Una opinión de un ciudadano de a pie sobre Aylwin y la democracia
Es un lugar común decir que “no hay muerto malo” al momento en que alguien abandona este mundo y todas las opiniones que remiten al difunto son benevolentes e indulgentes, aún cuando éstas escapen totalmente de la verdad. Es tan nauseabundo el olor que emiten estas elegías y homenajes que uno no se puede guardar una vez más su indignación.
Ha muerto Aylwin y todos sus congéneres políticos- defensores acérrimos del status quo- han salido a echarle flores como si el anciano fallecido hubiese sido un estadista a la altura de Adenauer o de Churchill, muchos de ellos ahora cuestionados por su corruptela en casos de dominio público. Es tan sospechosa esta unanimidad que uno se pregunta si toda esta parafernalia grandilocuente y altisonante no será una estrategia diseñada para hacernos ver que la política de los acuerdos y consensos que Aylwin propició es la única habitación social posible para Chile. Y que como tal, habría que volver a esa época que muchos siguen suscribiendo ante los porfiados hechos que demuestran lo contrario.
Como todo el mundo en este minuto se cree con derecho a opinar, yo también daré mi opinión desde mi calidad de sobreviviente de la dictadura, escritor y simple ciudadano de a pie.
Entre los muchos elogios que se la han brindado al muerto está el de la Presidenta, quien con su raquitismo intelectual crónico señaló que “gracias a la medida de lo posible es que estamos como estamos”. ¿Y cómo estamos ahora, pregunto yo? Como las huevas, pues, chapoteando en la mierda y sumidos en una catástrofe moral sin precedentes que la mafia político empresarial nos ha infligido.
¿Se puede vivir en la medida de lo posible? ¿comer, defecar, copular, trabajar, respirar, producir, en la medida de lo posible? Ése fue el primer punto donde Aylwin es responsable directo de la gestación de una democracia chingada, rota por dentro, degenerada como es la que celebra actualmente nuestra presidenta y que nos tiene sumidos en un callejón sin salida. Además se olvida decir que “la medida de lo posible” siempre la miden la derecha, los empresarios , la Iglesia y los militares.
Los políticos insisten en hacernos creer que vivimos en un gran país, forjado gracias a ellos y a su “vocación de servicio público”. Cómo se nota que ninguno de ellos sabe lo que es vivir con un sueldo mínimo, trasladarse en un sistema irrespirable de locomoción colectiva y estar desprotegidos permanentemente frente al flagelo de la delincuencia, el narcotráfico, el abuso laboral y la corrupción generalizada.
Narraré unos recuerdos de mi pubertad en los días mismos del golpe. Agosto de 1973, Aylwin y otro personero entrando a la Moneda para dialogar con Allende y ver una solución a la crisis que el país vive. Aylwin sale de palacio y sólo se limita a decir que ha tenido una “conversación muy franca” con el presidente con esa sonrisa tan postiza que siempre lo caracterizó. Al cabo del golpe sale el diario La Tercera y en ese número aparece una foto del mismo Aylwin junto a otro alto personero de la DC yendo a las oficinas de la Junta a ofrecer sus servicios profesionales.
No cabe duda de que este difunto fue uno de los máximos responsables de que la DC clausurara una salida política de consenso con Allende por una razón muy simple:
este señor y su padrino Frei Montalva tenían la certeza de que una vez que los milicos hubieran hecho el trabajo sucio, los iban a llamar y les entregarían la presidencia en bandeja. Nunca calcularon la real estrategia de sus aliados de derecha, política y económica, que pusieron a sus jaurías militares en el poder para gobernar desde las sombras y diseñar el país a la pinta de ellos. Bernardo Leighton dijo en esos días que los DC se aliarían hasta con el diablo para impedir el avance del gobierno socialista. El diablo aliado de la DC- ¡qué realpolitik para un democristiano!- al poco tiempo le puso una bomba en Roma que Leighton sufrió junto a su esposa. El narigón Frei corrió peor suerte, fue asesinado por sus aliados militares que tan olímpicamente le habían hecho la desconocida años atrás.
La Democracia Cristiana siempre ha sido una maldición social para la historia de Chile. Partido de pijecitos mediopelos que de puro arribistas siempre han defendido los intereses de una clase oligárquica a la que no pertenecen y enemigos declarados de los trabajadores y de sus luchas. Golpistas y sediciosos, oportunistas y acomodaticios, no vacilaron en aliarse con los residuos de la fenecida UP para forjar la alianza que al final los puso en el gobierno y que ha definido esta triste historia de frustración e impotencia recientes.
Este partido además ha sido el principal obstáculo para que la NM lleve adelante su programa de reformas que han devenidos en pastiches sin ton ni son con lo cual todo el significado histórico de la última elección presidencial ha quedado definitivamente en el tacho de la basura. Veremos al final de este año con los resultados de la próxima elección municipal en mano si esta grupito de pijes pechoños, beatos y arcaicos morales siguen existiendo en este país.
Ahora bien, se dice que Aylwin fue pragmático y que su estrategia política a partir de los 90 dio frutos y que Chile es ahora un país reconciliado, exitoso, etc, etc.
Pero ¿de qué coño estamos hablando? ¿reconciliado? Si basta ver la odiosidad que se desprende de las declaraciones de la derecha y de su torpedeo a las reformas , odiosidad que se replica en los comentarios de internautas en las redes sociales, para estar claros que este país sigue tan dividido como en el 73’ y que todo lo demás es palabrería hueca y barata.
¿Exitoso de qué? Si la gente, la mayoría de este país está hasta la mierda con deudas, abusos patronales e inseguridad laboral producto de leyes que sólo favorecen a los empresarios.
Además, se dice como excusa que Aylwin, al asumir, tuvo que bailar con la fea, encarnada en Pinochet, situación que obligaba a la prudencia y al entreguismo. Con esto se olvida que Aylwin al encarar el cargo presidencial sabía perfectamente lo que se le venía y su opción gubernamental iba a marcar el futuro de este país, tal como fue después, pero cuyo resultado ha sido mediocre, represivo, regresivo, económicamente desigual y constitucionalmente trucho.
Aylwin es el gran responsable por partida doble de que la historia de Chile de los últimos 45 años sea una gran farsa y genocidio antropológico: como patrocinador del golpe de estado primero y como gestor de una democracia enferma desde el comienzo.
Y ahora estamos como estamos, con una presidenta que hace la vista gorda ante las tropelías de su hijo y nuera, con un parlamento donde la mayoría de los integrantes no tiene los trigos limpios por sus dineros ilegales de financiamientos de campañas.
Los desafío a una simple encuesta: nómbrenme uno sólo de los políticos que en estos años han sido funcionarios, ministros, embajadores, alcaldes o parlamentarios de la Concertación que no sea millonario. Uno solo. Verán que algo huele a podrido en la ribera del Mapocho.
Antes de terminar una anécdota: en las cercanías de la elección presidencial de 1989, cuando Aylwin ya era el candidato oficial, asistí como colaborador de programas de desarrollo cultural para la juventud que presuntamente irían a formar parte de la carpeta de gobierno, programas que se evaporaron al día siguiente de la elección y por los cuales ninguno de los que trabajamos ahí recibió un peso tras un año de ardua labor, a una reunión en el comando concertacionista de calle Lastarria. Ahí se encontraba Aylwin rodeado de aduladores, fotógrafos y polillas que circunvolucionaban en torno al futuro poder. En un instante el candidato, que era mucho más alto y corpulento de lo que se veía en televisión, me miró y me sonrió con esa mueca postiza que solía enarbolar frente a las cámaras. Yo, ahora que el cadáver va camino al cementerio me congratulo de no haberle devuelto la sonrisa ni de haberle rendido pleitesía con la mirada cínica que fue un sello de la política concertacioncita desde ahí en adelante.
Eso es todo lo que valdría la pena recordar de un paladín de la mediocridad y el entreguismo que hoy es ensalzado por la derecha el centro y la izquierda con ese hipocresía que es tan chilena como el arribismo y la incompetencia frente a los desastres naturales.
Concertación que creó un país donde cada año es igual a otro en un ciclo inconmovible de tedio, frustración y mutismo y donde la entropía social se agranda de manera proporcional a la inanición vital que hará de éste un pueblo de autómatas esclavos, una marejada de tontos con celular.