Reconstrucción social del patrimonio: El caso del Barrio Yungay
El concepto de patrimonio ha tenido una interpretación y lectura diversa, si bien hay uno monumentalista, un patrimonio museológico, del símbolo patrio que representa al Estado Nación. Es una figura hermética, de una hermenéutica representacional, que convive como parte de un discurso patrimonial muy conservador. Es la fundación arquitectónica de Chile.
Cuando los conceptos de estado-nación entran en una crisis para definir su geografía cultural y política el discurso del patrimonio tradicional entra en una crisis de representaciones, se vuelve mucho más objetual y su relato acorta sus dimensiones significativas, de tal manera que el patrimonio queda como un despojo subutilizado, se hace parte de una historia lejana.
Los vecinos de Yungay, coexisten en un espacio local determinado, amenazado por un capital voraz, que a través de la articulación de un sentido de comunidad han logrado poner en valor su espacio vital, su barrio; los vecinos han comprendido que juntos concurren con una fuerza e influencia distinta. En plenos tiempos de un neoliberalismo totalizante hegemónico, en un microespacio local, emergen las posibilidades de un discurso distinto que habla de una “nueva hegemonía de lo civil”, un espacio sociopolítico que intuye Gramsci se situará como preponderante. En este pequeño espacio de la capital se libra una batalla importante, es la sociedad civil o la policía del municipio, o los actores fuertes que imponen el peso de su capital, de su acción de “destrucción creativa”, un capital inmobiliario voraz que se expresa con ribetes fuera de la ley. Otros intereses como el turismo comienzan a emerger con inquietudes de inversión y marketing.
La micro espacialidad del fenómeno no hace que no se discutan cuestiones de relevancia, y estas cuestiones tienen que ver con cómo la sociedad civil ha revalidado la concepción del patrimonio en un ideario autónomo y comunitario, es decir, se ha situado en una praxis de contrapoder. Son espacios de contrahegemonia como será leído por Barbero, espacios de articulación que son distintos a las dinámicas del poder, y donde se reproducen significaciones contrarias al establishment o al consenso establecido por los actores predominantes.
La relación con el territorio plantea una forma de ser y recorrer el barrio, una relación natural con el entorno, por sobre todo con el entorno humano, ese entorno humano que genera una red social, cultural, artística, y política que da cuerpo a “Vecinos por la Defensa del Barrio Yungay”. Los mismos vecinos que habitan, en su espacio natural se organizan, ocupan los espacios públicos del barrio en una dimensión política, es el actor un sujeto colectivo, un sujeto que se transforma en actor a través de la acción colectiva, no sólo de una organización, sino desde una identidad que está conformada por vecinos transformados en ciudadanos.
Es un sujeto posicionado como consumidor, que vinculado a otra sensibilidad, de ese otro sensible de Ranciere, emerge para recomponer una ordenación de las significaciones de lo público a escala local. Se trata de una resignificación de la polis, no sólo como espacio sociopolítico sino también como ethos, porque es la praxis y el espacio de una comunidad. Esto define un doble rendimiento por un lado sociocultural y por otro sociopolítico, esa es la potencialidad de una identidad, por tanto, trabaja desde resignificaciones muy transversales, que en definitiva son el reconocimiento de una raigambre.
Se trata de una imbricación potente en cuanto al grado de dimensiones sociales que abarca, esta conexión entre cultura y política en el tejido social, es una relación que genera un predominio identitario. Un actor que no existía se configura, aparece en el escenario para reclamar su derecho a ser y a decir.
Justamente la discusión sobre un “ethos” como centro de lo político es una cuestión que puede tener alcances muy propositivos, por sobre todo, hacia el plano de las identidades locales. Los aportes de Raymond Willliams hablan de una cultura ligada a un proceso social, y material que se construye en las relaciones sociales. Desde esas significaciones los grupos humanos, las comunidades, recrean espacios de autonomía, reescriben los signos hacia posibilidades de replantear significados.
La integración del patrimonio y la ciudadanía a una praxis política y cultural vinculada a un entorno con identidad. Barrio pluriclasista y multicultural, en tanto hay un encuentro de vecinos y un encuentro de culturas y esto tiene todo un sentido con el creciente componente inmigrante que caracteriza al barrio. El patrimonio se instala como una posibilidad, como un espacio con rendimientos fructíferos en distintos espacios de lo social.
Hay un barrio pensado, hay un barrio vivido, hay un barrio habitado que es una construcción ideal, un “tipo ideal” de quienes lo habitan, los que lo habitan lo piensan acerca de cómo lo quieren vivir, con qué valoraciones. Y esas valoraciones que protegen el sentido de apropiación de una memoria leída en la historia del barrio, esa historia que tiene una posibilidad material en lo que construyen los ciudadanos del barrio. Se instala un pequeña polis en medio de la metrópolis urbana de Santiago, la ciudadanía se abre paso.
La ciudadanía organiza una praxis diversa que abarca distintas expresiones, es un sujeto social que se transforma en sujeto político bajo el contexto particular del patrimonio. Su espacio cultural es ensanchado hasta encontrar una posibilidad política.
Desde el valor emocional individual, a la noción de valorizar como colectivo, y de relacionar esa valorización con una identidad barrial multifacética, es un recorrido ciudadano de ocho años de maduración. Está dimensión de entrelazar en la praxis, el patrimonio de un barrio con la ciudadanía que lo habita, determino una dimensión de ciudadanía activa y propositiva.
Puede ser también una revalorización de lo político como construcción de memoria, pero también como una revalorización en el aquí y ahora de una identidad en movimiento, en defensa del cómo se vive hoy, la “vida de barrio”, la protección de un intangible, de una valorización cultural donde se puede contener la profundidad de este alcance.
Este sujeto político puede ser capaz de reinventar sus espacios públicos, y de fundir conceptos sociales en una relectura que pone en valor la soberanía de lo popular, sus reivindicaciones, sus sueños, y sus proyectos. Hay un proyecto que se sustenta en nuevos actores a escala local, que incuba un aporte para redefinir la política, es una cuestión subjetiva que se va asomando en la escena nacional y que se confirma a través de estos movimientos emergentes.
El sujeto político se configura como la comunidad de Yungay, su patrimonio vivo, son los gestores de estas fusiones, de estos entrelazamientos que vienen a reacomodar escenarios, y a revalorar posiciones frente a dichos escenarios, si antes en Yungay se podía calificar la conservación del patrimonio como una identidad ajena, hoy después de la aparición de “Vecinos por la Defensa del Barrio Yungay”, se puede establecer que el patrimonio ha salido de los museos y de la pura arquitectura para instalarse en la discusión ciudadana, este es un importante logro, cuyas dimensiones creo aún no las podemos dimensionar en su totalidad.