Patricio Aylwin: No todos los muertos son buenos
Dicen que cuando uno se encuentra en el abismo del último suspiro, tus seres queridos miran a la muerte y su guadaña de frente para intentar arrebatarle su cautivo. La siguen hasta más allá del más allá en la esperanza de salvar lo imposible, jamás mirando hacia atrás para no perderla de vista. Así, en el camino, entre lágrimas y desvaríos, se van uniendo amigos, conocidos y desconocidos, todos mirando adelante, mientras el pasado se extravía en el horizonte, fragilizándose la memoria.
Es lo que sucede con el fallecimiento del ex presidente Patricio Aylwin, entonces surgen por doquier las elegías, los clamores, las alabanzas verdaderas e inventadas. Y se le llama el “presidente de la transición” o el “estadista”, “el hombre justo”, el “demócrata”, porque la muerte es tan dolorosa, incomprensible e injusta, que los humanos tratamos de ignorarla o, al menos, cubrirla con un manto de generosidad hacia el extinto. Por eso callamos defectos y exaltamos virtudes y cuando uno declama que no todos los muertos son necesariamente buenos, pasa a ser un paria en esta patria aletargada por el sopor del duelo oficial.
Pero la hibernación del duelo no es suficiente para erradicar la memoria que porta una paciencia india que pocos entienden y que muchos temen. Es la que nos recuerda que Aylwin desempeñó un papel activo y preponderante en el derrocamiento del presidente Salvador Allende y del gobierno de la Unidad Popular. Apoyó explícita y decididamente el golpe militar. Lo justificó con los mismos argumentos que los militares: la supuesta existencia de milicias armadas de izquierda, un ejército paralelo que se aprestaba a llevar a cabo un auto-golpe para tomar el poder total. Para él “…la acción de las fuerzas armadas simplemente se anticipó a ese riesgo para salvar al país de una guerra civil o de una tiranía comunista…” Decía, además, que creía que las FFAA habían procedido con patriotismo y desinterés. Huelga decir que ese ejército subversivo jamás existió, y que aquel patriotismo y desinterés se transformaron en 17 años de terrorismo de Estado, privatizaciones, corrupción y enriquecimiento personal del dictador, su familia, colaboradores y simpatizantes.
Casi dos décadas de dictadura en las cuales, efectivamente, Patricio Aylwin se constituyó en opositor a Pinochet y, posteriormente, tal como se señala hogaño, en el presidente de la Transición. Lo que no se indica es que ésta fue una negociación con la dictadura, en otras palabras, Patricio Aylwin fue el presidente de la Transacción. En una lectura histórica sus adherentes, y él mismo, dirían que fue un proceso transicional en la medida de lo posible. Sus críticos argüirán que no puede haber democracia en la medida de lo posible o justicia en la medida de lo posible. Tal vez por ello es que las víctimas de las violaciones a los derechos humanos se sintieron traicionados por el primer gobierno post-dictadura cuando no cumplió su compromiso programático de Verdad y Justicia. El Informe Rettig fue una verdad oficial a medias que mantuvo en la impunidad a asesinos y torturadores. Asoma la interrogante entonces: ¿Fue Aylwin un hombre justo cuándo privilegió más a victimarios que a las víctimas?
¿Fue Aylwin realmente un demócrata, cuando alguna vez declaró que si tenía que optar entre una dictadura marxista y una de militares chilenos elegiría a ésta última? Además, ¿Sabría algo que el resto de los chilenos desconocía, porque esta afirmación fue realizada tres semanas antes del golpe de 1973? Los hechos son más sólidos que las meras palabras y estos revelan que Patricio Aylwin fue un golpista. Punto, lo demás es lírica para recitales y funerales.
¿Fue Aylwin realmente un demócrata cuando creó la Oficina para desarticular a remanentes de organizaciones armadas que habían combatido contra la dictadura? Este organismo de seguridad recurrió a métodos similares a los utilizados por la dictadura: informantes, infiltrados, montajes.
¿Fue Aylwin realmente un estadista cuando en 1992 reprimió, aplicó la Ley de Seguridad Interior del Estado y encarceló a 144 comuneros mapuche del Consejo de Todas las Tierras que luchaban por su derecho a la auto-determinación? A la sazón, en 1989, antes de la primera elección presidencial democrática en 17 años, se había firmado el Tratado de Nueva Imperial entre el entonces candidato Patricio Aylwin y diversas organizaciones indígenas. En el Pacto se estipulaba, entre otros puntos, que el nuevo gobierno se comprometía a reconocer constitucionalmente a los pueblos indígenas y a ratificar el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo. Jamás hubo tal reconocimiento constitucional y el Convenio 169 sólo se ratificó 20 años después. Si el ex presidente Aylwin hubiese tenido una visión de estadista tal vez el conflicto chileno-mapuche no habría alcanzado las dimensiones que hoy tiene.
¿Fue Aylwin realmente un estadista cuando no cumplió las promesas del programa de la Concertación de revisar todas las privatizaciones de las empresas estatales realizadas durante la dictadura? Es decir, preservó y generó las condiciones para la consolidación del modelo neoliberal actual donde, al igual que en la época de la dictadura, dominan los empresarios en todas las esferas de la sociedad. Un país empresa donde la mayoría trabaja todo el día para una minoría.
Dicen que cuando alguien muere es tal el desconcierto y el desconsuelo que no nos atrevemos a exhumar los pecados del muerto, pero aunque no nos guste admitirlo, no todos los muertos son buenos. Y el ex presidente Aylwin se lleva un golpe a cuestas.