Karen Doggenweiler: género y clase

Karen Doggenweiler: género y clase

Por: Paola Arroyo Fernández | 10.05.2016
Es violento, porque se atreve sin ningún pudor a poner sobre los labios de la mujer justo cuando ésta expresaba su rabia y descontento ante otra mujer, la presidenta Bachelet. Es violento, porque ese tapaboca no sólo la silencia, también genera en ella el llanto.

Cada vez que he visto la imagen de TVN que muestra a la animadora estrella- de esas estrellas sin brillo que van quedando en el canal de todos los chilenos- justo cuando le tapa la boca a una pobladora de Pargua, no puedo sino sentir la violencia de ese gesto. Es violento, porque se atreve sin ningún pudor a poner sobre los labios de la mujer justo cuando ésta expresaba su rabia y descontento ante otra mujer, la presidenta Bachelet. Es violento, porque ese tapaboca no sólo la silencia, también genera en ella el llanto. Es violento, porque trae como inmediata reacción desde el canal las palabras que interpretan como profunda emoción ese llanto, el llanto de una mujer anónima, mujer pobre, mujer que está en plena protesta por las precarias condiciones en las que ella y toda la población afectada por eso que han dado en llamar marea roja, se encuentra. Y esa interpretación demuestra sin equívocos la nula valoración que la sociedad chilena le da a una mujer pobre.

Ese gesto es elocuente. Representa la violencia patriarcal, aunque Doggenweiler tenga biología femenina, pero también representa esa violencia de clase a veces escondida entre las faldas de quienes abogan por una supuesta igualdad. ¿Y de qué igualdad hablan mujeres como la animadora, las parlamentarias o la propia presidenta? Muchas veces las feministas nos vemos en la encrucijada de sopesar las opiniones y supuestos logros cuando significan algún grado de avance. Y es que en un país medieval como éste, esa es una trampa de la que cuesta escapar. Nadie podría decir que la discusión sobre la despenalización del aborto en tres causales, por ejemplo, no represente algún grado de avance, pero no nos engañemos-al menos yo no me engaño- ese avance significa despertar conciencias, en especial de las propias mujeres, de un modo limitado, circunscrito a una situación de victimización. Pero claro, dado el estado embrionario de la concepción que la sociedad chilena posee de las mujeres, hay que decir, a regaña dientes, que es un grado de avance.

Distinto es, a mí modo de ver, cuando se trata de proyectos como la ley de cuotas, la igualación de salarios entre hombres y mujeres o la elección de una mujer como Presidenta de la República. Bachelet ya ha cumplido dos años al mando más todo un gobierno anterior, en que ha demostrado con creces que lo suyo es el capitalismo con falda. Y si bien soy totalmente contraria a toda descalificación de su persona disfrazada de crítica política, pues muchas de ellas encierran una profunda misoginia, también lo soy a todas sus políticas neoliberales y al alto nivel de represión que tanto en su anterior gobierno, como en el actual, ejercen sobre la población y su protesta social. No nos engañemos, la presidenta pertenece es parte de la clase dominante.

Lo que presenciamos en el viral que destapa el verdadero rostro de Karen Doggenweiler, esa rubia simpática cónyuge del siempre fracasado MEO, es no una solidaridad con Bachelet ante los dichos-incompletos- de la pobladora, sino una solidaridad de clase. La animadora es parte de la elite política, sí, porque es la mujer de un eterno candidato, ex diputado y actual imputado por caso SQM, pero también porque forma parte de ese servil staff de periodistas que ofician como mensajeros del poder de turno. Doggenweiler prefirió su clase antes que su género, prefirió acallar la humilde voz de una trabajadora con tal de mantener el status quo frente a las pantallas de tv que transmitían en vivo y en directo “el matinal de Chile”. Prefirió cuadrarse como guardia en servicio ante la autoridad, prefirió violentar de manera brutal la voz de una mujer perteneciente a una clase a la cual la televisión sólo da cabida para mostrar sus miserias en son de reality, de chiste o de noticia policial.

Sin embargo, hay también en el violento gesto de la rubia animadora un profundo hedor a patriarcado. Me pregunto si acaso ella hubiera tenido la misma actitud corporal con un pescador; me pregunto si acaso ella hubiera tenido el mismo gesto con un político que no responde lo que se le pregunta y sólo expresa evasivas-cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia-; me pregunto si acaso a Bachelet sería capaz, siquiera, de abrazarla amistosamente. Y todas mis respuestas son negativas.

En su tapaboca violento,  hay un desprecio a la pobreza y también un desprecio a la mujer. Tomar a la mujer con vehemencia, “agarrarla” como a un objeto, como un cuerpo inerte, es un guiño al poder patriarcal, ejercido mayoritariamente por hombres a lo largo de la historia, pero también replicado por aquellas mujeres que, como la animadora, se ubican desde el poder por sobre la gran mayoría de la población. Doggenweiler es, hoy por hoy, un ejemplo más del patriarcado capitalista que nos gobierna.