Las performances del Pastor Soto
Hay que tener personalidad. Lo digo en serio, sin ánimo de burlas. Digo… hay que ser poseedor de una tremenda y poderosa personalidad para montar un espectáculo como el que protagonizó el autodenominado Misionero Evangelista, pastor Javier Soto Chacón, tras irrumpir en una sala del Congreso, mientras sesionaba la Comisión de Constitución de la Cámara Baja, que discutía el proyecto de ley que crea el Acuerdo de Vida en Pareja (AVP).
En realidad la noticia es otra, la cual, sin duda, es muy positiva para el país, y es que el proyecto se aprobó con 11 votos a favor y uno en contra. La iniciativa gubernamental avanzó en su segundo trámite y con esto –además de la suma urgencia que le otorgó el Gobierno– se aprobó la idea de legislar sobre el AVP. Lamentablemente la actitud de Soto arrastró a un segundo plano la idea legislativa, pero nos abre la página para un debate que no puede ni debe dejarnos indiferentes.
Es que el pastor Soto hace rato viene haciendo méritos buscando algún grado de protagonismo en los medios nacionales. Y en realidad lo ha hecho bien, porque ha conseguido su objetivo a costa de esquizofrénicas y desquiciantes performances, cuyo objetivo ha sido la de instaurar un Estado evangélico, conservador, retrógrado e intolerante. Acá, una pausa. Porque nos tildarán de intolerantes por escribir y publicar columnas contra Soto y, a usted, por leer columnas intolerantes, anti-moralistas y ateas, dirigidas contra Soto. En realidad, no se trata sobre intolerancia, sino que acerca de convivencia, en una sociedad en la que se supone debe existir y primar cuatro factores –a mi juicio– claves para que exista democracia: pluralidad, diversidad, libertad y, ante todo, respeto.
Lo que el pastor Soto “acusa” y “expone” no son puntos de vista que aporten al debate. Es más, ni siquiera hay ánimo de debatir, en comparación a como lo hacen otros políticos conservadores de derecha (aquí doy crédito a personajes que hemos aludido en otras columnas), sino que, por el contrario, impone su visión sobre cómo debería ser la sociedad, amparándose en la “palabra de Dios”, en lo que manifiesta el evangelio y citando recurrentemente artículos y capítulos con los que interpreta nuestra “calamitosa” y “decadente” actualidad. Esta recurrente imposición de “conciencia”, “valores” y “religión”, vienen acompañadas con amenazas del infierno que, por cierto, nos hacen recordar las acciones de la Edad Media, en el que los fanatismos religiosos sólo terminaban con sus herejes protagonistas quemados en la hoguera, como lo fue la Santa Inquisición. Nosotros, “los intolerantes”, observamos como espectadores jocosos desde las butacas laicas las numerosas performances, que de vez en cuando protagoniza Soto.
Desafortunadamente personajes como él y otros pastores evangélicos dedican su tiempo a congregar a un séquito vulnerable, cuyo denominador común es que sean poseedores de pensamientos fáciles de moldear y una fragilidad vehemente para aceptar las ofertas de expandir “el mensaje de Dios” entre “todos los pecadores” del país. Eso es lo que preocupa. Porque las iglesias evangélicas congregan fácilmente a sus fieles en los sectores más humildes, ahí donde la educación no es un derecho, sino que un privilegio; ahí donde estas iglesias repentinas y fortuitas logran aprovecharse de los momentos de flaqueza de las personas, prometiéndoles un cupo asegurado en el “paraíso” y que ante la venida del señor, la vida cambiará para siempre. Suena como un buen cuento fantástico, pero es la realidad… nuestra realidad.
El pastor Soto no evangeliza ni transmite la palabra de Dios. Personajes como éste, actúan bajo los efectos de una especie de “posesión” manifestándose con una violencia verbal y física inusitada contra quienes no piensan como él (que vendría a ser la gran mayoría del país) y denotando un claro atentado contra la libertad de opinión y de conciencia en un Estado, que se supone, separado de cualquier tipo de religión.
Este efecto alucinatorio que ha ejercido su visión ultraconservadora sobre él, lo ha llevado incluso a protagonizar ataques en contra de dirigentes homosexuales de los distintos movimientos, a quienes no ha dudado en calificar de “pedófilos” e “inmundos”.
Estamos frente a un siervo de Dios que ha sido poseído por su propio personaje, que no descansará hasta vernos a todos en el Imperio Ortodoxo por el que lucha, que actúa trogloditamente amparado por la palabra sagrada, que con sus acciones lo único que hace es discriminar, acosar y demostrarnos la peor cara de los fanatismos religiosos, semillero de odio y más odio entre las sociedades.
Mientras tanto, tendremos que acostumbrarnos a ser espectadores de estas performances del pastor Soto… quizás hasta cuánto tiempo más.