Mi espalda no es buzón de voz o algo huele más hediondo de lo que creía en el barrio Yungay  

Mi espalda no es buzón de voz o algo huele más hediondo de lo que creía en el barrio Yungay  

Por: Mauricio Redolés | 21.12.2015
La nueva hediondez tiene que ver con una fetidez que viene más bien de la práctica social y política de personas que se creen los únicos voceros o voceras válidos o válidas del Barrio Yungay.

La nueva hediondez

Como una revelación de una nueva hediondez del Barrio Yungay, surgen una serie de inéditas situaciones a propósito de mi denuncia, junto a un grupo de vecinos, de la fetidez de ciertos sectores del barrio, como resultado del indiscriminado uso de esquinas, casas de vecinos, contenedores de basura, árboles y un largo etcétera, como baños públicos.

La nueva hediondez tiene que ver con una fetidez que viene más bien de la práctica social y política de personas que se creen los únicos voceros o voceras válidos o válidas del Barrio Yungay, en desprecio de los vecinos que con valentía y a rostro descubierto hemos denunciado el abandono de éste.

Así, parece ser que los únicos llamados a hablar sobre el barrio  sin pedirle permiso a nadie, son el Presidente de la Junta de Vecinos Barrio Yungay, José Osorio Cubillos, y la Presidenta de la  Asociación Chilena de Barrios y Zonas Patrimoniales, Rosario Carvajal Araya,  y los voceros que ellos, por pura gracia divina eventualmente determinen como válidos, como Eddie Arias, autor del artículo “La Autonomía de Yungay”,  publicado en el Desconcierto. El artículo de Arias además de agredirme, solo se dedica a repetir  gastadas consignas mal aprendidas en la universidad, y con eso pretenden hacer  política barrial. El artículo de Arias cuenta a través de Rosario Carvajal Araya con todo el apoyo de los auto nominados validadores o invalidadores oficiales de lo que opinen los vecinos del barrio.

El pelotudo incorregible 

Pero resulta que yo, el vecino ingenuo, el pelotudo incorregible, va al barrio Matta-Sur a contar del desamparo del barrio, y soy llamado de inmediato a Control de Cuadros, primero con una amonestación pública, la de  M.M.A.  quien en Facebook  me dice “…en vez de hablar directamente con tus vecinos, te vas a barrio Matta ( sábado 21 de noviembre) a hablar mal y en contra de nuestra fiesta, inexplicable actitud”.

Pienso en todo caso que yo no sabía que ser vecino del barrio Yungay suponía que antes de entregar una opinión sobre este barrio en otro lugar de Santiago había, primero, que contar con la anuencia de la Junta de Vecinos Barrio Yungay. Pero, ¿quién decide si puedo hablar o no en otro barrio?; ¿la directiva de la Junta?; ¿por votación de su directorio?; ¿de su Comisión Política?, ¿de su qué?. ¿Y si se aplica el Centralismo Democrático y yo no obtengo el permiso para hablar, ¿sueno no más?. El riesgo de que si desobedezco nuevamente podría ser expulsado… sí, pero ¿expulsado de qué?. De seguro que M.M.A. está en sintonía perfecta con el aire de otras décadas. Además en su nota debiera haber una fe de erratas de este porte que diga, >>donde dice<<: “en contra de nuestra fiesta”, debiera decir: “en contra del pichí y la caca”, y ahí sí, a lo mejor, mi actitud sería explicable.

Luego, me invitan a una reunión de la Junta de Vecinos Barrio Yungay, en donde de nuevo, majaderamente, se me llama la atención por ir a hablar de Yungay al barrio Matta-Sur sin haber consultado primero con ellos, (¿amonestación privada?).  Además en esa reunión se me acusa de “criminalizar las fiestas” y “parecer ser un nostálgico de Pinochet, cuando la gente no podía juntarse en las calles”. Preferí dejar pasar este último exabrupto de una vecina, para dar testimonio vivo de lo grande que tiene que ser la paciencia latinoamericana. Debe ser inagotable. Podría haberme levantado de mi asiento he ido. Pero no, incluso me tomé una foto con ellos gracias a la insistencia de algunos compañeros. Y yo pensaba: “Eso de nostálgico de Pinochet ¿me lo decía a mí?, y volvía a preguntarme ¿me lo decía a mí?, a quien la dictadura de Pinochet detuvo a los veinte años, que fue torturado, encarcelado por veinte meses y luego expulsado de Chile y sin pasaporte. ¿Yo era nostálgico de ese dolor?, ¿Eso era lo que decía la vecina?”.

El cuento del tío y el cuento del barrio

Y como guinda de la torta a este debate, viene el ya mencionado artículo de Arias en el que sinuosamente sin referirse a mi texto “Algo Huele Mal en el Barrio Yungay”, ni a mi persona, pero con singular presunto sarcasmo, se dirige a: “Los artistas que aman a Pezoa Véliz, un grande anónimo”. Dicho sea de paso, no sé cuáles serán los niveles de lectura de poesía chilena del señor Arias, pero considerar a Pezoa Véliz, “un grande anónimo”, como él dice, resulta algo realmente incomprensible, algo así como chiste venezolano del programa “Bienvenidos”. ¡Éste es incomprensible!

Y la incomprensibilidad es ininterrumpida. Arias me acusa de “calumniar al movimiento social y establecer vinculaciones inexistentes entre fiestas que solo persiguen mantener vivas tradiciones e identidad barrial y un proceso de expulsión que está viviéndose hace mucho”. O sea, sin ni siquiera pedir permiso me cataloga de calumniador del movimiento social. ¡Éste sí que es incomprensible!

Yo no estoy contra las fiestas del barrio, sino contra la imposibilidad del sector Plaza Yungay de recibir unos cuantos miles de personas por más de 12 horas. Y que al no adoptar los resguardos suficientes en cuanto a seguridad y servicios higiénicos, la cuadra de Santo Domingo entre Sotomayor y Cueto, entre muchos otros ejemplos, se transforma en un baño público interminable. Baño público con una permanente agresión de hombres borrachos mostrando el pene, a mujeres y niños.  Y el lenguaje corporal al caminar por esa cuadra, tiene que ser “a lo shoro no máh, ¿y qué páh?”. O sea, una caminá similar a la del “Óvalo” de la Penitenciaría (lugar que yo atravesaba cuatro veces al día cuando trabajaba allí). Un hombro más arriba que otro y a punta de pichí, eructos y escupitajos pasar con cara de “Yo-no-fui”. Confusión de proletariado y lumpen-proletariado a todo chancho. Arias no sabe hacer esa diferencia. Y al no hacer la diferencia Arias se transforma en los hechos un verdadero calumniador del movimiento social. Todo es movimiento social para él.

Esto, obviamente va haciendo desaparecer la vida tranquila del barrio. Por supuesto que todos y todas queremos fiestas, y compartir con vecinos de otros barrios de Santiago. Pero con baños químicos, calles iluminadas, resguardo policial, respeto y cuidado de nuestro entorno. Cuando la vida de un barrio empieza a depreciarse, muchos vecinos piensan en cambiarse y es más fácil que penetren las inmobiliarias matando la vida del frágil entorno de barrio Yungay. Ese es, un innegable vínculo entre fiestas barriales en que queda literalmente “la cagá” y desplazamiento de vecinos del barrio.

Vecinos chatos

Yo podría darle varios ejemplos de vecinos que desean cambiarse de barrio, entre otras cosas, por el malestar que significan, no las fiestas, sino lo que conllevan éstas cuando son convocadas  con total irresponsabilidad ciudadana e insolidaridad con los vecinos y vecinas que viven cerca de la Plaza Yungay. Entonces la fiesta desprovista de respeto a la memoria del barrio, muta a una suerte de “fiesta del melón con vino”, convocada por facebook, donde no hay organizadores responsables. Si no hay respaldo de la Municipalidad y la Intendencia, creo yo, lisa y llanamente, no se puede convocar livianamente a miles de personas sobre la base de mostrarse “legitimados” ante los vecinos, por hacer actividades masivas, y “visibles” frente a los medios de comunicación en pos de sus carreras políticas. A propósito, de todas formas yo voté por Rosario Carvajal Araya en las pasadas elecciones a concejales, no creo que volviera a hacerlo.

Cuando el dirigente de base en el ámbito vecinal hace de su representación una profesión, es cuando la legítima preocupación por el barrio “le trae” además otro componente. Entonces, cuando surge una crítica ante determinados problemas, “se persiguen”, y creen que está en peligro “la pega”. Y desarrollan dos estrategias simultáneas con la disidencia barrial. Se me invita a una reunión para denostarme. O sea la vieja política de la zanahoria y el garrote. Al disidente se le invita a una manifestación frente a la municipalidad y por otro lado se aplaude al articulista, director de la Junta, que califica al disidente como “calumniador del movimiento social”. Te dejan chato.

¡Andá fanfarrón!

Finalmente, y sin decir esto, esta opinión no podría estar completa, (y  sin deseos de “dorar píldora” alguna tampoco), todos y todas debemos reconocer los logros en muchos aspectos que han logrado organizaciones vecinales del barrio Yungay, así como otros barrios, en que el aporte de José Osorio Cubillos y Rosario Carvajal Araya ha sido fundamental. Siempre he estado al lado de ellos, porque lo he considerado un deber. Ya sea en un punto de prensa a las siete de la mañana para que no demuelan un viejo edificio, o manifestándose en la madrugada repartiendo panfletos en la plaza Yungay para impedir que corten sus árboles. Permanentemente mi deseo de escribir y conversar sobre estas cosas corresponde a un sueño que todos compartimos, y que es un buen deambular del barrio Yungay en este siglo. Son muchas las voces interesadas en opinar sobre los temas del barrio. No las usemos para enrarecer el aire de Yungay. El barrio Yungay y su devenir no es patrimonio de unos pocos. Yo doy mi cara y firmo con mi nombre lo que sostengo. No ando con “recados” a los artistas que aman a tal o cual poeta. Arias dice: “Los vecinos están hoy día experimentando nuevas prácticas sociales para construir una nueva política” y unas líneas más abajo le dice a los artistas donde deben estar, donde deben trabajar, qué deben articular, etc. O sea estalinismo del viejo cuño. Ese es su cuento del barrio, que a veces parece ser el cuento del tío.  En su relato, los “vecinos”, (que son los que se agrupan en La Junta de Vecinos, no los otros vecinos que han chocado mil veces con ellos) son la vanguardia del proletariado. Los demás huevones solo debemos ir atrás aplaudiendo.

“¡Andá fanfarrón!", como diría Julio Cortázar.