencia). A partir de eso entonces problematizo lecturas y debates coloniales, republicanos y contemporáneos. Sin embargo tienes razón, estoy en discusión con lo que serían los paradigmas postmarxistas contemporáneos. No porque yo sea un postmarxista, un premarxista o un marxista, sino simplemente porque es una forma de considerar la producción intelectual contemporánea. Pero el libro en sí mismo es un conjunto de intervenciones. Y la palabra intervención es muy relevante aquí, porque no se trata de capítulos largos, desarrollados, con su referencialidad pesada, sino que se trata de intervenciones puntuales, textos cortos que giran en torno a un problema. Son quince ensayos, que están tratando de equilibrarse en la paradójica tensión que hay entre la acumulación de crítica universitaria y la crítica de la acumulación contemporánea. Mientras más producción universitaria hay, aparentemente más crítica habría, pero en realidad lo que hay es acumulación de crítica, de una crítica que nadie lee. Y esto  sería una interrogación sobre lo que podríamos llamar la neoliberalización de las humanidades. En este sentido, no es que el neoliberalismo prohíba el discurso crítico, lo favorece, neutralizándolo.

Esto se expresa actualmente en términos de una profesionalización permanente que ha terminado por convertir a las humanidades en estudios identitarios, en tráfico de archivos, en estudios muy eruditos pero muy neutralizados políticamente, y en una especie de repetición rutinaria de lugares y posiciones clásicas que terminan afectando precisamente la posibilidad de un pensamiento crítico más allá de la lógica de las emociones y de la empatía. Pero esta profesionalización, estandarización e indexación viene acaeciendo en Chile desde el nuevo contrato social propuesto por José Joaquín Brunner a fines de los ochenta y oficializado en los noventa, aunque en los últimos años la indexación se ha vuelto más agresiva (tuve la oportunidad de ver varias respuestas de rechazo del Fondecyt y los criterios emitidos por aquellos responsables de aprobar o rechazar proyectos de investigación hablan por sí solos -hay un “proyecto” político en juego en la estandarización profesional, por cierto). En estas tres semanas que he estado acá me he dado cuenta de una profesionalización rampante, del impacto que tiene la cuestión del  ISI (sistema de indexación académica), de  acreditaciones; y particularmente en humanidades es brutal porque esa profesionalización implica que ya no hay posibilidad de un pensamiento crítico dialógico sino que ya de partida siempre se está en competencia. La competencia es el modo de ser natural para un joven intelectual que se está formando. De tal manera que un joven intelectual no se forma para pensar críticamente, sino para construir su parcela. La inteligencia codificada por la maldad institucional y por el resentimiento. Eso, sin duda, traerá y ha traído muchas consecuencias nefastas. Entre ellas, la emergencia de expertos en campos de trabajo o en autores de referencia. Ahí deberíamos preguntarnos ¿qué es un experto sino un turbio personaje kafkiano que dice trabajar para el bien de la humanidad?

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 Y esa crítica a la acumulación dentro del ámbito académico  ¿qué pertinencia tiene? ¿Qué posibilidad existe de traspasar los límites hacia la convergencia con otros aconteceres críticos y redundar en algo así como un acontecimiento de lo sensible, por ejemplo?

Bueno, es una muy buena pregunta porque claro, lo que hice fue escribir un libro, nada más. Un libro hace pensables algunas cosas, en el mejor de los casos, pero realmente creo que lo que importa son siempre las formas de agenciamiento colectivo, acontecimientos de lo sensible, como dices tú. Y cuando digo colectivo no digo masivos necesariamente, dos personas son un colectivo a veces infinito, pero son ese tipo de cosas las que se necesita potenciar. Es decir, se necesita potenciar una serie diversa de mediaciones entre cultura y universidad que no esté caída al índice ni a la experticia. Revistas de rebote, de difusión, de problematización, ciertos protocolos que no sean descalificativos y que permitan avanzar en la producción o creación de escenas colectivas. Y se necesita sobre todo problematizar la misma inscripción del trabajo intelectual para que éste no se autosatisfaga en su propia excelencia académica, porque en rigor nada cambia con un buen libro, nada cambia si es que no hay lectores. Y no necesariamente lectores universitarios, pues se trata de una cuestión de oído profano, de diversas resonancias. Nunca se sabe el destino final de un libro hasta cuando alguien lo malentiende, o lo entiende de una manera que no estaba presupuestada al interior del diagrama “original”. Por eso creo que hay que enfatizar más los ensamblajes, los acoplamientos, los agenciamientos para-universitarios. Hay que favorecer mucho ese tipo de encuentros, más profanos  no tan universitarios. Hay que recuperar, me parece, la intensidad y la militancia, no necesariamente partisana, caída al conflicto central o a la onto-política moderna, pero hay que perder la estupefacción y la timidez, sobre todo en el mundo académico.

Sergio, tu estuviste en ARCIS en los años noventa y luego te fuiste a Estados Unidos a trabajar pero  mantienes un vínculo con Chile a partir de constantes visitas e intercambios. ¿Qué transformaciones te parecen relevantes en términos políticos? ¿Qué problemas crees se han agudizado o vuelto más acuciantes?

O sea, independientemente de las supuestas transformaciones políticas, de la evidenciación del negocio, la corrupción y la falta de vergüenza, me parece que Chile es un país convulso. Es lo que llamo una modernización compulsiva radicalizada, con estructuras societarias, para hablar como sociólogo, bien modernizadas, acceso al consumo, al crédito, la estructura inmobiliaria misma, pero sin alterar necesariamente ni la estructura de la propiedad, el ingreso, ni las relaciones de clase. Por otro lado, una cuestión que me parece crucial y me extraña al mismo tiempo es la ausencia de una reflexión sostenida (con excepciones, naturalmente) de la cuestión indígena, principal, pero no exclusivamente, de la cuestión Mapuche, considerando que esa es la problemática étnica que cruza la imposibilidad de suturar la nación. Chile es un país que no ha producido un ensayismo radical a nivel de la cuestión indígena, siendo un país sujeto a políticas de exterminio, pacificación e integración en su historia republicana. Y por otro lado, la otra cuestión que me parece que tiene que ser problematizada radicalmente, pero no a nivel identitario o ingenuo, sino a nivel complejo, político, es la cuestión de la inmigración. No sólo la inmigración peruana sino la inscripción de poblaciones afro descendientes en la escena chilena. Todo eso está generando una serie de relaciones culturales, sociales que se expresaran más temprano que tarde en una suerte de profanación política de la tradición representacional chilena. Intensidad, militancia y nuevas formas de organización, esas son mis apuestas.