La crisis de la ciencia en Chile, o cómo el conocimiento no tiene cabida en un modelo extractivista
En el último tiempo la discusión en torno al desarrollo científico en Chile ha sido muy intensa. Si bien es cierto que gran parte de la polémica ha girado en torno a intereses corporativos y demandas gremiales, subyace la discusión acerca de la posibilidad de que el conocimiento pueda ser efectivamente la clave para el desarrollo en un modelo económico como el nuestro. Como Conocimiento Colectivo creemos que los diagnósticos que vinculan la crisis del sistema de producción de conocimiento con el modelo económico en el que este está inmerso nos permitirán entender cuales son las posibilidades reales de participación de la ciencia y la investigación en el proyecto de desarrollo social de nuestro país.
Bastantes opiniones asocian los problemas de nuestro sistema científico con las características de la clase empresarial chilena. Mientras algunos sugieren que la raíz del problema sería su visión cortoplacista , nuestro diagnóstico apunta a su vocación extractivista y rentista como el aspecto clave en su incapacidad para incorporar la innovación científica y tecnológica en su estructura productiva. Es decir, no estamos frente a un problema de falta de voluntad del empresariado, sino frente a un atributo central en la constitución histórica de esta clase social en nuestro país . Nos gustaría, en este texto, intentar materializar este diagnóstico.
Gran parte de las relaciones que conforman la sociedad chilena están profundamente moldeadas por la dependencia y marginalidad de nuestra economía con respecto a los centros de producción económica y científica. Este es un problema arraigado en nuestra historia colonial y en la resistencia victoriosa que han tenido las fuerzas conservadoras en nuestro país. Nuestro sistema científico es un claro ejemplo de estructuración social e institucional basada en la dependencia. Sin ir más lejos, la centralidad del concepto de “capital humano” y la canalización de los esfuerzos en investigación y desarrollo hacia el mercado no tienen un origen interno y racional, sino que han sido iniciativas copiadas desde los centros mundiales de producción científica y tecnológica sin discusión previa, y que han permanecido en el tiempo sin evaluación alguna. Llamamos a esto “implementación tecnocrática” del neoliberalismo, y sostenemos que ha avanzado en nuestro sistema de producción de conocimiento sin resistencia desde la última gran reforma a Conicyt en 1974.
Además de la raíz antidemocrática de la implementación del neoliberalismo en el sistema de producción y transmisión de conocimiento en Chile, el principal problema es que se ha tratado de un proceso ciego, que ha ignorado las condiciones materiales de nuestra sociedad. No parece posible implementar con éxito los mismos principios que rigen la producción de conocimiento en sociedades industrializadas y con una infraestructura altamente desarrollada —como Estados Unidos y Europa— en sociedades con economías basadas en el extractivismo y con escasa infraestructura, como la nuestra. Debemos construir un sistema científico coherente con el momento histórico de nuestra sociedad. Esto no significa suspender la curiosidad científica para someterla a misiones definidas por poderes externos. Por el contrario, implica que la propia comunidad científica tiene el desafío central de pensar y diseñar un sistema de producción de conocimiento basado en principios coherentes con nuestra realidad. Para nosotros, esta realidad está determinada por la urgencia de romper con la dependencia económica y cultural.
Uno de los elementos más llamativos de la implementación de la Teoría del Capital Humano en nuestro sistema científico en el último tiempo ha sido el incremento en la inversión en formación especializada —o, en jerga liberal, en “capital humano avanzado”— sin planificación previa ni desarrollo coherente de la infraestructura pública. En teoría, el sector privado, siguiendo las leyes de oferta y demanda, debiese ser capaz de absorber y darle sentido a estas nuevas capacidades de trabajo formadas con fondos públicos; la Estrategia Nacional de Innovación y varios programas de Conicyt y Corfo han sido diseñados fundamentalmente para apoyar este proceso. Sin embargo, estas iniciativas no han mostrado resultados positivos. Por ejemplo, en la primera convocatoria del año 2015, el programa Inserción de Capital Humano Avanzado en el Sector Productivo de Conicyt incorporó apenas tres doctores al sector privado: dos de ellos a actividades de modernización agrícola y ganadera, y uno en biotecnología clínica . Además, las experiencias anteriores indican que sólo una parte de las empresas mantiene a sus doctores al finalizar la subvención entregada por Conicyt . Resulta evidente que las principales actividades económicas de nuestro país no representan una demanda significativa para la gran oferta de investigadores que está financiando actualmente el Estado.
Evidentemente, y creemos que esto es parte de un diagnóstico ampliamente compartido, el fracaso de esta estrategia está asociado a las condiciones productivas de Chile, que se manifiestan, por ejemplo, en tratados de libre comercio poco convenientes para el desarrollo científico y tecnológico del país, y en beneficios tributarios exagerados para los grandes capitales. La actual estructura tributaria favorece un capitalismo rentista por sobre uno industrializador, capaz de invertir en soluciones innovadoras en torno a sus actividades productivas. Este escenario social y productivo representa una crisis estructural que mantiene nuestras posibilidades de desarrollo científico estancadas. El empresariado que ha colonizado la política y modelado el Estado de acuerdo a sus intereses durante los últimos 40 años es el responsable de nuestro escaso desarrollo industrial y, por lo mismo, de su propia incapacidad de demandar investigación avanzada.
Un ejemplo claro es el de la industria forestal. Los subsidios estatales a la empresa privada han conducido a la formación de un oligopolio, cuyas actividades apenas superan la exportación de celulosa. La producción en torno a los derivados forestales en Chile (como el tristemente célebre papel tissue y la madera) tiene escaso valor agregado. Son otros los centros industriales que compran celulosa y le agregan valor en una amplia gama de posibilidades, que van desde el diseño en papelería y empaquetado hasta la manufactura de materiales para la biotecnología médica y la industria aeroespacial. Por supuesto, son también otros los centros de producción de conocimiento científico y tecnológico que exploran nuevas posibilidades para el uso de la celulosa .
Por su parte, las condiciones de establecimiento del capital transnacional tampoco presentan posibilidades de articulación para el desarrollo científico local. Las grandes empresas extranjeras que, por ejemplo, en el caso de la gran minería representan más del 70% del volumen de exportación (frente a menos del 20% de Codelco y menos del 10% de Amsa, liderada por el grupo Luksic), recurren a centros tecnológicos en sus países de origen para resolver sus necesidades de innovación. Para estas empresas, Chile representa apenas una pequeña fracción de sus operaciones globales, por lo que no se justifica una inversión en innovación productiva a escala local.
El establecimiento de este tipo de relaciones desfavorables que profundizan nuestra dependencia sigue siendo el modelo perseguido por los intereses empresariales que se imponen en la actualidad. Sin ir más lejos, en la actualidad tenemos la amenaza del Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP), que fue discutido en secreto y que tiene por objetivo regular las relaciones comerciales en torno a Estados Unidos, en la misma dirección que lo han hecho hasta ahora los Tratados de Libre Comercio. En otras palabras, es un pacto que viene a formalizar nuestra posición en las relaciones de dependencia económica.
La desconexión entre la investigación y las actividades productivas es una consecuencia irremediable de la lógica que ha gobernado la implementación del modelo neoliberal en Chile. El problema no es ni el cortoplacismo empresarial ni nuestra incapacidad de gestionar su motivación para contratar personas con alta formación, ni mucho menos la incapacidad de nuestra sociedad para entender las virtudes de la ciencia como herramienta para alcanzar el bienestar. La raíz de la crisis de la ciencia chilena es estructural, y surge del modelo económico bajo el cual vivimos.
Sostenemos que la solución a esta crisis está asociada a un proyecto social de recuperación del sentido público y modernizador de nuestras actividades productivas. La comunidad científica debe asumir la tarea de construir una posición mayoritaria a favor de un sistema de producción de conocimiento arraigado en el interés público y articulado estratégicamente con el proyecto de complejización de nuestra matriz productiva y con nuestro desarrollo social. Esa es su tarea política de cara al futuro.