España: A Podemos se le abren las costuras defendiendo la belleza

España: A Podemos se le abren las costuras defendiendo la belleza

Por: Joan del Alcàzar | 21.03.2016
El golpe de mano de Pablo Iglesias cesando al responsable de organización, Sergio Pascual, ha afectado seriamente a Íñigo Errejón, quizá el hombre con más proyección extramuros de Podemos. La cosa, no obstante, no se circunscribe a una confrontación entre Iglesias y Errejón, sino que evidencia problemas internos en cuanto a la concepción tanto del partido como de su estrategia de presente y de futuro.

Las últimas encuestas más fiables, la de MyWord para la Cadena Ser por ejemplo, le dan a Podemos una intención de voto casi cinco puntos menos que los obtenidos el 20D de 2015 [15.9 frente a 20.7]. En la misma prospección, el PP pierde 1.7, el PSOE baja 1.1 y Ciudadanos sube 4.1. Es decir todos pierden, menos el partido de Albert Rivera. Cabe añadir un último dato: Izquierda Unida también sube, y bastante: 3.4 puntos, y se sitúa en el 7.1 por ciento de los votos. Son unas cifras bastante expresivas de cómo está valorando el electorado el proceso de negociaciones para formar gobierno. Recordemos que la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas [CIS] de enero de 2016 daba el siguiente resultado: PP, 28.8; Podemos, 21.9; PSOE, 20.5; Ciudadanos, 13.3.

Parece muy razonable afirmar que Podemos está gestionando pésimamente el apoyo que consiguió en diciembre pasado; que no está jugando bien sus cartas y que, más que probablemente, no ha conseguido digerir bien los datos electorales que arrojaron las urnas. Pero ese no es, seguro, el principal problema. Muy posiblemente lo peor para la formación morada es que se le están abriendo algunas de las muchas costuras internas que tiene. No es ahora una de las suturas que podríamos llamar periféricas, en las que por cierto también se aprecian problemas, sino en el núcleo duro de la organización. El golpe de mano de Pablo Iglesias cesando al responsable de organización, Sergio Pascual, ha afectado seriamente a Íñigo Errejón, quizá el hombre con más proyección extramuros de Podemos. La cosa, no obstante, no se circunscribe a una confrontación entre Iglesias y Errejón, sino que evidencia problemas internos en cuanto a la concepción tanto del partido como de su estrategia de presente y de futuro. La propuesta de Pablo Echenique como substituto de Pascual es la menos discutible que Iglesias podía ofrecer a la organización, pero habrá que ver si el aragonés cauteriza la herida en la organización de Madrid y refuerza las costuras territoriales.

Podemos no acaba de decidir qué quiere aceptar y qué quiere rechazar del modelo de partido convencional: hay expresiones del lulismo primerizo del tipo Paz y Amor, y se evidencian querencias leninistas del tipo tú tienes dos ojos, pero el partido tiene mil. De ambas sensibilidades encontramos rastro reciente en “Defender la belleza. Carta de Pablo Iglesias a los círculos y a la militancia de Podemos”. No obstante, hacer política no es contar, enunciar, declamar intenciones políticas cargadas de ética. Cuando el partido era sólo un movimiento con el viento a favor de la indignación creciente, todo resultaba más fácil en la medida que se trataba de denunciar y de poner el foco sobre tantos males de la sociedad del presente. Cada ciudadano irritado con los grandes partidos sistémicos, cada elector hastiado del maltrato asociado a la crisis, podía imaginar que Podemos era una fuerza emergente que iba a cambiar tanto como considerara que debía de ser cambiado.

Ahora, Podemos está actuando en áreas de gobierno en la administración local y regional y todo es mucho más complejo, más concreto y menos etéreo. Además, no es difícil encontrar brechas que separan algunas de las cosas que se decían antes de lo que se hace ahora. Algunas, son letra pequeña, pero no pasan desapercibidas para muchos. Dos ejemplos: el alcalde de Cádiz, ciudad convertida en emblema por los morados, niega a los partidos del consistorio acceso pleno a los presupuestos de la ciudad; Luis Alegre, secretario general de Madrid y miembro del círculo inmediato a Iglesias, convoca una rueda de prensa, pero anuncia que sólo responderá a cinco preguntas.

Nadie podrá negar a Podemos el haberle pegado una patada al tablero político español. Ese es todavía su gran mérito. Tampoco se le podrá discutir que ofrece ?de momento más sobre el papel que en la realidad? una visión que se aproxima a la realidad plurinacional española como ninguna otra fuerza política lo hace. Podemos abrió, se ha dicho muchas veces, unos enormes ventanales que han regenerado el viciado clima político peninsular. Pero ahora está perdiendo fuerza y presencia. Y eso no es bueno excepto para la derecha española y, por su grave miopía, para los sectores más conservadores y los más jacobinos del PSOE.

Se discute en los foros y en las tertulias a propósito de lo que parece una batalla interna de manual. Se habla mucho de cómo se ve a Podemos desde afuera; de si se está dando un combate entre fundamentalistas y realistas, de si se está dirimiendo apostar por la reforma o por la ruptura del llamado régimen del 78, o sobre si la praxis del partido ha de ser más transversal o más próxima al izquierdismo clásico. Todo ello en el contexto ?no lo olvidemos porque es un elemento decisivo? en el que se ha de resolver si se constituye un nuevo gobierno o se ha de volver a elecciones generales.

En verdad se trata de debates muy interesantes, pero son más propios de los distintos analistas sociales que de la ciudadanía en general. Particularmente de los cinco millones de votantes que, de una forma u otra, fueron contabilizados como votos de apoyo al programa de la organización.

Hay que decir que esa contabilidad es más que discutible. Tanto como que Podemos tenga o haya tenido nunca 69 diputados, ni que ahora tenga 65 tras la no integración de Compromís en el grupo parlamentario. Ese grupo de dimensiones variables es, de lejos, el menos estable, el más complejo de gestionar de toda la Cámara de Diputados. Los 69 diputados originarios eran el resultado de la suma de Podemos, Podemos-Compromís, Podemos-En Marea-Enova-EU y En Comú Podem, y no resulta difícil explicar las enormes dificultades que tendrían para votar juntos en temas sensibles.

No se trata sólo, además, de diferencias concretas entre unos y otros ?esas costuras antes señaladas? sino de la pluralidad [¿sería mejor hablar de transversalidad] de los cinco millones de votantes. Diferencias que van desde los que pueden verse representados por personas vinculadas a Podemos pero tan distantes [en fondos y formas] como Manuela Carmena, Carlos Jiménez Villarejo, Ada Colau o Mònica Oltra ?por citar nombres conocidos? y Rafael Mayoral, Juan Carlos Monedero, Teresa Rodríguez o Irene Montero.

¿Cómo trabajar políticamente para un electorado tan amplio y tan diverso, cómo hacerlo sin perder apoyos sustantivos en la travesía?

Hay un sector amplio del electorado que, sin haber perdido ni un gramo de irritación contra al bipartidismo, se siente más próximo a reformar que a revolucionar el panorama existente. Sufre con desagrado las malas formas de Iglesias, la arrogancia que sus múltiples asesores no logran que abandone, su permanente posesión de la verdad y su indiscutible percepción de cuál es la línea correcta. Algo parecido se puede decir de esa tendencia de la dirección de Podemos a exigir a todos, a escuchar poco o nada, y a descalificar a los que no se avienen a sus directrices. Nota al margen: seguramente la remontada demoscópica de Izquierda Unida está bastante ligada al contrapunto que Alberto Garzón supone frente al líder de Podemos.

En ocasiones, demasiadas, Podemos recuerda a lo que fue en su momento de mayor peso político Izquierda Unida. Una organización tan solvente para la denuncia de lo que iba mal como incapaz de proponer cómo arreglarlo de forma creíble. Una coalición que siempre tuvo dificultades para entender que sus votantes superaban con mucho a sus militantes, y que es necesario no confundir a los unos con los otros.

Podemos tiene ahora un buen número de problemas internos y, además, afronta una crisis de identidad en tanto que ha de decidir cómo gestiona el enorme caudal de apoyos [directos y compartidos] que recibió en diciembre pasado. De ninguna manera le conviene ir a nuevas elecciones. Algunas de las coaliciones que lo auparon al lugar que ocupa en el Congreso serían difíciles [sino imposibles] de reeditar. Además, las encuestas, como hemos dicho al principio, son claramente desfavorables, lo que augura que la posición de fuerza actual podría ser redimensionada a la baja.

Quizá la mejor opción para el partido de Iglesias sería aceptar dos cosas: que el horizonte político está [y estará siempre] definido por la correlación de fuerzas existente y que la suya no es ?hoy por hoy? determinante; en segundo lugar, que es un partido muy joven que no va alcanzar el gobierno cuando todavía está en el parvulario. Tiene futuro y mucho, si saben jugar sus cartas. Podría ser el primer partido realmente federal de España [no sólo de boquilla], algo que resultaría histórico; y muchos de sus líderes tienen una larga carrera por delante. Sería bueno, en consecuencia, que aplicaran aquella máxima que se le atribuye a Suetonio: “Caminad lentamente si queréis llegar más pronto a un trabajo bien hecho”.