La izquierda Chilena. Hora de Borrascas
Qué paso con las energías utópicas que se movilizaron en el campo de la renovación socialista durante los años 80’; qué infortunio acompaña a nuestra «izquierda académica» en la actual coyuntura; ávida de indexación, fascinada por comportarse como vanguardia, estilosa y educada en Negri, Deleuze, Laclau, Derrida, Nuncy, Pateman y Bluter, pero incapaz de promover una discursividad que trasunte los circuitos cerrados de T.V cable -ajena a toda promesa de auto-realización-. De otro lado, la infranqueable facticidad estatal; Revolución Democrática y la Izquierda Ciudadana; el PC y la empleomanía burocrática de la política pública, se ubican en el plano del “cosismo aggiornado”, (atribulado entre la política focal/estatal y lo político como producción de nuevas agendas). La «izquierda cosista» migra a la periferia y mira con desconfianza, a veces con desdén, los protocolos de la «izquierda académica» y viceversa en un espiral de sospechas que se traducen en un diálogo de sordos. Ambas izquierdas se demonizan, se querellan mutuamente. Y a ello se suma –tercer espacio- una «izquierda feudal», cortesana y dispersa, aprisionada en la dirección de facultades, consultorías pomposas y centros de investigación (Expansiva, convenios, foros y conferencias, debidamente remunerados). Este impase, algo catastrófico, impide la elaboración de una vertebración esencial, de contaminaciones con las agendas estratégicas de los gobiernos post-neoliberales, de diálogos friccionados propios de un intercambio regional. La variante «cosista» persevera factualmente, y queda librada a la «praxis», pero es incapaz de avanzar hacia una recomposición hegemónica capaz de producir imaginarios alternativos y nuevas formas de acción colectiva. La «izquierda cosista» se pregunta fastidiosamente por la identidad: ¿Quiénes son nuestros enemigos? Esta es la comedia bufa que hemos debido presenciar. Todo indica que un ejercicio de restitución supone una operación político-conceptual «tibiamente similar» a la escena de la «renovación socialista» de los años 80’. Los años dorados de FLACSO (Móulian, Garretón, Lechner, Flisfisch) comprendían «espíritus vigorosos» abiertos al cambio de época sin ceder –de buenas a primeras o de cualquier manera- a un imaginario de transformación social. Hoy ante la travesía comunista –izquierda prosaica- resulta inviable una operación discursiva que permita restaurar las voces de la diferencia en un relato hegemónico, pero la prebenda, el exceso de asesores y las ‘horas a contrata’ impiden, cual «vulgata», la sola imaginación de una acción alternativa. La dominante neoliberal obra como una aplanadora y ello tiene en ascuas cualquier proyecto que pueda restituir estratégicamente la «pasión igualitaria». Hasta el 2014 era posible pensar –muy cándidamente- que el concubinato del relato transicional (concertación) experimentaría un desgarro respecto al dispositivo empresarial. Ante un eventual desgaste del maridaje establecido en los años 90’, Estado y Mercado, vino la prisa por presenciar una fase de desplazamiento y producción de relatos alternativos. Nada de eso ha ocurrido en el plano de las discusiones programáticas y estratégicas, si bien abundan los estímulos de la reforma, y el bullicio de la hechología, ello solo representa un reformismo gradualista del cual no hay mucho que esperar. A la luz de la más básica constatación seguiremos escuchando a la elite progresista; Martner, Solari y Escalona defienden la obra de Aylwin y aleccionan a los pupilos rebeldes que cada tanto deben escuchar el sermón transicional.
Qué intelección privilegiada hay en la cultura política del socialismo chileno –«Partido del orden»- que el debate intelectual sigue estando determinado (cual rehén) por la transitología, por una ‘mística’ que, aunque cedió posiciones a la boutique de los bienes y servicios aun es capaz de movilizar una retórica que termina opacando los ambientes movimientistas, y dejando en un lugar periférico-alternativo a los discursos de la «disidencia». El «cosismo aggiornado» se autoproclama de izquierdas, invoca a determinadas organizaciones para avanzar más allá del testimonio, trata de promover declaraciones basistas, pero ese esfuerzo –encomiable- es incapaz de alterar las hegemonías liberales que informan el relato modernizador. ¿Quizás este fue el paradero final de la renovación de Arrate? Pero es sorprendente el sentido común de una izquierda que desde la facticidad, desde la recreación barrial y la consulta popular, dice estar librando una “guerra de posiciones” en pleno desarrollo de la modernización de los años 80’. Quizás es más factible la «guerra de posiciones» en una relación amorosa (¿política de los afectos?). Después de la «renovación socialista», de su esfuerzo por conciliar democracia y socialismo -y no así democracia y mercado- no tenemos recambio generacional y difícilmente se cumplirá este objetivo político en el corto plazo. La renovación socialista dejo un “lugar vacío” y no existen contenidos estratégicos que permitan articular un nuevo texto, menos en el marco de un dualismo travieso. La agenda de la presumida «izquierda académica» -y su preciado agnosticismo metafísico- comprende un expediente arqueológico de larga duración en medio de la derechización del mapa universitario. Por otro lado, y como era de esperar, el elenco partidario está secuestrado por el control estatal, por las dinámicas de gobernabilidad –so pena de la denuncia al holding, de la queja por la colusión, del malestar con la modernización, etc.
Este es el gris panorama que nos acompaña y la difícil rearticulación política en el corto plazo. No hay roces decisivos entre campo académico y campo político, no hay significantes relevantes que permitan establecer una línea divisoria, todo ello va configurando un estado de melancolía, de activismo culposo. De momento, el concubinato concertación/empresariado, pese a todo y contra todo, se mantiene ‘estable’. Es más, si algo debemos leer entre líneas del blufeo de Gaspar Rivas y la alocución de Luksic es la persistencia de un empresariado que entiende la necesidad de lidiar en la granjerías estatales, en un amago de «new deal», sin tener que ceder posiciones estructurales a los ajustes del ‘capitalismo nacional’ (¿capitalismo de Estado?). Nuevamente son nuestras elites las que sancionan las coordenadas estratégicas del diálogo público. Y todo ello sin menospreciar el ingreso de nuevos significantes políticos (constituyente, AFP, cabildo, farmacias populares); la propia bancada de dirigentes estudiantiles es un proyecto que, a la luz de un diagnostico descarnado, no tiene mayor espacio de penetración que un puñado de mociones minimalistas -sin alterar el régimen hegemónico-. Es la cruda realidad. La falta de epopeyas renovadas y la ausencia radical de «espíritus vigorosos». Y en medio de este paisaje gris, desde una mera constatación, hay que esperar la llegada del segundo periodo de Sebastián Piñera. ¡Resignaos!