Mirar más allá de los resultados del SIMCE

Mirar más allá de los resultados del SIMCE

Por: Camila y Rosario | 26.04.2016
Esta semana fueron entregados los resultados de las pruebas SIMCE de enseñanza básica aplicadas el año 2015. Se instala con ello, como ritual, el debate en torno a la calidad de la educación. Quisiéramos en las siguientes notas presentar una esquemática opinión desde el ángulo del profesorado.

Esta semana fueron entregados los resultados de las pruebas SIMCE de enseñanza básica aplicadas el año 2015. Se instala con ello, como ritual, el debate en torno a la calidad de la educación.

Quisiéramos en las siguientes notas presentar una esquemática opinión desde el ángulo del profesorado. Como primera cuestión, indicamos que hoy se nos abre, una vez más, la posibilidad de reafirmar la falta de sentido y utilidad que dicho instrumento tiene para el conjunto del sistema escolar y por, cierto, para nosotros las y los docentes. ¿Por qué sostenemos esto?

Ante todo, porque además del objetivo de medir el logro de los elementos propuestos dentro del currículum nacional, el SIMCE históricamente ha estado asociado a una serie de prácticas y un discurso oficial que da cuenta de la homologación de las escuelas y colegios con las empresas.

La primera de dichas prácticas ha implicado la utilización del SIMCE como una herramienta para comparar los resultados en orden a informar a la demanda sobre las instituciones educativas eficientes e ineficientes del sistema, teniendo como principio básico que instalar la competencias de dichos establecimientos por captar la matrícula de los estudiantes, será el motor que impulsará la mejora del sistema educativo.

En tanto, otra de las prácticas como lo es la rendición de cuentas que directores y docentes deben realizar por los resultados obtenidos en las pruebas, responde a la idea según la cual el Estado debe tener un rol subsidiario en materia educativa de modo tal de permitir que las escuelas, entendidas como unidades productivas independientes, competitivas y responsables de mejorar la “calidad de la educación”, aprovechen al máximo las ventajas que ofrece un sistema de mercado. De esta manera, pareciera ser que la medición estandarizada, y el uso de los resultados en nuestro país, están más bien encaminados hacia una inserción de Chile en el mercado competitivo global en vez de una preocupación real por los procesos de enseñanza y aprendizaje desde nuestra realidad concreta y específica.

Por otro lado, porque el SIMCE no entrega a las profesoras y profesores información significativa sobre sus estudiantes, dado que las pruebas no consideran el contexto en el que ellos educan, ignorando las diferencias que le son propias a cada establecimiento y perpetuando la errónea percepción de que todos los estudiantes parten de la misma base, cuando todas y todos los docentes de Chile sabemos que no es así.

Por último, porque las profesoras y los profesores aparecen como entrenadores de sus estudiantes, pues se vuelve prioritario prepararlos para responder de manera adecuada a un tipo particular de preguntas, en determinadas asignaturas, para asegurar no sólo el “prestigio” del establecimiento sino también su permanencia en el establecimiento y el futuro de sus estudiantes. Es por esto que, por ejemplo, los docentes deben ajustar sus evaluaciones al tipo de preguntas propias de dichas pruebas, a la vez que el establecimiento focaliza sus esfuerzos en las asignaturas y cursos que serán evaluados.

¿Qué podemos hacer frente al escenario anterior? Como mínimo, debemos considerar tres cuestiones fundamentales.

En primera instancia, debemos cuestionar la imagen del docente como un adiestrador de estudiantes, de manera tal de revertir la creciente tendencia a la tecnificación de nuestra tarea y reafirmar nuestro condición de profesionales y trabajadores intelectuales transformadores, dotados de un pensamiento crítico e involucrados en el proceso de construcción de aprendizajes significativos junto con las y los  estudiantes, que además se preocupan y ocupan de los problemas existentes tanto en su comunidad educativa como en la sociedad, de manera de brindarle un sentido trascendental a la tarea que tiene lugar en aula.

Adicionalmente, se deben generar condiciones laborales y profesionales que permitan al docente contar con el tiempo y los espacios suficientes para poder generar mecanismos de evaluación que respondan a las características y necesidades propias de cada contexto educativo, que surjan del trabajo colaborativo. De esta manera, se logrará revertir el predominio del individualismo, la competencia y falta de interés por la construcción y puesta en marcha de un proyecto colectivo tal como se aprecia en el sistema educativo actual.

Por último, es importante señalar que cualquier intento por transformar el sistema de evaluación existente en Chile, además de tener en cuenta los aspectos señalados, debe partir por un cambio de la sociedad en general y de nuestro sistema escolar en particular, que revierta el predominio de concepciones económicas y mercantiles evidenciadas en la evolución histórica del SIMCE. De esta manera, se vuelve fundamental que como docentes no sólo pensemos en la nueva educación que queremos, sino que también imaginemos y luchemos por construir una nueva sociedad.