Violencia, vergüenza y aborto
La golpeó con fuerza con su puño, la botó al suelo, rasgó su falda, su blusa, metió su mano entre sus piernas hasta abrirlas mientras con la otra tapaba su boca para que no pudiera gritar. La dejó ahí, botada, en la calle, llorando. Sangraba. Tiritaba de frío y miedo, rabia y dolor.
No sabía qué hacer, dónde ir ni con quién hablar. Lloró por mucho tiempo hasta poder juntar algo de fuerzas y correr. Era tanta su vergüenza que decidió callar. No le contaría a nadie porque así algún día lo podría olvidar, pero no pudo. En algunas semanas notó algo extraño en su cuerpo y descubrió que estaba embarazada. Embarazada del “animal” que la había golpeado y violado en esa noche que ella quería olvidar.
Esta es la historia de una joven adolescente violada que no quiso denunciar a su violador por vergüenza. No porque era conocido o pariente, pero sí por la vergüenza de tener que contar lo que había vivido y tener que pasar por una pericia que presentía sería tan terrible e ignominiosa como vivir “otra vez” la violación.
Esta adolescente no quiso contarle a sus padres ni amigos. Omitió el hecho hasta que supo que estaba embarazada. Lo hizo, por vergüenza. Porque ser violada provoca, además de un dolor y una rabia inimaginable, vergüenza. Vergüenza porque no fue capaz de evitarlo. Una vergüenza asociada con la culpa porque quizás lo provocó. Vergüenza porque ese violador la escogió a ella y no a otra. Vergüenza por haberse dejado violar. Ahora, la vergüenza de estar embarazada y que además no le creyeran que fue violada.
La culpa, diferente de la vergüenza, nos remite a algo que hicimos y que podríamos haber evitado. Nos remite a un acto, se refiere a nuestro comportamiento. Quizás esta joven se podría sentir culpada por estar usando una falda muy corta o quizás por estar muy maquillada, aunque sabemos que estos no son motivos para un violador: la violencia machista sí lo es. Pero cuando ella deja de hablar y opta por el silencio, se sospecha que hay algo más.
La vergüenza, más dañina que la culpa, nos remite a nuestro ser, no a algo que hicimos o dejamos de hacer. La vergüenza es sobre lo que somos, independiente de lo que hacemos. La vergüenza habla de nuestro ser, no de nuestro hacer. Cuando nos dañan, al punto de producirnos vergüenza, dañan nuestro ser. No somos personas dignas de ser y merecemos que nos pase lo que nos pasó, aunque no sepamos el por qué. Esa es la vergüenza y por eso callamos.
La vergüenza es la ansiedad y el miedo que nos provoca que descubran que tenemos un “defecto social" grave, por el cual seremos juzgadas y condenadas. Lo que sufre una mujer, una adolescente o una niña violada no es posible de evaluar si antes no se intenta comprender y empatizar con el dolor de la vergüenza. Una vez que lo hacemos no hay juicios o consejos posibles, sólo empatía.
Indigna cuando los parlamentarios hablan de la tercera causal para acceder a un aborto y dudan de una mujer, una joven o una niña que solicita interrumpir el embarazo después de haber sido violada. Con esas afirmaciones, los parlamentarios (y parlamentarias) evidencian que nunca han estado ni empatizado con una mujer que haya sido abusada sexualmente. Ignoran lo que ellas sufren. Son parlamentarios que nunca han escuchado el dolor y la vergüenza que siente una niña cuando su padre la obliga a tocarlo y además la amenaza si habla. Parlamentarios que nunca han sentido la vergüenza de sentir vergüenza por no poder hacer algo.
Pero la vergüenza es una cualidad de seres humanos que todavía sienten algo. Los violadores, en general, no sienten vergüenza y a veces siento que algunos de nuestros parlamentarios dejaron de sentir vergüenza hace mucho. Deseo que quien vota nuestras leyes, sobre un asunto tan serio como el derecho de una mujer o una niña violada a abortar, sienta algo de vergüenza.