Chillán: otro ejemplo del escandaloso trato a los hinchas
Este fin de semana jugó nuestra querida “U” en Chillán, en un partido de vital importancia deportiva. Todo aquél que siguiera mínimamente el quehacer del fútbol chileno sabía que una multitud se agolparía al Nelson Oyarzún Hermosilla. Entre los asistentes se contó con la presencia de José Roa, jefe del Plan Estadio Seguro, así como de otras autoridades correspondientes.
Para comenzar, la venta de entradas fue una burla a los hinchas. Ñublense publicó que éstas se pondrían a la venta los días viernes y sábado previos al encuentro en las boleterías del estadio, y el domingo en la tenencia Ñuble de Carabineros. Nada de eso ocurrió. Quienes acudieron el viernes al estadio se encontraron con que la venta fue escuálida, muy pocos tickets, y es más, se ofrecían galerías sur no a $8.000 como se había anunciado, sino que a $11.000. La escasa venta, fue en realidad una reventa. Además, carabineros informaba que las entradas se habían ido de a talonarios, y no de a tres entradas por persona como habían prometido. Así, ni el día sábado ni el domingo hubo localidades disponibles para dar abastos a los miles de hinchas que contaban con obtenerlas. Un carabinero contó que desde un principio tenían la orden de vender mil boletos en la tenencia, sin embargo, en la misma mañana del partido se cambiaría la orden y solo se venderían doscientos.
No fue extraño ver una gran masa azul en Chillán, la avenida Collín llena de hinchas. Para acceder a las inmediaciones del estadio, la administración del evento, aprobada por la Intendencia del Bío Bío y la Gobernación del Ñuble, dispuso un acceso, sí, un solo acceso, al que muy temprano, horas antes del partido, se agolparon los hinchas buscando entrar. Ahí, mientras subía la tensión, Carabineros lanzaba caballazos y mandaba a callar a los hinchas. Algunos, discriminados positivamente, podían pasar por el costado: menores, adultos mayores, mujeres. Los hombres: a la guerra. El segundo control, el de ingreso al estadio, se aglomeraba aún mucho más, un mar de gente soportaba difícilmente el lento acceso. No hubo torniquetes, no hubo revisión de carné de identidad, no hubo revisión de las personas, sino apretones, insultos, lumazos y caballazos de Carabineros. No solo eso, un carabinero azuzaba a su caballo a arrear a la gente como quién arrea ganado, y mientras otro de sus colegas remataba afirmando “¡a esta hueá vienen al estadio!”. Por momentos se descomprimía la presión a la fuerza con vallas que cedían, personas que entraban y eran recibidas con palos, para luego ser devueltas a la masa. Y hasta que la masa cayó sobre una cortina de efectivos de FFEE, en un colapso que bien pudo tener costos en vidas humanas. Mientras tanto a un grupo de gente lo hicieron ingresar por el sector norte, donde se ubica la barra local, poniendo abiertamente en riesgo su integridad física y dignidad como hinchas. Con el estadio semivacío, los encargados de las puertas no dejaban entrar a la gente, que con suerte podía pegar un respiro cada 10 ó 15 segundos. Y ya sabemos cuál es la solución a todo problema para Carabineros: para salvar la situación rociaron con el carro lanza-agua, directamente a la cara, a la multitud atrapada. Muchos no pudieron entrar, muchos lo hicieron heridos, aturdidos, golpeados.
En el estadio, mientras las autoridades se preocupaban de recordar por altoparlantes que no se puede estar de pie durante el partido, como si ese fuera el único problema qué atender, un piquete de FFEE fue a buscar un lienzo, uno solo, entre las decenas que se observaron. Historia conocida, el lienzo que denuncia que “en Chile nos robaron el fútbol” fue el único en ser borrado del hermoso colorido que dio nuestra gente.
Y ese paréntesis, que fue el triunfo de la “U”, terminó de la peor forma. Afuera del recinto, a quienes se les ocurrió la idea de “volver al estadio en familia”, los esperaba una feroz golpiza de Carabineros. Así es, tal cual, por el hecho de estar saliendo del estadio, cada uno tenía derecho a su golpe de luma en la nuca. Y no solo lumas, Carabineros persiguió a la gente que corría indefensa, a punta de piedrazos por la calle Huambalí. Sí, usted está leyendo bien, Carabineros apedreó a los asistentes al estadio, invitando a que “vuelva la familia”. Una niña de solo 11 años se escondía debajo de un auto para salvar su vida, una mujer embarazada era rescatada por una vecina solidaria que le abrió las puertas de su casa, mientras los demás intentaban esquivar golpes y piedras, lumas y patadas. Bella formación de los funcionarios de Estado, quienes hicieron gala de su alta preparación haciendo el tradicional “te paseo”, revolviendo un brazo alrededor de sus genitales, provocando a la gente, gente que solo quería irse a celebrar un triunfo esencial.
José Roa culpa, el lunes primero de diciembre, a la organización del partido, endosa la responsabilidad a la administración del club Ñublense, y tiene parcialmente razón en ello por lo que vimos anteriormente, pero omite la inadmisible actitud de Carabineros de Chile. La responsabilidad es indesmentible. La provocación directa y el trato inhumano de los funcionarios del Estado fue un tristísimo espectáculo, de los que ninguna sociedad puede estar orgullosa. No se puede escudar las violaciones a los Derechos Humanos detrás de la falacia de la única responsabilidad de las administradoras, no se puede exculpar el abuso abierto, concertado y en extremo violento que cometen efectivos de FFEE, no se puede dejar impune tanto delito cometido por los peones armados del Ministerio del Interior. No se puede erradicar la violencia a palos, porque la violencia genera violencia. No se puede decir por la prensa que quieren espectáculos deportivos con la familia presente y a la vez apedrear mujeres embarazadas y apretar a los niños en aglomeraciones inhumanas. No, señor Roa, el número de detenidos no es un indicador de éxito para el objetivo de la paz, el número de discriminados por el derecho de admisión no es la demostración del avance contra la violencia. La mayor violencia, por lejos, muy, muy lejos, la pone el Estado, y es su deber hacerse cargo de ello.