¿Somos todos Chiloé?

¿Somos todos Chiloé?

Por: Ricardo Candia Cares | 10.05.2016
Cuando haya una cabal comprensión de que lo que degrada la tierra y todo lo demás es el capitalismo y que ése solo se combate en el terreno de la política en las más variadas formas que adquiere, las cosas van a comenzar a cambiar.

Desde el punto de vista de los optimistas, en cada reclamo popular está el germen de un proceso radical y definitivo que puede cambiar las cosas. Ahora resulta que todos somos Chiloé.

¿Pero seremos todos Chiloé del mismo modo en que antes fuimos Aysén, Freirina y Atacama, por decir algo?

Desde el punto de vista de un pesimista, como las otras, esta pelea legítima que despliega la simpatía de muchos no va a pasar a mayores. Se extinguirá y quedará a la espera de otro momento de crisis. Como las otras.

La mecánica es así: en una zona castigadas surge un movimiento que se alza espontáneamente para reclamar por las formas agresivas y más evidentes con que el sistema altera sus vidas. Luego, surgen vocerías. Enseguida las manifestaciones son prestamente reprimidas por el brazo armado del Sheriff de turno. Después, se instala una mesa en la que al final, se termina negociando medidas paliativas, a veces un bono, lo que va a tener el efecto analgésico que calmará las cosas por un tiempo.

Y se habrá eludido la pelea de fondo, esa que no se resuelve ni con todos los bonos ni con todas las promesas. Y las condiciones que siguen degradando al país, aún seguirán ahí. Un bono, por muy jugoso que sea, no va a terminar con los orígenes de los problemas.

Cuando haya una cabal comprensión de que lo que degrada la tierra y todo lo demás es el capitalismo y que ése solo se combate en el terreno de la política en las más variadas formas que adquiere, las cosas van a comenzar a cambiar.

El ministro Burgos dice que la billetera del gobierno no es fácil, y en su provocación hay mucho de política. Experto en el arte de reprimir, elige ese aserto para generar temor e inducir a la gente a conformarse con lo que al final, va a ser la oferta definitiva en billetes de banco.

Y luego de recoger las barricadas, limpiar las calles y cuando las tropas de ocupación vuelvan sobre sus pasos, el mundo seguirá su curso.

Y el sistema se habrá robustecido a vista y paciencia de sus víctimas.

En Chiloé no hay que inventar nada nuevo ni se necesita de la sagacidad de nadie para terminar con las manifestaciones: aquello se resuelve por la conjunción en dosis precisas de represión, tiempo y algunos pesos.

En una escala distinta, estos reventones populares que finalmente terminarán siendo pagados en una o varias cuotas, no son muy distintos a lo que ha venido sucediendo con el más grande y poderoso movimiento social, los estudiantes.

Luego de dejar claro que esta educación no hace otra cosa que reproducir un sistema inhumano, no se ha avanzado mucho. Los estudiantes han sido acorralados por los tramposos funcionaros con los que les toca negociar y por su propia falta de decisión para elevar la puntería y salir a pelear allí donde les duele al modelo: en la política.

Discutiendo sobre la gratuidad se la han pasado todo este valioso tiempo en que los temas de fondo, que van mucho más allá de pagar o no, han quedado en otro plano.

Chiloé no es el primer territorio afectado: generadoras de energía y acopios de venenos que matan de cáncer, mineras voraces que envenenan regiones completas, industrias pestilentes que se roban el agua, mares depredados, ríos y humedales envenenados, ciudades y pueblos contaminados hasta la madre, son paisajes comunes en todo el territorio castigado.

Es el precio que paga la gente silvestre para que un puñado de sinvergüenzas inhumanos, criminales hijos de puta, se hayan hartado de dinero en esta post dictadura que cada día se parece más a lo que se supone debió superar.

La causa chilota es legítima y su pueblo merece toda la solidaridad activa posible. Pero es necesario ampliar el alcance de la protesta. El temor de que ese drama que pone el foco en los tremendos efectos de la cultura dominante, se desinfle por la vía de cinco chauchas más, no es infundado.

Para el gobierno mientras más dure el conflicto, más alto será el costo para la gente y ese efecto augura dificultades para volver a movilizarse. Cada conflicto es para el gobierno una opción pedagógica para enseñar que por esa vía, nada. A lo sumo represión y quizás un bono.

¿Alguien recuerda a Aysén el año 2012? ¿En qué quedó? En bien poco. Salvo para ese vocero que suscitó una amplia simpatía, y que finalmente se vendió por una dieta parlamentaria. Hoy Iván Fuentes es un elegante diputado que no ha aparecido por Ancud.

Mientras la gente que se moviliza por defender sus derechos, incluidas sus vidas, no entiendan que a la cultura dominante las piedras no le hacen nada, las elecciones seguirán siendo el momento en que esa misma gente elija a quienes los van a traicionar no más se sienten en sus poltronas.

Lo que falta es llevar las peleas comunes a la política. Los movimientos que emergen ante los efectos desembozados del modelo no pueden conformarse con bonos, mesas de negociación, promesas o paliativos que nunca han resuelto nada.

Sólo cuando la gente víctima de esta cultura que mata coincida en que la solución a sus problemas no tiene que ver con bonos ni medidas superficiales, la cosa comenzará a cambiar. Cuando haya el convencimiento de que los que idearon e hicieron todo cuanto hay, jamás van a desarmar su obra.

Cuando la fuerza social que emerge en cada protesta se convierta en fuerza política capaz de erigir a sus propios candidatos para cuanta elección venga, cuando esos que han hecho posible todo lo que hay se den cuenta que la gente le está disputando sus centros de poder, la cosa jamás volverá ser igual.

Entonces sí seremos Chiloé. Y también seremos todo el resto del país. Y valdrá entonces la pena.