Dinero + poder = oligarquía
Esa es la política que tenemos ha buen rato: una política oligárquica. Algunos podrán decir, no, una plutocrática. Pero aquí los más ricos y poderosos no siempre ejercen de manera directa las riendas del poder político. No lo necesitan. Tienen “representantes”, portavoces, intelectuales y emisarios. Sin embargo –como muchas otras situaciones poco decorosas por decir lo menos–, ha debido pasar agua bajo el puente –ahora con el caso Cascadas y el del grupo Penta–, para que quede cada vez más claro a los ciudadanos de a pie la dependencia del quehacer político de nuestra elite con los mandamases del poder económico y financiero. Queda más claro que lo que tenemos, desde la época del señor Pinochet, es un remedo burdo y distorsionado de una política democrática. Aunque sea una contradicción en los términos es la llamada “democracia” neoliberal o de mercado. Lo demás que pueda decirse es mera retórica y mala demagogia. Porque democracia y oligarquía no se avienen, no “pegan”, como se diría en términos de la calle. Son términos antitéticos.
Ellos, los miembros de ese poder económico y financiero concentrado se sienten dueños del país. Es que, la verdad, de hecho al parecer lo son. Son los dueños –en alianzas trasnacionales o no–, de los bancos, retail, universidades, farmacias, empresas, AFP, Isapres, clubes de fútbol, televisión, radios, diarios, etc. Revancha y poder que lograron en tiempos de dictadura y que se mantiene hasta el día de hoy, como bien afirma el abogado R. Hormazábal. Pero como no, la elite de poder económico-financiero y político intentan convencernos que no, que aunque sea muy oligarquizada, ¡la política que tenemos es muy democrática pues!
Por supuesto, esta es la “democracia” que les conviene a ellos. Una que les reporta más poder y más ganancias, a costa de todos nosotros , de nuestro trabajo, de nuestra plata, del pueblo mapuche, de nuestro poder y felicidad. ¿O Ud. todavía cree en el cuento de los pollitos bajo la cama del excandidato de “centro-centro”? El totalitarismo de mercado no se detiene ante ninguna puerta, y menos ante la política. Pero, de nuevo, son los pobres y desadaptados (ahora terroristas y anarquistas, antes “marxistas”) los únicos que se coluden, roban y producen violencia por aquí. Cuando lo hacen los miembros de la elite financiera, es otra cosa pues. Se hace con mucha honra y el adecuado apego a la legalidad vigente. El culpable nunca será el señor mercado.
Aportes reservados. Un eufemismo más, de tantos (daños colaterales, muertes por extralimitación indebida, libre competencia, crecimiento para todos). La nuestra es una política limitada y comandada por el poder del dinero. Es la idea que tenía la derecha pinochetista para despolitizar la vida en común. Para que no existan alternativas, sino solo alternancia. Es decir, para que todo sea posible menos cambiar las bases que permiten esa oligarquización y concentración del poder en pocas manos. Es doloroso –en medio de tanta riqueza–, ver el trato que da la sociedad chilena, el Estado, a la tercera edad, a los pueblos originarios, a los profesores, por ejemplo. En sus jubilaciones indignas, sus salarios, en su trato cotidiano (Fuerzas Especiales para tratar las reivindicaciones del Pueblo Mapuche, por ejemplo).
Una sociedad justa y decente se podría medir entre otras cosas por el trato a los más desvalidos, a los niños y los viejos, los discapacitados, los profesores, los diferentes. El cinismo en esto no tiene límites. ¡Para que hablar del sistema carcelario! La única “respuesta” que sabe dar el así llamado “sistema” es concesionar y privatizar. Que todo lo que existe se privatice. Es decir, que se convierta en mercancía y en un negocio. Como sostiene Julie Wark –australiana y activista pro-derechos humanos–, en su último libro: "El neoliberalismo es la doctrina económica (y política agregaríamos nosotros) según la cual la mejor manera de asegurar el bienestar “humano” (es decir, el de unos pocos humanos), es convertirlo todo en mercancía. Todo vale para obtener beneficios, incluso los seres humanos que se conciben como meros objetos de explotación (…) La acumulación neoliberal no se consigue a través de actividades productivas, tal como se entendían en el pasado, sino a través de la desposesión." Por eso lo que tenemos no es democracia real, no es autogobierno por nosotros mismos en función de un ideario de interés general y bien común. De allí las consecuencias que presenciamos día a día.
¡Y después nos quejamos del estado del ethos y la ética de la nación!