Douglas Tompkins y su particular sentido de la responsabilidad intergeneracional
De tantas crónicas sobre medioambiente y Aysén, no fueron muchas en las que abordé el trabajo de Douglas Tompkins y Kris McDivitt en pro de la conservación de amplios espacios de la Patagonia. Y las veces en que lo hice, más que relatar su labor fue para aludir a la mitología que le rodeó.
La primera fue en 2004, en El Divisadero. En pleno proceso por el cual Kris pretendía adquirir la ex estancia Valle Chacabuco, en las cercanías de Cochrane. En esa época no existía Patagonia sin Represas, HidroAysén ni Endesa anunciaba aún públicamente sus intenciones de construir centrales hidroeléctricas en los ríos Baker y Pascua.
Cuando escribí ese artículo, no les conocía personalmente. Solo sabía que una extranjera con mucho dinero quería adquirir 70 mil hectáreas en el sur de Aysén para convertirlas en un área de conservación. En un futuro parque nacional. Se sumaba así a lo que su marido, otro millonario, estaba haciendo con Pumalín.
En aquella ocasión el tema era que su pretensión había generado tal nivel de rechazo en un sector de la población local y nacional, que se inició una campaña para evitar dicha ocurrencia. Cortar de raíz tamaña locura. Ya en esa época expresaba mi coincidencia con sus objetivos ambientales finales y divergencia con los absurdos rumores sobre la instalación de un segundo Israel, el bunker bajo tierra como refugio de millonarios para la futura guerra nuclear o la apropiación del agua por un potentado ambicioso. “Ideologizando el discurso” se llamó la columna, cuando aún trabajaba como periodista en una repartición de gobierno.
No sirvió de mucho. En la década transcurrida más que amainar la sospecha, esta se fue profundizando entre cierta comunidad. Una desconfianza muy bien fogoneada por actores políticos y empresariales por disímiles e interesados motivos: algunos por ver peligrar sus negocios, otros porque para ellos ecosistemas protegidos, acorde con el paradigma de la artificialización, es sinónimo de “territorios desaprovechados”. El sentido de recurso natural y su lógica productivista.
“100 años en la Patagonia de los Menéndez”, publicado en 2010 en El Patagón Domingo, me dio la oportunidad de volver al tema de la venta de la estancia Valle Chacabuco. Al relatar desde sus orígenes una versión de la trayectoria patagónica de los Menéndez Behety, esa que no se cuenta con demasiada frecuencia en los panegíricos historiográficos. En un párrafo, aludí a “los patriotas”, ese grupo empresarial ligado a la dictadura que se había dado la misión de impedir la enajenación de las 70 mil hectáreas. Entre ellos, Diego y Vicente Izquierdo Menéndez.
La última vez, en 2013 bajo la pregunta “¿Odia el aysenino al afuerino?”. En esta entré de lleno en la campaña “Patagonia sin Tompkins”, que con stickers estaba concentrando en su persona la ira que a muchos producía la oposición a HidroAysén.
En esto de la animosidad, no soy un simple testigo. Desde hace un tiempo en redes sociales se difunde una fotografía donde junto a Miriam, mi mujer y patagona de tercera generación, aparecemos junto a Douglas. Ha servido principalmente para que muchos descarguen su odio y nos traten, por lo bajo, de vendepatria por creer que también una buena forma de honrar al país es protegiendo sus ecosistemas, que son el sustento de los chilenos y chilenas de hoy y del futuro. Que son, en el fondo, la partitura donde se compone la hermosa sinfonía de la vida.
Tompkins no era fácil. Su visión sobre el futuro de la humanidad le hacía querer avanzar a todo evento, muchas veces utilizando los medios del modelo (el capital) para lograr los objetivos que creía superiores. Así lo supimos en la campaña Patagonia sin Represas con su mirada sobre el uso del marketing mediático para transmitir las líneas argumentales de la causa.
Alguna vez le dije que pensaba que cualquier proyecto de conservación de gran escala debía, necesariamente, incorporar estudios de impacto ambiental y social. Social, particularmente. Tal ha sido el principal cuestionamiento que ha generado el futuro Parque Nacional Patagonia donde antes se emplazó la estancia Valle Chacabuco. Eso, sumado a los cuentos paranoides que lo ligan a Rockefeller, los iluminati y el Plan Andinia.
También me relató sobre un par de vueltas que dio alguna vez con Janis Joplin y una fotografía de gran formato que de joven le quiso comprar el mítico poeta beat Allen Ginsberg, allá por los 60, si mal no recuerdo. Cuando aconsejé difundir tales historias, que le humanizarían ante un sector de la población que lo veía como un multimillonario excéntrico preocupado solo de animales y árboles, me miró con cara de censura. Entendí que sus batallas presentes no estaban para desvirtuarse con tales trivialidades de su pasado.
Por cierto que no era fácil. Era directo y no se arredraba ante el rechazo. Lo entendía como la lógica resistencia al cambio. Como cuando en la boca del lobo expuso su crítica visión sobre la forma en que se construyó el Camino Longitudinal Austral: el salón Augusto Grosse (pionero en delinear tal obra) del ministerio de Obras Públicas de Coyhaique. Con un auditorio mayoritariamente adverso. Aún así, quiso decir que como seres humanos podemos hacer las cosas de otra forma.
Ese es uno más de los legados de Douglas y Kris, quien ya ha confirmado que todo seguirá según lo trazado. A los dos parques nacionales ya constituidos y entregados al Estado (Corcovado y Yendegaia) y los dos que lo harán en el futuro (Pumalín y Patagonia), una de sus herencias es profundizar en Chile la importancia de la preservación de la naturaleza. Y de luchar por ello como activistas. Así como el científico lo es de la racionalidad, el ser humano debe serlo de la protección de la biodiversidad, pensando en los cientos, miles de años que nos restan por recorrer como especie. En el fondo, de la responsabilidad intergeneracional a través del cuidado de lo natural. Aquella filantropía que demuestra su amor por los hombres y mujeres de hoy y mañana cuidando el único planeta que hasta ahora tenemos.
Estés donde estés, hagas lo que hagas, cueste lo que cueste y aunque muchos no lo entiendan aún. Y en un mundo de convicciones transables en el mercado de la individualidad y la inmediatez, eso siempre se agradecerá.