Se celebra el Día Internacional por la Soberanía Alimentaria
El hambre en el mundo es un hecho. Según las cifras del Programa Mundial de Alimentos de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), 842 millones de personas alrededor del mundo no tienen lo suficiente para comer. El problema actualmente, a pesar de los argumentos que se dan a favor de los transgénicos y la agroindustria para acabar con el hambre mundial, no tiene solución.
A raíz de éste escenario nació el concepto de “soberanía alimentaria”. El término fue introducido originalmente por la organización internacional “La Vía Campesina”, cuando en 1996, en Roma, se celebraba la Cumbre Mundial de la Alimentación organizada por la FAO.
El concepto, que luego fue tratado en diferentes eventos mundiales, finalmente tomo su forma definitiva en febrero de 2007, en el Foro por la Soberanía Alimentaria en Sélingué, Mali.
"La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo. Esto pone a aquellos que producen, distribuyen y consumen alimentos en el corazón de los sistemas y políticas alimentarias, por encima de las exigencias de los mercados y de las empresas”, como se menciona en parte de la denominada “declaración de Nyéleni” de febrero de 2007.
El movimiento, pretende servir no sólo como una reivindicación para comer alimentos más sanos, sino también una herramienta para el diseño de nuevas políticas de Estado, que potencien y conserven la agricultura familiar campesina y los mercados locales. En definitiva, un fomento para para cambiar el modelo agroindustrial actual.
Esta situación es una realidad en nuestro país también, donde existen diversos grupos que abogan por una alimentación sana y que desean cambiar la producción agrícola actual.
“Lo que hace el estado chileno ahora es apoyar la agroindustria, apoyar la agricultura volcada a la exportación y no se preocupa de alimentar a su población interna”, asegura Lucía Sepúlveda, periodista y vocera de la campaña “Yo no Quiero Transgénicos en Chile”.
Precisamente para lograr este cambio, una de las ideas que plantea Sepúlveda es el fomento estatal a la agricultura pequeña y mediana.
“En Chile toda la fruta y verduras de las ferias libres es producida con métodos convencionales, y tendríamos mucho más acceso a estos alimentos si esta producción fuera apoyada. Y parte de esa producción que va a la feria es de la agricultura familiar campesina”, asegura la periodista chilena.
Sin embargo, actualmente el proceso que se vive es distinto, y son pocas empresas las que acaparan el mercado de los alimentos y de las semillas.
“Empresas como Monsanto, Cargill, Bunge, Dupont y AMD, entre otras, monopolizan y acaparan el comercio de granos y semillas, criminalizando esta práctica ancestral de conservar, cuidar e intercambiar semillas. El agronegocio incentiva al uso indiscriminado de agrotóxicos, degradando los suelos, atentando contra la vida de las y los campesinos, y de los consumidores de las ciudades”, señaló públicamente La Vía Campesina a raíz de la celebración del Día Internacional de la Soberanía Alimentaria.
Las semillas y el comercio libre
El tema del comercio y tenencia de semillas ha sido un importante tema de discusión en diferentes partes del mundo y especialmente en Estados Unidos.
Esto luego de que Monsanto, una de las principales empresas de transgénicos en el mundo, demandara en el 2007 a casi 190 agricultores por usar sus semillas sin haberlas comprado anteriormente. La polémica fue debate internacional, y muchos agricultores argumentaron en su defensa que el proceso se debió a una polinización natural.
El caso del país norteamericano se convirtió en un robusto argumento para luchar contra los transgénicos, a pesar de que las empresas productoras y defensores de éste tipo de cultivos han manifestado continuamente que son la principal solución para derrotar el hambre del mundo.
“En realidad los transgénicos se hacen porque las semillas se pueden vender a un precio muchísimo más alto, por todo el trabajo tecnológico que hay involucrado, que la semilla tradicional o la semilla híbrida. Entonces son un excelente negocio. Además, se vende la semilla con el herbicida y con el insecticida que la acompaña. Ese es el negocio de la empresa. Ésta no produce para aliviar el hambre del mundo, produce para lucrar, al igual que todo negocio”, asegura Lucía Sepúlveda.
El caso del país norteamericano se convirtió en un robusto argumento para luchar contra los transgénicos, a pesar de que las empresas productoras y defensores de éste tipo de cultivos han manifestado continuamente que son la principal solución para derrotar el hambre del mundo.
“En realidad los transgénicos se hacen porque las semillas se pueden vender a un precio muchísimo más alto, por todo el trabajo tecnológico que hay involucrado, que la semilla tradicional o la semilla híbrida. Entonces son un excelente negocio. Además, se vende la semilla con el herbicida y con el insecticida que la acompaña. Ese es el negocio de la empresa. Ésta no produce para aliviar el hambre del mundo, produce para lucrar, al igual que todo negocio”, asegura Lucía Sepúlveda.