Proceso constituyente y (nuevas) tecnologías

Proceso constituyente y (nuevas) tecnologías

Por: Claudio Gutierrez | 12.05.2016
Me interesa abordar la cuestión del rol de la tecnología en un proceso constituyente. Es bien sabido que toda tecnología tiene limitaciones y bondades, las cuales delinearé brevemente para este caso.

Me preguntaba un colega cuánto pueden aportar las “plataformas digitales” a la construcción de una nueva constitución. Y ponía como ejemplo el proyecto del ex-presidente Lagos, “tuconstitucion.cl” [http://tuconstitucion.cl] que sostiene: “Aprovechando las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías para canalizar la participación, se propuso al país una aventura inédita que buscó ser un puente entre ciudadanos y generar una discusión pública y abierta sobre los principales temas que debe abordar una nueva Carta Magna.”

No es difícil advertir la ingenuidad filosófica de tal idea. Pensar que las tecnologías de información pudieran resolver las dificultades de participación (y nada menos que en la elaboración de una constitución) indica que, o se entiende poco de tecnología o se tiene una idea muy sesgada de qué es una constitución. Me interesa abordar la cuestión del rol de la tecnología en un proceso constituyente. Es bien sabido que toda tecnología tiene limitaciones y bondades, las cuales delinearé brevemente para este caso.

Una limitación fundamental de las nuevas tecnologías está en el hacer políticas, asunto que me interesa resaltar, pues es común escuchar justamente el argumento contrario: que ellas facilitarían la discusión y elaboración de políticas. “Ofrecen una oportunidad para canalizar participación” sostiene el sitio de Lagos. ¿ Es cierto esto?  ¿Qué es –desde un punto de vista ontológico, diría un filósofo– lo que las tecnologías digitales pueden contribuir a la discusión y elaboración política?  Recordemos que hubo gente (espero que ya se hayan disipado esas ilusiones) que pensó que Internet (debiera usar la acepción correcta: la Web) y las redes sociales digitales traerían la democratización que por tan largo tiempo ha escapado a la humanidad. Que los déficits que tenemos en ese plano se corregirían con más facilidades de comunicación. Otros más sinceros, como Morozov, reconocen su error, y proclaman hoy a los cuatro vientos la ilusión tras ese proyecto [http://clickherethebook.com/]

Es importante, antes de seguir, entender de qué estamos hablando. Lo que las tecnologías de información y comunicación hacen es acelerar y fluidificar las comunicaciones y los procesos lógico-formales en una argumentación. No más ni menos. Entonces hay al menos un par de planos involucrados. El primero, el aceleramiento de las comunicaciones, contribuye a tener un panorama de información más completo en más corto tiempo. Es posible comunicar más en menos tiempo. Es posible vitrinear más en menos tiempo. El segundo, la fluidificación, lleva a descomponer el lenguaje, los textos y otros soportes materiales de las ideas y argumentos, en fragmentos pequeños, más sencillos de comunicar y de procesar. Lograría una suerte de particionamiento de la gran información en sus constituyentes atómicos y de esta forma, transmitirlos y difundirlos de manera más dúctil. Lo vemos a diario:“Terremoto en el norte”; “Estoy donde la Marcela”; “Nos encontramos en la plaza Italia”; “Sí, compra ahora”, etc. Los tweets aparecían como el paradigma de la síntesis en la comunicación, ¡oh maravilla! , hasta la aparición de Whatsapp, que aunque no limita explícitamente el tamaño del mensaje, implícitamente incentiva a comunicarse aún más sucintamente.

Es diferente “leer” un tweet o “sentir” un meme que digerir un mamotreto como la Filosofía de la Educación de Valentín Letelier o seguir un seminario sobre propiedad compartida de recursos naturales. No sólo tienen diferencias substanciales de tamaño y de tiempo ocupado, sino que, y esto es lo fundamental, tienen un espesor de descripciones, ideas y argumentos diametralmente diferente. ¿Estamos perdiendo algo al “reducir” la discusión a frases breves e interjecciones?  Cualquier profesor de la vieja escuela afirmaría que sí, y por ello “odia” esos “aparatos” con que buena parte de la población hoy ocupa gran parte de su tiempo.

El primero que intuyó esto formalmente fue Kurt Gödel, el más grande lógico de todos los tiempos, conocido sobre todo por haber demostrado formalmente que no hay forma de demostrar que las matemáticas como lenguaje son lo exactas que dicen ser. Gödel se hizo una pregunta muy simple: ¿Cuánto es posible condensar una argumentación sobre una determinada materia?  En términos más formales se preguntó: ¿Cuál es el tamaño más pequeño posible de una demostración de algo?  Para los matemáticos una demostración es una argumentación que muestra paso a paso el encadenamiento de razones que hacen que la afirmación final sea irrefutable. Bueno, Gödel demostró formalmente lo que todos intuímos, pero nos cuesta asumir: que los problemas complejos involucran argumentos largos, imposibles de condensar o comprimir. Para aprehender una idea compleja hay que leer un argumento largo. Para entender un argumento complejo es necesario tiempo para digerirlo.

Comprendido lo anterior, volvamos a la constitución. Una constitución es un acuerdo de un pueblo sobre cómo organizar su vida en común. El llegar a estos acuerdos necesita grandes elaboraciones conceptuales, mucho trabajo de contrastración de ideas, y sobre todo, para que represente a las mayorías, mucho diálogo y argumentación. Sostener entonces que las nuevas tecnologías podrían “canalizar la participación” es ingenuidad o maquiavelismo político. Es querer engañar al ciudadano corriente que, por estos 40 años de blackout político, no sabe bien lo que es una constitución. La participación política no es una actividad virtual –de redes digitales– sino material. Participamos en nuestro trabajo si nos dejan opinar sobre lo que hacemos. Participamos si dialogamos y argumentamos en nuestros espacios de decisión. Participamos de la vida política del país si nos dan espacios –y tiempo– (ambos materiales) para dialogar y argumentar. No una ventana de 140 caracteres, una pantalla de celular, o un formulario web, o un intercambio de Whatsapp. Allí no caben los “argumentos” que necesitamos para abordar las complejidades de la vida actual.

Y para terminar, ¿Qué bondades pueden ofrecen las tecnologías de información para la discusión constitucional? Señalaré aquí una que considero fundamental: la transparencia de la información, el permitir ese espacio universal de información, accesible por todos los interesados con un solo click. Y para ser aún más concreto, señalo uno que no vemos todavía: el que las opiniones de todos los ciudadanos, y las actas de todos los encuentros locales que se están desarrollando se hagan públicas. Así yo sabré qué se conversa y acuerda en Chiloé o en Arica, qué deliberan los profesores, qué piensan las vendedoras de una gran tienda, qué imaginan los artistas, etc.

Moraleja: las tecnologías, desde la invención del fuego, pasando por la imprenta, no son intrínsecamente “progresivas” o “regresivas”. Sobre todo, y sostengo esto a contrapelo de esa capa de tecnócratas que nos quieren hacer creer que las ciencia y la tecnología resolverán nuestros problemas sociales y políticos, sobre todo, digo, las tecnologías no reemplazan el debate y la educación política. Esa es ha sido nuestra responsablidad y nos constituye como humanos, igual en el paleolítico que en el siglo XXI.