Entre el (poco) ser y la nada: Bachelet, el AntiMinistro Burgos y las reformas
La versión remozada de la “detención por sospechas” hoy repuesta como “control de identidad” resulta extraordinariamente compleja en el marco del escenario mediático-político. Asistimos en la actualidad a una verdadera avalancha noticiosa protagonizada por el dinero que ha circulado bajo la forma de estafa tributaria, coima o como proyecto de ley fraudulenta por parte de los sectores “de cuello y corbata”. Uniones que muestran la dimensión de las alianzas entre políticos y empresarios. O el empresariado coludido. O el conocido “cuento del tío” por parte de inversionistas hacia los sectores crédulos en el milagro neoliberal y en la magia de los intereses.
Cada uno de estos delitos han perjudicado a los ciudadanos. Son ellos los que han sido asaltados cuando no saqueados por estos actos. Los casos particulares que afectan a Carlos Ominami y Marco Enríquez han resultado sorprendentes por los posibles nexos pinochetistas y la innecesaria declaración de amistad “a toda prueba” de Ominami con el gerente Contesse. O el empecinamiento de Meo por ser “Presidente de todos los chilenos”, incluidos, como lo manifestó recientemente este personaje en un declaración en radio Agricultura, los que brindaron con champagne celebrando el asesinato de Miguel Enríquez, su padre. Esta postura admite, desde una perspectiva simbólica, cualquier alianza incluido el yerno de Pinochet que fue uno de los que, sin duda, ese día brindaron con champagne.
Así, el control de identidad parece híper agresivo porque se funda en una arbitrariedad que atenta contra el derecho de desplazamiento. Va a operar como una “limpieza” preferencial en los territorios de altos ingresos y desencadenará formas punitivas hacia jóvenes y ciudadanos vulnerables. Porque la reducción de la delincuencia solo será posible si se enfrenta la desigualdad y se generan políticas de inclusión que releguen el racismo y el clasismo y su permisividad en los escenarios públicos. El control de identidad es un lastre social en sí mismo y todavía más agudizado por la impunidad o las bajas penas en los escándalos financieros de “cuello y corbata”.
Pero así estamos.
Por otra parte -y asumiendo mi propia contradicción- me parece subvalorada la apreciación pública de la Presidenta Michelle Bachelet. Lo que quiero señalar es que efectivamente su mandato se planteó reformas necesarias para mover el férreo muro construido por la alianza derecha-Concertación. Más allá del daño dramático a su imagen (semejante a una tragedia griega) que provino de su familia, lo que ella propuso fue un piso mínimo para horadar la estela de desigualdad provocada por la desregulación y el lucro generalizado. Pero aspectos como la educación, una nueva carga impositiva y una reforma laboral resultaron insoportables para la derecha y para una parte importante de su propio sector. Eso es visible. Esas voces de “adentro”, provenientes de “la cocina de la política” (en ese sentido domésticas y domesticadas por los privilegios de sus “ingredientes culinarios” ) no se contuvieron. Un sector de la Democracia Cristiana se excedió hasta un punto crítico. O el mismo Partido Comunista que habla (en el sentido más soviético del término) del “programa”. Se trata de una fidelidad monótona y agotadora. Una y otra vez: “el programa” ( hoy totalmente desarticulado) para validar así su entrada y permanencia en el aparato de Estado sin asumir que eran simples reformas todavía muy insuficientes pero insoslayables para impedir una explosiva crisis social en el porvenir. La ambigüedad de los partidos de la Nueva Mayoría (no excluyo ni al PPD ni al PS) ha sido notable y ha empujado al subsuelo a un proyecto que apuntó más lejos que ninguno de los anteriores.
No pretendo ignorar el conjunto de decisiones erradas entre ellas -y solo por nombrar las actuales- el control de identidad, la presencia de Burgos como el Ministro más AntiMinistro conocido y, quizás peor aún, la firma del Acuerdo Transpacífico, TPP. Pero aún considerando estos aspectos, desde mi perspectiva, la Presidenta Michelle Bachelet representó (antes de la caída) el proyecto más avanzado de la Transición y también el más atacado de los últimos veinticinco años.
Así, cuál sería la “salida” hacia un nuevo gobierno: una vuelta atrás liderada por Ricardo Lagos o su hijo Ricardo Lagos (lo mismo) o acaso el populismo tosco y beato de Ossandón o el Estado-Sede de negocios de Piñera. Pero lo que sí me parece indiscutible es que el futuro se funda en la demolición de la imagen-proyecto de la Presidenta Bachelet. Una destrucción masiva –tanto de adentro como del afuera- para garantizar la imposibilidad de llevar adelante toda reforma que aplaque la peste de la desigualdad. Porque cualquier cambio, por mínimo que sea, parece destinado al fracaso y, más aún, al oprobio.